Cambios
por Manuel Nicolás Cuadrado

¿Se acuerdan ustedes de la ciencia-ficción del siglo pasado? ¿No? Ciertamente estaba relacionada íntimamente con los acontecimientos históricos que entonces acontecían.

Les recuerdo que a mediados del siglo XX el mundo estaba dividido en dos bloques que, ganadores de la segunda guerra mundial pero totalmente antagónicos entre sí, estaban enfrentados en algo totalmente desconocido en la historia humana: la guerra fría. Una guerra no declarada formalmente únicamente porque ambos bandos poseían un arma de proporciones apocalípticas: la bomba atómica. Este enfrentamiento pudo ser real en al menos tres ocasiones: el bloqueo y posterior puente aéreo sobre Berlín, el descubrimiento de los aviones espías U-2 y la crisis de los misiles en Cuba (cuatro, si contamos con la genial idea del general McArthur de arrojar la bomba contra los chinos en la guerra de Corea). (¿A que así contado parece algo lejano y un tanto novelesco? Pues no, fue la pura realidad).

Esta situación dio a la población mundial en general un ambiente de terror inducido por las terribles consecuencias que podía tener un enfrentamiento nuclear a gran escala. Hay que tener en cuenta que ya no se hablaba de devastadoras guerras mundiales, sino del puro y simple fin del mundo (o fin de la civilización tal como se conocía). Las situaciones de paranoia social se vieron también reflejadas en todo tipo de expresiones artísticas, pero especialmente retratadas en la literatura y el cine. Y por supuesto en el género de la ciencia-ficción, que en ocasiones rozaba o mezclaba el puro género de terror. De aquí surgieron infinidad de obras de tinte catastrofista en las que se nos mostraba un mundo post-nuclear o post-apocaliptico de otro tipo.

Llámenles marcianos, invasores de cuerpos, simios, cosas de otro mundo, trífidos e incluso vampiros, el caso es que los soviéticos (antes se les llamaba así) jamás fueron considerados tan alienígenas como entonces. (Desde el punto de vista occidental, claro).

Pero por otro lado esta paranoia nos ha dejado un cúmulo de obras clásicas que marcaron una época y que en mi caso fueron las responsables de que me apasione este género, quizá porque las absorbí entre la niñez y la adolescencia en forma de películas en blanco y negro, comics de superhéroes y libros manoseados de edición de bolsillo.

Hoy en día a principios del siglo XXI, el peligro nuclear no ha desaparecido, pero al menos parece haberse diluido. El panorama mundial ha sufrido cambios. Uno de los bloques se descompuso a si mismo sin necesidad de bomba alguna. El otro parece quedar como única superpotencia con la que casi todos los países se alinean. El terrorismo a gran escala ha sustituido al terror nuclear. Los marcianos de hoy son anónimos fanáticos que desean venganza por diversas causas, sean comprensibles o no. Churchill la llamó la guerra de los pigmeos. Pero unos pigmeos que no se ven a simple vista y que son capaces de estrellar un avión lleno de combustible contra un edificio repleto de gente. No les comprendemos, no sabemos donde están y les tenemos mucho miedo. De verdad nos parecen de otro mundo.

Sin embargo y en cuanto a la ciencia-ficción se refiere, la actualidad nos demuestra que la era de la tecnología se ha comido a la era atómica. Las novelas y películas cyberpunk y manga son lo más solicitado. Pero veo en ellas poco contenido acorde con la sociedad actual y mucho esfuerzo por tener el máximo de datos tecnológicos, científicos o comerciales. Parece como si la ciencia-ficción moderna escondiera la cabeza debajo del ala y no se atreviera a ser un poco más comprometida.

No me alegro personalmente de que un terror haya sido sustituido por otro, simplemente comparo y encuentro más preocupación social en el siglo XX que en el XXI. Quizás se cambie, pero quizás y por desgracia, no. Los cambios en nuestras paranoias deberían de producir mejor ciencia-ficción, ya que este género no debería ser otra cosa que un reflejo de nuestra realidad. Y esta es ya de por sí bastante terrible si contamos no solo con el atentado a las torres gemelas sino también y por ejemplo con el terrorismo local español, menos espectacular pero igualmente desgarrador.

© Manuel Nicolás Cuadrado
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