Un viejo dicho español dice de lo que te cuenten, nada, y de lo que veas, la mitad
, gracias a esa maravilla codificada que es la economía del lenguaje, tan maltratada hoy día y el contexto semántico, en su uso diario no es necesario añadir que se trata de calificar lo verdadero o falso de cualquier información que nos llega, esto es, a no ser que lo corroboremos con nuestros propios ojos no hay que fiarse nada de lo que se nos diga, y aún así, nunca dar por sentado que no estamos ante un trampantojo.
Hoy día, gracias a las maravillas de los filtros de las populares aplicaciones de vídeo y fotografía, las inteligencias artificiales que redactan Quijotes enteros por su cuenta, y ciertos personajes públicos que viven de lo público y mienten como bellacos para no bajarse de lo público, vivimos en un mundo en el que según el contexto resulta difícil, por no decir imposible, saber si nos enfrentamos a la verdad, o una Gran Mentira, por no hablar de los infinitos estados intermedios.
De hecho, la locura desatada alrededor de los últimos milagros
de la Inteligencia Artificial (dudo en llamarla así, pero eso es un tema a tratar aparte) han puesto muy nerviosos a múltiples agentes políticos, económicos y culturales. Claramente los culturales temen por su medio de vida, si una máquina es capaz de generar por si sola y en un tiempo récord obras que simulan las que a ellos les cuesta un tiempecito llevar a término, se encuentran con que a no mucho tardar se pueden ver sustituidos por ellos. Quizá todavía no comprenden que la palabra clave es simulan
. Esta mañana me he desayunado con la polémica alrededor de una IA que ha sido capaz de componer
e interpretar una canción con el estilo y voces de Rosalía y Quevedo (no me pregunten, están fuera de mi radar) No es la primera vez que la muchacha ha tenido desencuentros con las IAs (más bien con sus operadores) porque hace poco sacaron imágenes de ella
en bolas que, por supuesto, son falsas. En realidad nada de lo que estas IAs ha hecho es, excepto el escaso tiempo empleado, novedoso ni revolucionario. Llevamos decenios conviviendo con los sintetizadores y el Fotochóp
, y realmente solo estamos ante herramientas más depuradas y automatizadas.
Los políticos si que están preocupados con el advenimiento de esta nueva generación de IAs porque temen que una herramienta tan poderosa en manos de los desaprensivos ciudadanos les ponga en un brete. ¿Cuál? Simplemente sortear la maraña burocrática a la que nos tienen sometidos sería una bendición. Pero el asunto va más allá, realmente no saben que consecuencias pueden traer estas herramientas, pero aprendieron de la revolución que supuso Internet y la pérdida de control informativo y de opinión de los medios tradicionales. Ya no era necesaria una infraestructura cara y compleja para comunicar noticias e ideas, un ordenador, una conexión, claridad de ideas y habilidades comunicativas. Gobiernos enteros se han visto desestabilizados y hasta derribados con herramientas tan básicas. No saben que pasará con las IAs, pero no están dispuestos a que se repita lo mismo y ya andan corriendo para regular y prohibir, por supuesto por el bien del ciudadano, faltaría más.
La gente que se ocupa de los dineros también anda inquieta por el modo en el que deberán usarlas para mejorar sus negocios. Evaluación de riesgos en seguros y mercados financieros, atención al cliente, etc. Pero más alarmados están porque esos clientes usen las IAs en su relación con ellos. Lo que hasta ahora era perderse en el fárrago de las condiciones contractuales de una hipoteca se podría sortear dándole el contrato a leer a un sistema experto, y que éste detectara y señalara al segundo las condiciones abusivas, o simplemente lo tradujera a un lenguaje inteligible al nivel del cliente y éste supiera exactamente que va a firmar.
La cuestión es que estas llamadas IAs van a suponer un cambio drástico en nuestra forma de ver el mundo, y no siempre con la certeza de que lo que percibamos sea cierto, ni siquiera real.
Pero como somos versados ciencia-ficcióneros todas estas cosas no nos toman por sorpresa, el género ha sido durante casi un siglo experto en maquillajes y transformaciones a cual más espectacular. Como en esto de las transformaciones y transfiguraciones los clásicos son ejemplos a tener en cuenta. En METRÓPOLIS, Rotwang y Fredersen organizan un contubernio para hacer una réplica exacta de la cándida María, que llevará la confusión allá donde vaya.
En la serie de Los Príncipes Demonio, Jack Vance pone a su héroe, Kirth Gersen, tras escurridizos y cambiantes villanos que le hacen extremadamente difícil su venganza porque en pocas ocasiones se muestran tal y como son. Gersen, tan astuto y taimado como ellos les irá dando caza, eso si, con grandes dificultades.
Una escena mítica dentro de una película mítica es cuando en DESAFÍO TOTAL Arnold Schwarzenegger llega a Marte. En principio parece que se trata de una mujer corpulenta pasando por el control de pasaportes, pero algo falla, la mujer se desmonta, literalmente y Arnold o es descubierto y en la terminal se organiza una zapatiesta de mucho cuidado.
Pero esto son solo disfraces, intercambios, maquillaje avanzado, hay un aspecto más oscuro que tiene que ver con la naturaleza propia de la realidad y transporta al protagonista a mundos y escenarios que cree propios pero en realidad le son muy ajenos. Ejemplos tampoco nos faltan, NIVEL 13, basada en la novela SIMULACRON-3 de Daniel F. Galouye, fue parte de un conjunto de películas que a finales de los año 1990 nos presentaron esas realidades ficticias con las que sus respectivos protagonistas lidiaban como buenamente podía, la pongo como ejemplo principal porque su idea, la de la novela, es nada menos que de 1964, y si no me equivoco fue la pionera en este tipo de relatos. Junto a ella, está la obviedad de THE MATRIX, pero tampoco debemos olvidar esa fantasía siniestra que fue DARK CITY y, por supuesto, EL SHOW DE TRUMAN, paradigma de la vida falseada.
Recuérdalo siempre: de lo que te cuenten, nada, y de lo que veas, la mitad.
Si algo necesita más de dos palabras para nombrarlo o la segunda es un adjetivo, desconfía, automáticamente.