Hace unos años se emitió una serie americana a medio camino entre la ciencia-ficción costumbrista y la fantasía, titulada Eureka, sobre una población, más o menos secreta, situada en algún lugar indeterminado de los Estados Unidos, en la que se concentraba una cantidad enorme de cerebritos
de todas las especialidades de la ciencia y la tecnología y que disponía de tecnologías alucinantes.
Por poner un ejemplo, el sheriff protagonista, vivía en un antiguo búnker nuclear reformado, gobernado por una inteligencia artificial; el mecánico de la población era un genio de la física y en los bares, en vez de encontrarte con la clásica prensa deportiva, tenías a tu disposición revistas científicas.
Os podéis imaginar cómo eran los deberes que les ponían a los chavales en las escuelas. En un capítulo, un alumno fabrica un sol en miniatura que se sale de control (naturalmente: si no, no habría tensión).
Esta ciudad —no lo he dicho— se llamaba como la serie: Eureka y es una versión más o menos futurista inspirada en otras ciudades científicas reales como el CERN, el centro europeo de partículas por excelencia, situado cerca de Ginebra, a medio caballo entre Francia y Suiza, dotado de unas inmensas y extensas instalaciones, pobladas por físicos, matemáticos, informáticos, ingenieros, etcétera.
Cualquiera que haya visitado el CERN, ni que sea virtualmente, se siente impresionado con el lugar. Algo muy gordo se debe cocer allí. ¡Y vaya si se cuece! En el CERN se han conseguido algunos de los últimos hitos en Física de partículas de finales del siglo XX y principios del XXI, como el descubrimiento de los bosones W y Z o la detección del famoso bosón de Higgs.
Es evidente que Eureka y el CERN son realidades distintas. De hecho, la primera es una fantasía más o menos elaborada, mientras que el CERN es real. Más mundano y con menos hologramas y trampas saduceas ocultas de la época de la Guerra Fría.
No obstante, es sorprendente lo que se puede lograr cuando científicos de diferentes países se ponen de acuerdo en un proyecto común. Otros ejemplos son la ESA (la Agencia Espacial Europea), el complejo de telescopios de las Islas Canarias o, menos internacional, la NASA u otros centros norteamericanos de investigación, como el SLAC.
La ciencia moderna ha alcanzado tal nivel de complejidad, que ya nadie puede hacer experimientos importantes en el garaje de su casa. Es muy difícil que surja otro Newton, Galileo o Faraday. Ahora, la ciencia se ha convertido en un trabajo de equipo. De hecho, de enormes equipos, muchas veces más preocupados por cuestiones burocráticas o de gestión, que por las científicas. Aún así, los resultados obtenidos merecen la pena.