Especial Decimocuarto Aniversario, 10
Aprehender para aprender
por Rafael Ontivero

¿Tiene poder educativo la ciencia-ficción? Yo creo que sí, al menos los clásicos, pero sólo puedo hablar por mí mismo, así que… avisados estáis.

Las dos primeras lecturas que recuerdo fueron sendas ediciones completas de DE LA TIERRA A LA LUNA y 20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO, ambas, no hace falta decirlo, de Verne. Ciertamente no tiene mucha importancia que la primera fuera completa o no por el tamaño de la misma, pero la segunda sí que la tiene, porque la edición sin abreviar es, básicamente, un truño de cuidado en la que abundan más de lo razonable absurdas y desproporcionadas listas de seres marinos.

Tampoco recuerdo la edad que tenía, pero por el año de edición de ambos libros, que todavía conservo, rondaría yo los ocho o diez años, no más. ¿Sabéis lo que supusieron para mí aquellos libros? Pues aparte de tenerlos que leer dos veces porque la primera no me enteré un pijo (gracias, mamá, por forzarme a perseverar) descubrí dentro de mí algo que todavía, a mis cuarenta años, conservo aunque de forma algo atenuada: la ilusión por aprender, un afán insoslayable que nace de las entrañas y sube hasta el cerebro, un ímpetu agónico por saber de todo cuya única atenuación es ponerme a estudiar que quiera que haya motivado ese frenesí.

Eso de que por el mero hecho de la voluntad, la inteligencia y poco más se pudiera llegar a la luna o viajar bajo el agua, me tocó de lleno. No, no penséis que creía que aquello que se contaba era cierto, no. Simplemente tenía delante de mí, novelado, algo que ya era realidad: ir a la Luna y en submarino, y que seguramente había sido conseguido con el mismo tesón y esfuerzo que en las novelas. Evidentemente a ello ayudaban las conversaciones con mis padres, y el colegio, y el hecho de leer sobre aquello enardecía mi imaginación y mis ansias de conocimiento.

Luego vino Asimov, tanto en su vertiente divulgativa como de ciencia-ficción, y creo que fue eso, junto a Verne, lo que marcó mi futuro. Por un lado Asimov escribía sobre viajes espaciales, aventuras galácticas, robots y todo eso. Y por el otro explicaba la ciencia, cómo habíamos llegado a donde estábamos. Sagan también ayudó lo suyo, pero el punto común era el hecho de que podíamos seguir adelante, que lo que Asimov imaginaba podía, algún día, ser verdad de igual modo que lo que nuestros padres soñaron se pudo hacer realidad.

En el instituto, con quince o dieciséis años, competía con los profesores por leer el último número del Investigación y Ciencia del mes que se compraba en la biblioteca del centro, y recuerdo también leer números atrasados… ¿sabéis de qué? Claro está, de astronomía, de astrofísica, de cosmología. Lo mismo que leía en las novelas de ciencia-ficción, pero visto desde el prisma de la realidad. Y me emocionaba, vaya que si me emocionaba.

Siempre que podía y me dejaban, mis trabajos tenían relación con ello. Recuerdo uno de la clase de Filosofía en el que, tras presentar el trabajo, teníamos que exponerlo en clase y responder a las preguntas de los demás. ¿De qué hablé? Pues de la cuarta dimensión, de la distorsión espacio-temporal causada por los planetas y de la posibilidad de saltarnos la teoría de la relatividad plegando el espacio. Ya os podéis imaginar de dónde salían las ideas: de la combinación de mis lecturas de ciencia-ficción y del Investigación y Ciencia, no podía ser otra.

¿Sabéis cuál es uno de mis sueños? Viajar al espacio. Creo que no lo conseguiré, pero a finales de los ochenta y de los noventa viví con la enorme ilusión de que, con un poco de suerte, podría pasar unos días en una estación espacial o incluso ir a la Luna de turista. O mejor aún, trabajar en ella. ¿Otra de las cosas que quisiera ver cumplidas antes de morir? Un contacto con una civilización extraterrestre.

¿Sabéis por qué quiero esto último? Primero por mis lecturas de ciencia-ficción, que me llevaron a leer en serio sobre el tema. ¿Y sabéis cuál es mi conclusión? Pues que debe haber no una, sino muchas, muchísimas civilizaciones desparramadas a lo largo de la toda la galaxia. No es una esperanza, es una certeza intelectual y visceral. Gracias a la ciencia-ficción, que me puso en el camino adecuado.

Por otro lado, la ciencia-ficción actual está más centrada en otros temas más allá de la parte científica. No lo critico, aunque tampoco lo comparto del todo. No sé hasta qué punto las nuevas generaciones se puedan ver maravilladas por las novelas actuales, que se centran más en aspectos psicológicos y de relación entre seres que en el científico en sí.

En las obras nuevas la ciencia está de complemento, de mero fondo para soportar lo que el autor nos quiere contar. Sigue estando presente, pero el centro es otro, y por lo tanto atenúa, en cierta medida, el efecto maravilla de la misma. En ellas la ciencia se supone en lugar de justificarse.

Y entonces, a mi modo de ver, falla estrepitosamente en el componente educativo, en hacernos ver lo bonito y bello que es aprender para saber, y todavía más en aprehender para aprender...

Además, también está la pega de que el efecto maravilla está aquí mismo, con nosotros: móviles, internet, la nube (que no es nueva ni mucho menos) robótica… Cada vez estamos más cerca de esos maravillosos mundos (es un decir) descritos por los autores de ciencia-ficción. Quitando el viaje espacial, tenemos delante de las narices, y usamos como si nada, muchas de las maravillas descritas, quizás de otra forma, pero consistentes con el concepto que los autores quisieron representar.

Así que no sé, quizás la ciencia-ficción haya dejado de ser lo que era, y en cierta medida atenúe su efecto educativo...

© Rafael Ontivero
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Rafael Ontivero es colaborador habitual del Sitio