Acabo de leer en La pizarra de Yuri (gran blog) la entrada titulada El transbordador espacial se acabó. Y ahora, ¿qué? en la que describe el actual estado de cosas en lo que se refiere a la exploración espacial: al cabo de tantos años, al cabo de tanto gasto, al cabo de tanta guerra fría y tantos muertos hacia y desde el espacio, la única conclusión es que los rusos ganan.
La peor pesadilla de un patriota yanki se ha hecho realidad. Los Estados Unidos ya no son una potencia espacial. Se han quedado en tierra, no son capaces de poner en órbita a sus propios hombres (el tema de los satélites es distinto, la carga y sofisticación de las misiones son mucho más reducidas) y necesitan comprar billetes en las naves rusas. Según los datos del propio Yuri, ya hay 18 billetes comprados, al módico precio de 56 millones de dólares ahora y 63 millones en 2014.
Esta anécdota
da buena idea de lo que puede suponer para un país (una empresa) no poner dinero regularmente en investigación y desarrollo (en este caso desarrollo, la tecnología básica del lanzamiento de cohetes es más que conocida y está más que probada) no disponer de un sustituto solvente y fiable para las tecnologías obsoletas es ponerse al borde del abismo, no proyectar ese sustituto cuando aún es posible es directamente tirarse por el abismo. La NASA y el prestigio tecnológico de Estados Unidos está en plena caída libre. Lo malo es que ni siquiera existe un paracaídas. Frenar esa descenso hacía lugares de segunda categoría implica una buena inyección de voluntad, y sobre todo dinero.
El actual marco económico, en el que ni siquiera las muy estadounidenses agencias de calificación crediticia pueden seguir haciendo como que no ven el estado de la deuda de Estados Unidos no augura nada bueno este aspecto, en estos momento parece que la prudencia va por delante del prestigio, pero... ¿por qué durante todos estos años no se han sentado las bases para que esto no ocurra?
La ceguera y cicatería de los políticos ha ido de la mano de la falta de explicaciones convincentes por parte de los científicos. Si la visión se centra únicamente en la construcción y lanzamiento de carísimos armatostes al espacio, está claro que ese gasto resulta más que cuestionable.
Si no se explica que esos armatostes son el vector de delicados experimentos que solo pueden ser realizados con fiabilidad en condiciones de gravedad cero, si no se explican adecuadamente los resultados conseguidos hasta el momento, sus aplicaciones prácticas y rendimientos económicos efectivos, el político solo se quedará con los carísimos fuegos artificiales y recortará el gasto, a mayor gloria de su carrera política y el aplauso de sus electores, aunque a la larga se caiga en la mediocridad y la necesidad de acudir a las agencias de viajes espaciales extranjeras, y si encima son rusas, a ese patriota que se ha ahorrado un buen dinerito ya no le dolerá la cartera (en realidad, los billetes
son relativamente baratos) sino el corazón. Y no sabrá porqué.
Hace unos meses el amable webmaster de este Sitio me publicó un artículo acerca de los supuestos gastos inútiles en investigación, su recorte y su reinversión en cuestiones más pegadas al suelo
. La lamentable imagen que está dando la gestión de sus recursos y prestigio espacial por parte de las autoridades estadounidenses es un claro ejemplo de que nunca, jamás, hay una excusa válida para dejar de invertir en el desarrollo de tecnología y ciencia propia, cualquier tipo de dependencia externa es mala, y en todo caso siempre debe estar sujeta a una reciprocidad razonable.
Los recortes presupuestarios cortoplacistas son miopes, condenan a un futuro miserable, y recuperar el tiempo perdido supondrá para las generaciones futuras un sobre esfuerzo que, entonces si, es posible que no estén en condiciones de realizar. El impulso sostenido es la única forma de que los resultados lleguen cuando deben.