Creo que nadie puede negar, ni yo puedo ocultar, que soy aficionado a la ciencia-ficción. Me gusta, veo todas las películas que puedo y mi principal fuente de lecturas son obras del género. Es más, soy el creador y administrador de unas de las páginas web en español más importantes de Internet (según el PageRank de Google, la más importante) dedicadas a la ciencia-ficción.
Y sin embargo puedo decir con toda la tranquilidad del mundo, y pese al trabajo que me da el Sitio de Ciencia-Ficción, que mi vida no gira alrededor de la ciencia-ficción. Por supuesto que entre unas cosas y otras le dedico bastantes horas al día, pero nunca se me ha ocurrido escamotearle tiempo a otras actividades para dedicársela a ella; tengo una impresionante bicicleta de montaña con la que hago todos los kilómetros que el clima permite y el cuerpo aguanta, ayudo a quien me lo pide (incluso a quien me lo paga) en proyectos web, raramente rechazo, y siempre por causa de fuerza mayor, invitaciones de amigos y familia, veo y leo sin mayor problema películas, obras de teatro y libros que nada tienen que ver con la ciencia-ficción, y cuanto toca barrer, fregar y planchar, barro, friego y plancho.
Soy pues una persona de lo más normal, con aficiones normales, una vida normal y poca tendencia a dejarme llevar por el apasionamiento y las fijaciones obsesivas, lo que se suele llamar un tipo aburrido.
Por eso me resulta asombroso, e inquietante, que puedan existir gentes a los que ya no sólo la ciencia-ficción, sino cualquier género o tótem sea el centro y guía de su vida. Que alguien se disfrace de señor Spock para asistir a una convención Trek, o se vista de elfo para un rol en vivo no deja de ser parte de una actividad lúdica y divertida, pero que haya quien vaya más allá, y se ampute las orejas para hacerlas parecer a las del hierático vulcano, o clame desgarradamente a los cuatro vientos su indignación y sinceros deseos de venganza, con extracción y dispersión de intestinos incluidos, porque un tal Peter Jackson se ha atrevido a cambiar una coma del sacrosanto Libro Único, va más allá de lo que una persona normal y aburrida como yo puede concebir como sano.
Las discusiones bizantinas sobre la superioridad de Babylon 5 sobre Deep Space 9 y viceversa son entretenidas y hasta graciosas, pero tomar los confusos y muchas veces contradictorios principios morales y éticos que rigen a los personajes de la serie como guía fundamental de la vida no sólo es, como ha dicho hace poco un contertulio de una lista de correo, una solemne memez, sino además una señal bastante evidente de que el sujeto en cuestión necesita como mínimo ampliar sus horizontes personales, y en el peor de los casos ayuda médica.