Cuando los miedos del mañana se vuelven riesgos del hoy
por Dixon Acosta

Muchos aprendimos que Japón era una tierra que solía ser asolada con frecuencia debido a inmensos monstruos (Godzilla) que combatían contra héroes gigantescos (Ultraman) o por batallas de titanes robóticos ( Mazinger Z ) contra otros autómatas en donde destrozaban todo a su paso.

Por estos duros días, algunas regiones japonesas lucen desgarradas por la fuerza de la naturaleza, que se expresó con el rugido de la tierra y un diluvio de olas, que propiciaron que los japoneses exteriorizaran sus emociones, en forma de abrazos, risas ó lágrimas en el peor de los casos. Dicen que el archipiélago se desplazó dos metros y, aunque se traten de fenómenos distintos, las imágenes comparativas de antes y después, me recuerdan las palabras de Al Gore, quien en una reciente visita a Bogotá, señalaba apoyado en cuadros, estadísticas e imágenes convincentes que el mapa del mundo en sólo cincuenta años sufrirá una substancial transformación por cuenta del cambio climático y los fenómenos naturales conexos, creando una nueva categoría de poblaciones desplazadas, los refugiados climáticos.

Japón el país más tecnificado del mundo, en donde los avances mecánicos y cibernéticos hacen parte del cotidiano vivir, soporta horas difíciles por cuenta de fenómenos naturales de una magnitud increíblemente destructiva, que también han generado una alarma tecnológica, por la emergencia desatada en varias plantas nucleares. Ahora bien, en la tierra de los robots se destaca que un puñado de personas decidieron sacrificarse por el resto de la población, el mejor detalle es que se trata de jubilados, mujeres y hombres que gracias a la sabiduría ahorrada durante años, quieren invertir lo que les resta de vida, de la mejor manera posible. De igual forma llama la atención, que cuando las cámaras enfocan a los sobrevivientes, una buena proporción de estas personas pertenece a la tercera edad.

Se dice que hay una tradición respetuosa por los ancianos en Japón, pues se les reconoce su valor innato como esponjas de vivencias y conocimientos, de quienes se aprende, a partir de ahora, se les venerará mucho más como mártires y héroes en una tragedia que se está resolviendo con métodos bastante primarios en medio del avance científico. A miles de kilómetros y varios años de distancia en materia técnica, uno no se explica cómo no había mecanismos autómatas o robots que pudieran estar haciendo una tarea tan riesgosa, en lugar de los ancianos y demás voluntarios que luchan contra el poder nuclear a costa de su propia vida.

Varias lecciones dejará esta experiencia japonesa, quizás la mejor moraleja sigue siendo que el hombre es irremplazable, sobre todo a la hora de soslayar la razón y actuar motivado con el sentimiento de solidaridad y responsabilidad social, al deponer lo individual cuando está por encima la supervivencia del grupo, llámese tribu, país, mundo.

De esa radiación deberíamos contagiarnos todos.

© Dixon Acosta
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