Hace unos pocos años era común oír hablar de una próxima debacle que hundiría de nuevo al género en las más profundas simas del olvido. Se hablaba de boom editorial, de un mercado saturado, de editoriales inexpertas y poco profesionales, de compradores hastiados, de saldos traidores... y excepto el ciclo de los saldos ninguna de aquellas amenazas apocalípticas ha terminado de concretarse.
Hace poco, en la presentación del libro FLORES DE METAL, de Lola Robles, y hablando sobre el asunto con ella y con su editor, Jorge Ruiz Morales, llegamos a unas cuantas conclusiones interesantes que explican, al menos en parte, porque no se ha vuelto a una edad oscura, porque el boom se ha estabilizado, porque el mercado no se ha saturado, porque los compradores no se han hastiado y porque, gracias al tiempo que han tenido, los pequeños editores han aprendido el oficio y ofrecen una oferta constante y regular.
Los análisis que vaticinaban las vacas flacas proyectaban en el futuro los ciclos anteriores, en los que a épocas de novedades y negocio sostenible (que no tiene porque significar boyante) le seguían extinciones masivas de editoriales y colecciones. Los análisis eran conservadores y no tomaban en cuenta los nuevos parámetros que empezaban a ser palpables, por un lado la renovación generacional y la deriva del gusto del lector desde la pura ciencia-ficción hacia otras formas de literatura de género, abanderadas por la fantasía épica que tienen más penetración en el mercado, por otro, el abaratamiento de la impresión que permite tiradas muy pequeñas, en las que se arriesga poco pero que sirven perfectamente para pulsar la aceptación del producto, y por último, y quizá la más determinante, el advenimiento de Internet, con lo que supone para la promoción de las novedades y como alternativa a los canales tradicionales de distribución.
Acerca del triunfo de las dragonadas sobre los viajes espaciales se ha hablado mucho, no voy a decir que esta situación me haga feliz, pero es un hecho incontestable: se vende más infinitamente más fantasía que ciencia-ficción. Pero el análisis negativo no cabe, esto significa que las editoriales tienen producto para mantenerse vivas, lo que supone que están en disposición de arriesgarse de cuando en cuando a editar según que libros con la certeza de que el fracaso no supone la debacle empresarial.
La impresión bajo demanda consigue que minimizar aún más ese riesgo, no es necesario tirar un mínimo de 300 ó 500 ejemplares en offset para rentabilizar una edición, con 80 piezas a la carta
ya hay producto disponible, y aunque el precio a pie de máquina por pieza es superior al del offset, otros gastos ocultos se reducen (el de almacenaje, por ejemplo) y si el libro no funciona, no queda un remanente difícil de colocar, con el valor añadido de que el saldo no distorsionará (más) el mercado.
Pero lo verdaderamente importante es Internet. Hasta que no se consolidó como medio de comunicación las novedades sólo se conocían visitando las librerías y recorriendo metro a metro los estantes en busca de lomos desconocidos. Los fanzines y revistas ayudaban pero... mayormente había que ir a buscarlos a las librerías, con lo que el impacto informativo resultaba muy reducido. Tampoco había realimentación inmediata, desde su salida al mercado hasta las primeras noticias acerca del libro podían pasar meses. Gracias a Internet se conocen las novedades en el mismo momento en el que el editor las pone a la venta, en pocos días ya están disponibles las opiniones de los aficionados más entusiastas, y pocas semanas después empiezan a circular análisis más sesudos y reposados.
Queda finalmente la revolución sorda, la que realmente está llevando el libro hasta el lector: la venta a través de las librerías virtuales. Con géneros tremendamente minoritarios como es la ciencia-ficción los libreros tradicionales no se arriesgan, invierten en pocos libros y se genera mucha circulación del producto, el metro lineal de estantería está muy caro y el negocio es el negocio. Eso donde hay librerías, en localidades (no precisamente aldeas) donde escasean, el lector queda a expensas de viajes y encargos a terceros, pero Internet sale en su ayuda, le muestra catálogos amplios, le facilita métodos de pago sencillos, le pone el libro en la puerta de casa en menos de veinticuatro horas. El editor también se beneficia, se libera en parte de la tiranía de la distribución al prescindir de ella en un canal que la atomiza tras la venta, y el librero competente se consolida ante editor y lector cuando minimiza tiempo y problemas.
Todo este conjunto de factores (y algunos otros que se escapan a este breve análisis centrado en las ya no tan nuevas
tecnologías) están ayudando, con los inevitables matices, a que aún en su modestia, la ciencia-ficción se mantenga visible, y los ciclos no se repitan con dramática regularidad.
En 2004 Joan Manel Ortiz aventuraba en su artículo ¿El final de los ciclos? la posibilidad de que estos se hubieran acabado, y mencionaba a varias editoriales y colecciones: Nebulae, Nova, Minotauro, Solaris Ficción, Gigamesh, Bibliópolis, PulpEdiciones, Transversal, Albemuth Internacional, Espiral-Ciencia Ficción, Silente. Repasando esta lista sólo se ha caído PulpEdiciones, y no precisamente por mala suerte. El resto, con más o menos repercusión, siguen en pie, de cuando en cuando surge alguna nueva iniciativa, algunas se consolidan, como Runas, de Alianza, otras desaparecen tras algunos tímidos intentos, como Forminge, pero indudablemente se ha producido un cambio en el ritmo de los ciclos.
Incluso puede que, sin darnos cuenta, hayamos asistido a su fin.