Viaje al centro de la tierra
por Dixon Acosta

Retomo el título de la novela de Julio Verne para referirme a un hecho reciente de la vida real, un milagro chileno que nos enorgullece a todos los hermanos latinoamericanos, el rescate asombroso de los famosos 33, así sin letras, pues la identificación es el número mágico que conlleva tantos símbolos, no en vano, es la edad de aquel a quien nos encomendamos en la proeza, que mezcló en justa proporción la razón, la ciencia, la tecnología, pero también el sentimiento y la fe, porque si algo quedó demostrado es que la fe sí mueve montañas.

Miles de millones nos emocionamos con los reencuentros familiares, el valor de esa sensación la conocemos muy bien los colombianos, por escenas entrañables de los secuestrados en el momento de sus liberaciones, en el caso de los mineros chilenos, su prisión no fue capricho de congéneres sino de la naturaleza. El hecho que la montaña se rebelara al cerrarse, se convirtió en un reto para la inteligencia humana que fue efectiva en diseñar diversas estrategias para salvar a los atrapados.

La tragedia en un mundo acostumbrado a las malas noticias, pareció una más en el torbellino de las desgracias naturales y la crueldad humana, pero lo que vino después fue el mejor relato de ciencia-ficción-real que haya visto en mi vida. El rescate parecía algo imposible, pero se honró el título del ingeniero (que viene de ingenio) al diseñar caminos de salvación, salidas que se concretaron en una cápsula, que todos en el mundo asimilaron con las naves espaciales. Vuelve a la memoria el nombre de Verne, al rememorar los dibujos de otro libro, DE LA TIERRA A LA LUNA.

De hecho, cuando descendió la cápsula por primera vez, los espectadores del mundo sentimos la emoción infantil que quizás sólo se experimenta cuando despega/aterriza una astronave. El presidente Sebastián Piñera recordaba que el alunizaje del modulo lunar del Apolo XI fue visto por 600 millones de personas, mientras el descenso de la cápsula Fénix II fue observado por 1.200 millones. A propósito, la NASA estuvo presente en el proceso y al final felicitó a las autoridades chilenas por su organización y eficiencia. Las comunicaciones fueron aspecto clave en la resolución, desde el teléfono diseñado por Pedro Gallo, un anónimo y humilde técnico, que permitió el primer contacto con los trabajadores.

No hay duda que se trató de una historia llena de amables paradojas. Convirtió una tragedia en milagro, por fin nos permitió ver un titular bueno y feliz en los periódicos del mundo. Hubo una serie de signos que quedarán en la memoria. El humo blanco que no anunciaba a un nuevo Papa, sino la llegada de Papás, Esposos e Hijos de nuevo a su hogar. La tierra pariendo a hombres maduros, curtidos por el trabajo, mientras el útero de metal se abría y cerraba para albergar múltiples hijos y el cordón umbilical que no cesaba de girar en la rueca de la vida, la cual seguía tejiendo renovadas alegrías. La única jaula que no fue prisión sino albergue de libertad. Un desierto que terminó siendo un jardín fértil de renacimientos y banderas de estrellas solitarias que sumadas conformaron un universo amable.

Fue el turno laboral más largo que ha tenido cualquier trabajador, sesenta y nueve días continuos con sus noches. Este relato que se convertirá en futura leyenda, deja muchas emociones capturadas en el corazón y reflejadas en las húmedas pupilas. Viva Chile, viva esta historia que tuvo visos de ciencia-ficción y como en las buenas historias del género anticipatorio se hizo feliz realidad.

© Dixon Acosta
Bogotá, (596 palabras) Créditos