Ray Bradbury nos dejó hace poco y con él creo que puede decirse que se cierra definitivamente una época de la ciencia-ficción, la Edad Dorada. Aunque muchos pueden pensar que esa época ya no existe como tal desde hace mucho, y ciertamente es verdad (los críticos sitúan el fin poco después de la Segunda Guerra Mundial), si sus representantes aún viven pueden escribir como si estuvieran encapsulados en una burbuja del tiempo, en plenos años cuarenta o treinta; éste es el caso, por ejemplo, de Ray Bradbury, en esa joyita de nuestros días llamada EN ALGÚN LUGAR TOCA UNA BANDA, del libro AHORA Y SIEMPRE, contemporáneo y a la vez perteneciente a la Edad Dorada. Se cierra pues la etapa de aquellos escritores que nacieron entre 1910 y 1930 y que, cada uno siguiendo su propio —y a veces tortuoso— camino llegaron a los aficionados y al gran público y son hoy por hoy, junto a los padres fundadores (Shelley, Wells, Verne...), los pilares del género.
No es mi intención hacer una revisión exhaustiva de la biografía de Bradbury, autor por el que profeso una enorme admiración. Para ello es posible leer el gran repaso que hace a su obra Alejandro Caveda aquí mismo, en el Sitio, o los recientes comentarios de Dixon Acosta, también colaborador del Sitio; estudios y análisis de sus escritos encontrarán muchos. Sí quisiera sin embargo, aprovechando la ocasión, que ojalá se reeditasen algunos volúmenes de relatos hoy por hoy muy difíciles de encontrar en castellano, como LAS DORADAS MANZANAS DEL SOL o el tomo que recopila algunas de sus historias más inquietantes, EL PAÍS DE OCTUBRE. Una reedición buena —a ser posible en bolsillo— nos haría muy felices a todos sus seguidores. También quiero aprovechar para mencionar la extraordinaria defensa que nuestro poeta de la ciencia-ficción hizo de las bibliotecas públicas, como fundamentales en su labor de transmisión del conocimiento, que a él tanto le sirvieron cuando era un muchachito con pocos medios, que a mí también tanto me han servido y a tantos otros. Ojalá que en estos tiempos de austeridad nuestras autoridades sepan reconocer a estas instituciones como uno de los fundamentos de la libertad y la democracia.
Con el fin de la Edad Dorada, termina una forma de entender y de hacer ciencia-ficción. Como todo final de una época, puede parecer triste en un principio, puede invadirnos la nostalgia y un cierto pesimismo de no llegaremos nunca al nivel de antaño
, pero creo que si pensáramos así nos engañaríamos. Después de la Edad Dorada llegó la Nueva Ola que introdujo cambios, perspectivas novedosas y que, digámoslo también, se preocupó más de la calidad literaria; y no creo que pueda decirse que esta tendencia era menos ciencia-ficción, o ciencia-ficción menos auténtica, que la Edad Dorada. Eran simplemente diferentes, y a la vez complementarias. En los ochenta nos llegó el cyberpunk, que quizá no fue universalmente aceptado pero que supuso una vuelta de tuerca más en el campo de los desarrollos formales y de la búsqueda de nuevas vías de expresión. (De hecho, creo que el cyberpunk, o mejor dicho, una forma de cyberpunk no muy diferente a la original persiste aún en autores contemporáneos del género, lo opuesto a la Edad Dorada o la Nueva Ola, que la practican fundamentalmente aquellos que la vivieron en primera persona y aún hoy se sienten vinculados a esos caminos creativos, bien sea por apego, nostalgia, continuismo o auténtica creencia en esa tendencia en concreto). ¿Y qué sucede hoy por hoy? Pues creo que como el crítico Harold Bloom la denominó, refiriéndose a la literatura en general, vivimos en la Era Caótica. Retazos de Edad Dorada, de Nueva Ola, de cyberpunk, bien de los originales fundadores o bien de gente más joven pero que quiere seguir los pasos de sus maestros, junto con nuevas tendencias que aún no se han identificado porque falta la perspectiva temporal, conviven en una alegre amalgama, enriqueciendo el género. Por eso es un poco triste el hecho de que la última voz auténtica de la Edad Dorada se haya extinguido: nuestro árbol se ha quedado sin una de sus ramas más hermosas. Sin embargo, sería un error centrarse en la sensación de pérdida, pues de algún lugar de nuestro árbol surgirá una nueva rama, joven y robusta, que atraerá a los nuevos talentos, que insuflará vida en el género, que dará que hablar, que analizar y que criticar, pero que, sobre todo, dará mucho, mucho, que disfrutar. De hecho, me atrevo a decir que los escritores de esa nueva rama (o ramas, ¿quién sabe?) ya están entre nosotros, creciendo y madurando en estado silente. Y esto es algo que estoy seguro que agradaría mucho a Bradbury.
Parafraseando al mago de Illinois, en algún lugar toca una banda
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