Cuando nuestros antepasados remotos apuntaban a las luces del cielo veían un universo muy diferente al que nosotros conocemos. El cielo nocturno de los antiguos estaba poblado de dioses, y estos escribían sus designios en las estrellas. Solo chamanes en estado de éxtasis podían desentrañar sus misterios. El cosmos era un mundo de leyendas, como aquella del cielo cayendo a pedazos.
Se trata de una fábula de los Cuentos de Jataka: libro de folklore budista de la antigua India. En la historia, una gallina estaba comiendo cuando de pronto le cae una bellota en la cabeza y se convence de que es el cielo el que está cayendo. Desesperada, empieza a correr a través pueblo gritando ¡El cielo se cae! ¡El cielo se cae! Convenciendo a todos de que había llegado el fin del mundo. Esa gallina alarmista es el perfecto ejemplo del catastrofismo. Concepción cosmológica que pretende convencernos de que el universo es un juego de billar, donde cataclismos de dimensiones cósmicas nos acechan a diario.
Los antiguos gonios fueron los primeros en crear un modelo cosmológico libre de superstición e ideas preconcebidas. Después de siglos de investigaciones teóricas y prácticas, el astrónomo alejandrino Claudio Ptolomeo sintetizó esas ideas en un modelo geocéntrico del universo, del cual se hicieron modelos con mecanismos de relojería. La gente al mirarlos llegó a la conclusión de que el universo era ordenado, preciso e inmutable al paso de los milenios, tal como lo había dicho Aristóteles siglos antes. Cuando Newton nos dio su física, la idea del universo mecánico y predecible se hizo más profunda y arraigada, pues en sus ecuaciones se veía claramente el funcionamiento de la maquinaria celeste. Las catástrofes cósmicas quedaron relegadas a la superstición.
Pero no todos estaban de acuerdo. Ya a mediados del siglo XX Immanuel Velikovsky, en su libro MUNDOS EN COLISIÓN (1950) propuso que muchos de los mitos y tradiciones de los antiguos estaban basados en catástrofes de origen celestial. Eventos que afectaron a nuestros antepasados y que quedaron registrados en los escritos de la antigüedad. Renacía el catastrofismo; el cielo volvía a caerse a pedazos. Por supuesto que la comunidad científica entera se rió de Velikovsky en su cara.
Sin embargo, en 1973 en una cantera italiana, Walter Álvarez descubrió una línea de greda rojiza que se separaba una capa llena de fósiles de otra encima que no los tenía. La greda era rica en iridio, elemento que se encuentra en abundancia en asteroides. Álvarez había encontrado la primera evidencia de que un asteroide gigantesco había impactado la tierra hace 60 millones de años atrás, exterminando a los dinosaurios. ¡El cielo había caído!
Desde entonces sabemos que las catástrofes de proporciones cósmicas realmente ocurren. Tuvimos la oportunidad de comprobarlo cuando en julio de 1994 fragmentos del cometa P/Shoemaker-Levi 9 impactaron el planeta Júpiter. Ya hay planes para evitar que asteroides y cometas impacten la Tierra, evitando que un día el cielo se nos caiga en la cabeza, como a la gallina de la India.