Como todos los diciembres, la navidad se deja caer en el mundo, bien sea como gotas de frío blanco, o en aquellos territorios de soles perpetuos, vestida de luces y adornos multicolor. En nuestra paradójica y curiosa naturaleza humana, celebramos con ostentación y bullicio la llegada tranquila a una pobre pesebrera, de un apacible niño que viviría pregonando amor, tolerancia y humildad.
Sobre el particular, recuerdo el relato de un compatriota, el pionero de la ciencia-ficción en Colombia, René Rebetez, quien imaginó una navidad futura, en un mundo habitado sólo por robots, quienes conmemoraban con pompa ritual la fecha del 25 de diciembre, motivados por la fuerza de la costumbre y del programa instalado en sus memorias, pero sin saber exactamente cuál era el motivo de su celebración.
Siguiendo este juego de posibilidades, no sería extraño que algún día dentro de cientos de años, se cuente una bella historia... quizás se diga que en tiempos inmemoriales un objeto luminoso atravesó la tranquila noche del Medio Oriente, cuando israelitas y palestinos eran amables vecinos, estacionándose sobre Belén, exactamente sobre un humilde pesebre. Dicho objeto volador no identificado, que no podía ser una estrella por su movimiento autónomo, fue avistado por un grupo de astrónomos aficionados de algún reino cercano, quienes comenzaron a especular sobre la naturaleza de aquella presencia luminosa. Estos astrónomos tenían fama entre sus coetáneos de ser magos, más precisamente adivinos, porque podían predecir sucesos y en consecuencia, sabían que serían testigos de un acontecimiento único en la historia de la humanidad. Por ello, montaron en sus camellos y se dirigieron hacia Belén.
Los tres aficionados a la ciencia y la especulación, llegaron a su destino a media noche, de lo que después se diría fue un veinticinco de diciembre, y observaron maravillados que provenientes de la poderosa luz, surgieron unos seres que tenían la capacidad de permanecer en el aire, venciendo la ley de la gravedad, mientras con voces potentes manifestaban venir del cielo. Lo cierto es que al final, aquellos seres que definitivamente no eran terrestres, así como los magos astrónomos y algunos pastores reunidos, festejaron juntos el mismo acontecimiento: el nacimiento de un niño...
De seguro, aquellos tres hombres llamados Reyes Magos, quienes tenían intereses científicos e inclinaciones fantásticas, podrían haber sido excelentes escritores de ciencia-ficción. Todo esto, para desear a los accidentales lectores feliz navidad y un próspero 2003.
Se trata del cuento titulado: MATEO, DOS, DOS, GUIÓN, CUATRO -UN CUENTO DE NAVIDAD-, incluido en el libro ELLOS LO LLAMAN AMANECER Y OTROS RELATOS, 1996, Bogotá, Tercer Mundo Editores.