Seguro que, cuando érais pequeños, visteis por la tele un montón de esas películas de aventuras en las que un grupo de colonizadores (blancos europeos por lo general) llegan a un territorio virgen repleto de recursos naturales (ya sean minerales, frutas o cualquier otra cosa que se les ocurra), para descubrir que allí viven unos nativos por civilizar
con los que tienen que lidiar para conseguir esos recursos. Entre los colonizadores suele haber dos grupos; los que abogan por sacar por las bravas a los indígenas (a los que se ve como inferiores) y los que, por el contrario, quieren comunicarse con ellos, estudiarlos y llegar a un acuerdo. También tendremos a un explorador que, a través del contacto con los nativos, termine cambiando su concepción original sobre ellos.
Este esquema clásico, repetido en infinidad de películas con alguna que otra variación, es la base de la trama de AVATAR, la película de ciencia-ficción que James Cameron llevaba intentando poner en pie desde 1994, y para la que la tecnología necesaria para crear el mundo de Pandora (obra de Weta, para la que la trilogía de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS fue una inmejorable tarjeta de presentación) no estuvo disponible hasta hace muy poco. Está más entroncada en la línea de ABYSS (que en su momento recibió unas críticas horribles) que de TITANIC, aunque también apunte por la sensación bigger than life de ésta última, y desde luego parece que va a seguir su mismo camino en los Oscars.
Todo en AVATAR está sobredimensionado: sus críticas en Estados Unidos, el buzz sobre su innovación tecnológica en cuestión de efectos especiales, la escala de ese nuevo mundo ideado por Cameron (con un planeta, por cierto, que es Júpiter en tonos azules, con Gran Mancha Roja —azul aquí— y todo), su duración (162 minutos), su proyección en 3D... Así es muy difícil juzgar una película, aunque es muy cierto que, por todo lo contado, AVATAR es más que una película. En el aspecto técnico, desde luego es impresionante. La técnica de captura de movimientos ha mejorado muchísimo desde FINAL FANTASY (que es de 2001 y también se decía que sería revolucionaria, pero sus personajes tenían menos expresión que Donatella Versace tras una sesión de botox), y los Na´vi parecen muy reales. El avatar del personaje de Sigourney Weaver, por ejemplo, es idéntico a ella hasta en la sonrisa y la forma de caminar (y el papel de Weaver es muy de GORILAS EN LA NIEBLA).
En ese aspecto, es cierto que la película se ve grandiosa. Cambió el modo en el que se hacen algunos tipos de efectos especiales, pero eso no se traduce en la pantalla del mismo modo que lo hacían los dinosaurios de P PARQUE JURÁSICO (que dio un importantísimo empujón a la revolución del CGI). La innovación de AVATAR es detrás de las cámaras, y lo importante es que los espectadores no la notemos cuando veamos la película. Ésta, por su parte, cumple su cometido de entretener y llevarte a otro mundo. No le pidas alegorías a lo Galáctica porque no es ése su objetivo (su mensaje es muy clarito y sencillo), y resulta una aventura de ciencia-ficción en toda regla. ¿Se merece todas esas críticas que dicen prácticamente que va a salvar al cine? En mi modesta opinión, no. ¿Es una mala película? Tampoco. No es fácil optar por la mesura con James Cameron, pero tal vez es la mejor forma de acercarse a AVATAR (esto no es arte y ensayo, señores, sino una superproducción de 300 millones de dólares de un gran estudio de Hollywood). Hay que enfrentarse a ella esperando pasar un buen rato. Lo que venga añadido, bienvenido sea.
P. D.: He de puntualizar que no la he visto en 3D, sino que acabé viéndola en un cine de versión original por cuestiones que aquí no vienen al caso y, por tanto, en 2D de la vieja escuela. Y se veía muy bien. Y sí, ahora ya sabéis una de las razones por la que Fox eligió Bones para promocionar AVATAR: porque Joel David Moore (el alegre suicida Fisher) sale en la película.