Lo más hermoso de la literatura es que constituye una farmacia donde hay remedios para todos nuestros males (salvo la muerte) y tónicos de todo tipo e intensidad. Sólo los pedantes desdeñan a la humilde aspirina porque no cura el cáncer... Arthur C. Clarke fabricó algunas pócimas para esa dolencia extraña, la nostalgia del porvenir.
Prolífico, ingenioso, descaradamente comercial cuando ya no había nada que perder y tecnológicamente clarividente, Clarke ha sido el último de los clásicos en abandonarnos.
A nivel popular su obra más conocida es 2001 y la serie de secuelas que, al calor del éxito de la adaptación cinematográfica, le siguió. Sin embargo dentro de su producción literaria 2001 no deja de ser una anécdota oportuna y muy rentable. El Clarke más literario, más preocupado por vislumbrar lo que prometía ese futuro sobre el que especulaba, se puede encontrar en CÁNTICOS DE LA LEJANA TIERRA, EL FIN DE LA INFANCIA, CITA CON RAMA o FUENTES DEL PARAÍSO, previendo los problemas a los que la humanidad tecnológica habría de enfrentarse, y describiendo esa tecnología que de un modo u otro hemos acabado por vulgarizar.
Su atracción por la ciencia ya quedó patente en los estudios elegidos, física y matemáticas, que por lo demás terminó a una edad relativamente tardía, aunque también hay que reconocer que le toco vivir la barbarie de la Segunda Guerra Mundial. Pero además, entre 1946 y 1947, y 1950 y 1953, fue presidente de la Sociedad Interplanetaria Británica. La conjunción de conocimiento e imaginación le llevó en 1945 a proponer por primera vez los satélites geoestacionarios. También planteo ideas como la del ascensor espacial, o las telecomunicaciones de alta velocidad.
Tampoco desdeñó la potencia mediática de la televisión, En 1969, cuando ya era el principal profeta de la era espacial, Clarke narró para la CBS junto al astronauta Wally Schirra la llegada de la cápsula Apolo a la Luna.
Al igual que Asimov no tuvo problemas para desarrollar una notable actividad como divulgador científico, Su estilo lúcido y ameno, rivalizaba sin complejos con el de Asimov.
Lo que mejor caracteriza a Clarke es su visión optimista de la ciencia y su fe en la existencia de la inteligencia extraterrestre. Sus relatos raramente profetizan catástrofes irreversibles ni explotan el manido complejo de Frankenstein. Al contrario, la ciencia para él resulta algo tan fascinante como utilitario. Incluso se permitía ser jocoso al respecto, sus dos sentencias más celebradas hablan a partes iguales del avance de la ciencia y de la ignorancia, Cuando un anciano y respetado científico asevera que algo es posible, muy probablemente esté en lo cierto. Cuando mantiene que algo es imposible, es casi seguro que se equivoca
y la no menos celebérrima Toda tecnología suficientemente avanzada puede ser confundida con la magia
marcan todo un ideario al respecto.
Clarke se trasladó en los años 50 a Sri Lanka atraído por su litoral, era un experto buceador, Funciono perfectamente bajo el agua
, afirmó en alguna ocasión, y su fascinación por la cultura india. Sin embargo, esto provocó toda una serie de rumores que acabaron en la publicación de varios artículos calumniosos que le acusaban de pederastia, acusaciones que el propio gobierno de Sri Lanka tuvo que desmentir oficialmente.
Tampoco su producción literaria se despidió airosamente, prestando su nombre a franquicias sin duda entretenidas pero que no tenían nada que ver con el resto de su producción.
Clarke vivió media vida en su paraíso y ha muerto en él. Marcó una época en la ciencia-ficción y uno de sus relatos un punto de inflexión en la historia del cine, nunca ha sido un autor especialmente controvertido, pero sus novelas y relatos se han destacado con fuerza más allá de las anécdotas, y pese a que desde hace años no había aportado nada al género, con el ha terminado una era.