Hace poco, charlando con José Miguel Pallarés acerca del evidente retroceso que está sufriendo la ciencia-ficción con respecto a otras formas de literatura fantástica, como puede ser el terror, la fantasía o el mismo technotrhiller o las conspiraciones numerológicas, me comentaba que, según su parecer, una de las causas de éste declive es la poca conexión con la realidad de la ciencia-ficción.
El argumento puede ser sorprendente por cuanto precisamente la ciencia-ficción nos habla de mundos lejanos, seres extraños y situaciones más que improbables, pero tiene su sentido. Han pasado veinte años desde que se inventó el ciberpunk, invención efectista y con un atractivo estético muy marcado, por la que muchos autores se han decantado a la hora de elaborar sus distopías modernas. El problema del ciberpunk, como ocurre con la novela negra, es que se le embadurna con una falsa patina de denuncia social, se le señala como perfecto ilustrador de la realidad más sucia del momento y se le eleva al estatus de visión descarnada y lúcida de esa realidad.
Y eso si que está muy alejado de la realidad. Casi tanto como éstos géneros. A excepción quizá de Hammett, que sabía muy bien de lo que hablaba, creo que la mayoría de los escritores de novela negra, y prácticamente todos de ciberpunk, no han tenido más referencia de eso que supuestamente retratan y denuncian que la prensa y la televisión, la visión que dan de esas cuestiones es la misma que tiene cualquier lector de periódicos y espectador, más adornada, eso si, pero sin que apenas existan aportaciones reales.
Finalmente novela negra y ciberpunk se convierten en algo vacío de contenido pero lleno de personajes cínicos y torturados y situaciones sangrientas, que aparte de unos momentos de entretenimiento no dan para más.
Por no hablar de la space-opera, a todo el mundo le gusta una de batallitas espaciales (el éxito arrasador de la saga de LA GUERRA DE LAS GALAXIAS así lo demuestra), pero es eso, otro pasarratos intranscendente que no lleva a ningún sitio.
En palabras del propio José Miguel;
La desconexión entre el género y la realidad no es tanto de un tema de escenario como de alejamiento espiritual y social. La ciencia-ficción de los años veinte era optimista y vital, como correspondía a esos años veinte; en los cincuenta estaba el miedo al holocausto nuclear (cuestión aparte es que la URSS fuera un gigante con pies de barro); en los sesenta, dando por sentado que el espacio sería nuestro, en articular nuevas formas de sociedad, reflejo de la revolución social (la guerra de Vietnam y el mayo francés del 68 fueran la punta del iceberg)
Más allá de los giros argumentales, en todas las historias de ciencia-ficción creo recordar la existencia de personajes, situaciones y preocupaciones de la época, se siente, se nota porque laten, al menos, como trasfondo. Es cierto que nuestra sociedad es intrascendente y escapista, cada vez más, y quizá por eso el space opera es la única salida comercial... No dejo de preguntarme si es la única o es la vía fácil. Es como si el género hubiera perdido el olfato a la hora de detectar el clima social y extrapolar eso más allá. Una nave espacial o un hecho anómalo en nuestra calle, un hecho que modifica la realidad, son igualmente válidos para reflexionar sobre el sentido del tejido social.
¿Por qué no se habla de inmigración cuando es un hecho que el norte envejecido recibe una aluvión de los países pobres del sur y el choque de culturas y costumbres es un fenómeno que sólo tiene parangón con la invasión silente de los germanos en la civilizada Roma? ¿Por qué no se habla de los cambios del pilar básico social del pasado (la familia), cuyo modelo ha entrado en crisis de forma imparable? ¿Se refleja el cambio social de los personajes femeninos? ¿Dónde está la degradación del mercado laboral? ¿Se constata la confusión general en que está sumida nuestra sociedad, cada vez más apática e indiferente? ¿Por qué no se cambian los roles de los personajes del género cuando la modificación se ha producido en las sociedades occidentales y, más pronto que tarde, se va a producir en otras muchas?
¿Quiero decir con esto que la buena ciencia-ficción debería ser un plúmbeo ejercicio de extrapolación social? ¿Tiene la ciencia-ficción que contarnos en clave futurista lo mal que lo pasamos con la hipoteca (el que tiene la suerte
de tener una) el trabajo, la inseguridad ciudadana y los pelmas de amigos y familiares? Pues no, porque eso es muy aburrido, y francamente, nunca me ha entusiasmado que me cuenten mi vida, pero no estaría de más echar la vista atrás y repasar esas obras que, precisamente por estar tan cerca de la realidad, pero descubriendo aspectos oscuros de ella, las hacen tan impactantes y atractivas.
El ejemplo más paradigmático de ello es Ballard, entre la enorme colección de reflexiones lúcidas sobre el tiempo que nos ha tocado vivir yo destacaría dos; RASCACIELOS, que si por un lado relata una proceso de involución estremecedor, también resulta una liberación de tantas y tantas ataduras, y por otro MILENIO NEGRO, que en el fondo cuenta como vivimos en una gran mentira, y que no por ser más ricos, o por decirlo de otra forma, ganar más dinero, se es menos esclavo.
Otro autor interesante es Priest y su EXPERIENCIAS EXTREMAS S. A., donde la búsqueda de un lugar en la vida y un motivo para seguir adelante, además de las razones por las que puede llegar la locura, dan un aire extraño pero incisivo a la novela.
No sé si será la revitalización del género pasará por que la ciencia-ficción ponga los pies en el suelo del día a día, pero desde luego no estaría de más buscar más conexiones con los lectores.