Hace unos meses escribí un articulín, Corrigiendo textos, en el que describía mis cuitas como editor y corrector de textos, ambas cosas que recuerdo, ejerzo de forma amateur.
Por si alguien aún no se había dado cuenta, el Sitio es una web escrita por aficionados para aficionados, con las implicaciones que eso supone. Por lo pronto el tratamiento de los temas tiende a ser ligero. Hay un buen número de estudios sesudos sobre tal o cual autor, esta y aquella obra, pero por lo general se transmite información de forma un tanto estilizada y la mayoría de los análisis son opiniones subjetivas, en general con bastante buen criterio, por parte de los colaboradores.
Otra cuestión a tener en cuenta es que el estilo literario tampoco es algo en lo que fijarse. Como editor me ha bastado una redacción correcta y eficiente, que sea simple, para el buen entendimiento del lector y concreta, para que las digresiones que nada tienen que ver con el tema a tratar acaben oscureciéndolo. A partir de ahí, el dominio del lenguaje, coletillas, modismos del norte, sur, este, oeste, América, Europa y hasta alguna laboriosa traducción, ya ha dependido de cada colaborador, limitándome a interceptar lo más evidente.
No obstante, en lo que siempre he confiado es en la sapiencia de los colaboradores. He entendido que si se deciden a escribir sobre algún tema es porque lo conocen, o se han documentado para ello.
Pero no.
El problema es que cuando alguien se imbuye en un tema, lo conoce y lleva años estudiándolo tiende a pensar que lo conoce a la perfección, y ya no se molesta en verificar todos los datos que expone sobre él. ¿Resultado? Errores tontos que no deberían producirse a poco que la sombra de la duda se hubiera instalado sobre el autor del texto.
Lo más habitual es errar con las endiabladas ortografías de los nombres y apellidos de los bárbaros del norte. Algo tan sencillo como verificar que esos nombres tan enrevesados están correctamente escritos se pasa por alto en demasiadas ocasiones, así que casi por costumbre verifico que efectivamente la ortografía es la correcta, sobre todo cuando no se trata de un nombre relativamente común. Un John o un Blake no merecen mayor atención, pero un Alan si. ¿Por qué, si en apariencia también es muy común? Porque se puede escribir como Alan, tal cual como Alan Tudyk, el protagonista de Resident Alien, o Allan Loeb, guionista de UN ESPACIO ENTRE NOSOTROS. Pero hablando de Tudyk, los british tienen la fea costumbre de anteponer una C a la K en ciertas ocasiones, así que no hay que fiarse y no asumir el Black, (negro) por el nombre Blake, o por decirlo de otra forma, hay comprobar que que Black Mirror y Los siete de Blake estén correctamente escritos.
El dato erróneo es más difícil de detectar. Asumo que el autor se ha molestado en documentarse y exponer las cifras exactas y hechos tal y como sucedieron, pero a veces ocurre que ya sea por exceso de confianza en la memoria, o porque la fuente ya de por si es defectuosa, el artículo tiene un serio problema de credibilidad. ¿Cómo hago para detectar estos casos? Comenté en el artículo anterior que una infancia dedicada a empaparme toda enciclopedia ilustrada que llegara a mis manos me proporcionó un fondo de armario bastante interesante, no hasta el punto de competir contra sesudos eruditos, pero si para intuir cuando algo no está como debiera.
En ese caso la resolución de la duda es tan sencilla como consultar en Internet y en pocos segundos aclarar el asunto, advierto al autor del error y se corrige el artículo. Pero no siempre es tan inmediato, en alguna ocasión la tesis central estaba construida a partir de una premisa falsa y el artículo ha debido ser desechado por completo. Por ejemplo, hace ya muchos años, cuando el asunto estaba de moda, me llegó un artículo alrededor del sobado tópico Heinlein fascista, construido alrededor de la famosa carta que envió a Sturgeon . El aspirante a colaborador se había inventado medio artículo alrededor de una carta que no se había leído... porque es solo una serie de sugerencias de argumentos en un momento en el que Sturgeon estaba en pleno bloqueo creativo independientemente de otro tipo de consideraciones, no era un buen punto de partida.
También debo actuar como moderador del tono. En ocasiones el articulista se deja llevar por el entusiasmo (o la ira) y acaba descuidando las maneras, siendo ofensivo, no en los términos que se entienden actualmente, en los que cualquier palabra afilada de más puede provocar una ola de histeria electrónica, sino aludiendo a generalidades que afectan a personas ajenas a las diatribas del escribidor. Nuevamente sugiero cambiar ese tono faltón para lo que, curiosamente, basta con eliminar algunos adjetivos sin por ello alterar el resto del texto. A veces esas sugerencias no son aceptadas, entonces tengo que hacer otro tipo de consideraciones, normalmente si el artículo aporta algo realmente interesante más allá de los exabruptos.
En ocasiones también conviene moderar el entusiasmo verniano del colaborador. Julio Verne tenía cierta tendencia a extenderse en las descripciones de artefactos y otro tipo de curiosidades que aparecían en sus obras. Puede que sea un aspecto no muy conocido porque a Verne se acceder en la adolescencia a través de versiones condensadas
de sus obras, pero por ejemplo, la versión íntegra de 20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO tiene páginas y páginas dedicadas a enumerar minuciosamente la fauna marina que se observa desde las portillas del Nautilus. Pudiera tener sentido en los tiempos en los que consultar terceras fuentes se hacía complicado, pero actualmente, y más en un medio digital, ese tipo de excesos sobran, así que cuando me encuentro con pasajes más bien enumerativos, propongo un saludable recorte y la inserción de un enlace a la fuente de los datos para, a partes iguales, aligerar la lectura y satisfacer la curiosidad del lector.
En resumen, las pequeñas cuitas del editor, sin entrar en asuntos más turbios, como las reacciones poco elegantes de algunos aspirantes a colaborador cuando les rechazo los textos, pero baste decir que hay gente realmente desagradable.