Una visión retrospectiva
por Francisco José Súñer Iglesias

Durante esta Semana Santa, y con pocas cosas que hacer, me he sumergido en un ejercicio de retrospectiva autocrítica: me he dedicado a leerme, a repasar un buen puñado de los artículos que he escrito y publicado en este espacio web durante estos últimos dieciséis años. Naturalmente, como soy el dueño y señor me he publicado lo que me ha dado la gana, casi sin filtro ni criterio, y siendo serios, es bueno que haya una clara diferenciación entre autor y editor porque alguno de esos artículos son, como mínimo, manifiestamente mejorables, tanto en el estilo como en el contenido.

Pero es lo que tiene ser el jefe y no contar siempre con la cantidad adecuada de material decente para publicar, se tiende a la autoindulgencia, y peor todavía si se trata de un ejercicio perecedero (aunque esto sea bastante discutible) como es la expresión de una opinión puntual, que tiene mucho de premura y pocas pretensiones de trascender en el tiempo.

No obstante, y dejando aparte falsas modestias, no me tengo por especialmente torpe, y en comparación con lo que se lee por ahí, creo que estoy acomodado en un confortable termino medio en cuanto a criterio y calidad como comentarista. Tampoco es menos cierto que con el tiempo he ido detectando varios defectos bastante destacables que, en la medida de lo posible, he intentado corregir, y sigo cayendo en otros que aún debo enderezar.

Entre las cosas que me he esforzado en desprenderme está del tono categórico de aquellos primeros escritos en los que cada palabra parecía grabada en piedra, ampliando los artículos de las tablas de Moisés. He pasado a distanciar mi criterio personal de lo que es en si la obra, a dejar claro que la juzgo exclusivamente en base a criterios puramente personales, y que eso no es ni la verdad absoluta ni nada que se le parezca. Del esta obra es al esta obra me parece hay un camino bastante importante.

Esto implica situar al lector respecto al comentarista. Si el lector de mis comentarios sabe que soy un defensor de la línea clara (o eso de narrar linealmente sin retorcer la línea temporal del relato y sin rebuscar las palabras en arcanos diccionarios de sinónimos), que no me gusta el ciberpunk, que considero que los experimentos hay que hacerlos en casa y con gaseosa, que donde esté una buena aventura se quite cualquier consideración filosófica y otras cuantas cosillas, más claro tendrá si lo que comento está en línea con sus propias apetencias. Es demasiado frecuente no presentarse previamente y dejar caer filípicas abrumadoras basadas exclusivamente en las fobias personales, sin que esas fobias queden patentes. Una pequeña introducción al respecto suele ser bastante sana.

Otra de las cosas que también procuro evitar es confundir al autor con su obra. El autor puede ser un amargado, huraño, mala persona, e incluso odiar los gatitos, pero ser capaz de escribir maravillas con un estilo pulcro y brillante, y por el contrario, ser un tipo magnífico, amigable y generoso, gran persona donde las haya, pero no ser capaz de estructurar un relato con la mínima coherencia, arrastrar un estilo tosco y desmañado, y encima confundir los personajes. Mi tendencia era asimilar la obra al autor, traspasándole todos los defectos de la misma y personalizándolos de una forma muy poco elegante. No creo que haya duda al respecto, cada obra hay que juzgarla por si misma, en lo que vale, y por la parte del autor hablar solo de sus habilidades literarias, sin pretender que ello sea una radiografía de su vida y personalidad.

También he caído en el desacierto de juzgar según que obras con parámetros demasiado modernos, aplicando las reglas actuales y pretendiendo que las obras mantengan una especie de halo que las haga intemporales y ajustadas a cualquier momento de la historia. De nuevo, gran error. Cada relato, película, novela, ha sido creado en una época y lugar con sus propios valores éticos, morales, sociales y políticos. En algunas ocasiones se adelantan y se desprenden de los más limitantes, en otras retroceden sorprendentemente a estereotipos ya superados. Lo que no se puede hacer es considerar como un defecto intrínseco algo que sus contemporáneos veían con toda normalidad. Un poco de investigación y documentación bastan para situar cada obra en sus parámetros originales y juzgarla teniéndolos en cuenta. A partir de ahí se puede señalar su carácter desfasado, pero en modo alguno hacer de ello un defecto determinante.

Esto en el debe.

En el haber sigo cayendo en la trampa del pistolero: ponerme a escribir sin tener una idea clara de como quiero decir lo que pienso, eso implica que mis escritos son a veces confusos, hasta para mi. También doy poco tiempo a los textos. Un consejo que siempre doy a los autores que me envían relatos para publicar es que dejen reposarlos unos meses, para tomar una cierta distancia respecto a ellos y poder revisarlos con algo más de ecuanimidad. Pues bien, no me aplico el cuento y si escribo algo un viernes el domingo siguiente ya lo tengo publicado, y se nota. También me dejo llevar por el sarcasmo y en ocasiones soy hiriente, por mucho que intente separar al autor de su obra a veces se me va la mano respecto a esta y dependiendo del (super) ego del autor, mis palabras no son bien recibidas.

En definitiva, se puede intentar mejorar sin renunciar a ser uno mismo.

Los años ayudan y enseñan, hay que hacerles caso.

© Francisco José Súñer Iglesias
(917 palabras) Créditos