El golpe terrorista contra Estados Unidos ha sido el mayor que ha visto jamás la humanidad. Terrorismo privado, por decirlo de alguna manera, porque el terrorismo de estado, como los ataques sin previa declaración de guerra de unas naciones contra otras de ínfimo potencial militar, o el que los gobiernos sin escrúpulos utilizan contra sus propios ciudadanos, han provocado muchos más muertos que éste ataque tan asombroso como aterrador.
Sin embargo, hay una cuestión que parece escapárseles a todos los analistas, más preocupados por predecir el comportamiento de la economía global, lanzar vaticinios agoreros de terceras guerras mundiales, patéticamente apoyadas en las profecías del bueno de Nostradamus, o intentar aventurar que harán el gobierno de George W. Bush cuando determine quienes han sido los instigadores.
Esa cuestión es que esta clase de ataque terrorista sólo es posible dentro de un estado de derecho, en el que las libertades de los ciudadanos están garantizadas y en el que la libre circulación de personas y bienes es la norma.
Y digo esto porque de otra forma los terroristas no hubieran podido vivir plácidamente en el país el tiempo que han necesitado para preparar el atentado, estudiar planes de vuelo, rutas, robar acreditaciones aeroportuarias y tomar tranquilamente clases de pilotaje sin despertar mayores sospechas, porque de hecho, hasta resulta natural que en un buen número de especialidades los estudios en Estados Unidos sean el colofón a una larga carrera académica.
Imagínese una sociedad como la de 1984. La simple declaración de sus deseos de aprender a pilotar le convertirían en blanco evidente de las sospechas de sus vecinos y las denuncias contra él abarrotarían las oficinas de la policía. Vigilado, observado minuciosamente, cualquier plan que pudiera tener en mente estaría abocado al fracaso antes de empezar a prepararlo. Y esto hablando de un único individuo, multiplíquese por el número de implicados y las expectativas de éxito sería nulas.
Y estas son verdaderamente las consecuencias inquietantes de este tipo de atentados, por mor de aumentar la seguridad, la facilidad de movimientos, el simple intento de acceder a ciertos estudios o especialidades delicadas
, y las expresión de ciertas ideas sospechosas se pueden ver recortadas, vigiladas, en una espiral de la que el nacimiento de un estado policial y paranoico, como el de 1984, es una amenaza tanto o más inquietante que la locura indiscriminada de los terroristas iluminados.