I. Introducción
Jorge Mario Varlotta Levrero (Montevideo, Uruguay, 23/01/1940 –, 30/08/2004) es, en los libros, simplemente Mario Levrero. Inclasificable dentro y fuera de su producción literaria, fue novelista, pero también, a tiempo parcial y esporádicamente, librero, periodista, editor, fotógrafo, cineasta amateur y tallerista literario en sus últimos años de vida, donde dejó una estela de escritores formados por él.
Si bien nació, vivió y murió en Uruguay, más precisamente en su capital, Montevideo, tuvo algunas estancias cortas en Buenos Aires, Burdeos (Francia) o Rosario (Argentina). Fumador empedernido, fallece con tan solo 64 años. Comenzó a escribir siendo adolescente, quizás su pasión por la literatura y los libros la haya heredado de su madre, Nilda Reneé, quien tenía una librería de libros usados en Montevideo.
Junto a su amigo Jorge Califra fueron libreros en la librería La Guardia Nueva. También incursionó en el humor a principios de los 1970 y, ya en los 1980, se dedicó al periodismo al trabajar en revistas de Uruguay y Argentina.
II. Su obra
Su obra, extensa, heterogénea e inclasificable, abarca los más diversos géneros, aunque encasillar algunas de sus obras dentro de los estrechos corsés de los géneros literarios es difícil. Abarcó desde la ciencia-ficción hasta el policial negro, géneros que leyó desde adolescente, pasando por el weird o literatura extraña tanto en relatos, cómic, o en novela.
Los críticos literarios suelen ubicarlo como un heredero de los raros antirrealistas
, una corriente uruguaya de autores inclasificables de los años 1940 del siglo pasado, tal vez enmarcados en una especie de surrealismo o fantástico psicológico del cual Felisberto Hernández fue uno de estos referentes y al cual ya me he referido.
Su carrera literaria comienza aproximadamente en 1968 con la publicación de un relato, GELATINA, aunque ya escribía desde mediados de los ´60. En la década siguiente publica la que se denomina su TRILOGÍA INVOLUNTARIA, que la componen las novelas LA CIUDAD (1970), EL LUGAR (1980) y PARÍS (1982). Se la denomina TRILOGÍA INVOLUNTARIA porque estas obras comparten, según el autor, sin deberse a un plan inicial, cierta unidad temática e incluso topológica.
Esta obra, LA CIUDAD, se dice que generó un cambio de época donde se produce el abandono del realismo y se comienza a adoptar esta estética extraña en la ficción rioplatense. En esta corriente lo onírico comienza a interpelar a la realidad que se ve superada por la fantasía.
Por otro lado, la obra levreniana puede dividirse en dos etapas. Una primera emparentada con lo onírico y absurdo, con lo fantástico, desde GELATINA (1968) hasta EL PORTERO Y EL OTRO (1992); y una segunda etapa más cercana a la auto ficción, a la literatura del yo.
LA NOVELA LUMINOSA, proyecto inacabado, es un extenso volumen de más de seiscientas páginas, un larguísimo DIARIO DE LA BECA y por qué no su testamento literario pues, luego de un par de intentos fallidos, logra obtener la Beca Guggenheim ayudado por sus amigos dada sus manifiestas dificultades para poder trabajar.
III. LA MÁQUINA DE PENSAR EN GLADYS
En 1970 también publica LA MÁQUINA DE PENSAR EN GLADYS , una serie de relatos y micro relatos extraños, escritos luego de LA CIUDAD.
En esta obra Levrero interpela la realidad al embarcarnos en lo fantástico, la ciencia-ficción y lo extraño. Son once relatos y precisamente el primero y el último llevan el nombre que da título a la obra con la salvedad que este es el negativo
del primero. En ambos se detalla el recorrido, habitual, que hace una persona controlando que todo esté en orden antes de irse a dormir. En el relato final este recorrido es cuanto menos onírico.
Le sigue La calle de los mendigos, quizás el más delirante de todos. Un hombre desarma un encendedor, un mechero, y de repente se produce la inmersión en lo minúsculo, mundano e invisible, que termina engullendo al dueño del aparato.
El encendedor, sin embargo, me sigue pareciendo un todo...
Le sigue HISTORIA SIN RETORNO NO. 2, un micro relato sobre un perro. LA CASA ABANDONADA es una micro novela formada por micro relatos en los que una casa fantástica es el personaje principal y donde se encuentran universos dentro de universos. Allí ocurren los episodios más disparatados y aparentemente quien ingresa ya no puede salir.
Esta casa interesa solamente a algunas personas que caen bajo su influjo; estas personas, entre las que me incluyo, saben de algunas cosas que allí suceden.
EL SÓTANO relata las aventuras, a lo ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS, de un niño, Carlitos, dueño de la casa, que desea fervientemente saber qué se esconde en el sótano, así inicia un viaje, casi un viaje del héroe para conocer ese secreto de familia.
Luego llegan ESE LÍQUIDO VERDE, LOS REFLEJOS DORADOS, LA CASA DE PENSIÓN, EL RÍGIDO CADÁVER y GELATINA.
En GELATINA, el más extenso de los relatos, nos encontramos con un personaje un tanto extraño que se deja arrastrar por la corriente, casi como el de LA CIUDAD, solo que en este caso el ambiente de la ciudad en la que vive está invadida por una gelatina
que se está comiendo todo. Algunos se aprovechan de la situación, otros intentan seguir su vida pero tarde o temprano a todos terminará engullendo esa cosa. Así dentro de la ciudad nos encontramos con un grupo de ciegos, inválidos y deformes comandados por una hermosa señorita y otros personajes que nutren la historia un tanto bizarra. Nuestro personaje deambula por la ciudad que, inmersa en una fina distopía, colapsa lentamente entre el hastío de la gente, las peleas entre grupos, el nihilismo y prostitutas vírgenes.
IV. LA CIUDAD
Escrita en 1966, la novela comienza in media res
, un hombre acaba de alquilar una casa que estuvo mucho tiempo cerrada y sale en busca de un almacén que cree se encuentra cerca pese al aguacero que cae.
El interior estaba en orden, aunque adecuado al gusto y las necesidades de los anteriores habitantes —equivalente, para mí, a un desorden—. Pero, quiero decir, no había objetos tirados en el suelo, y los muebles, en lugares que si bien podrían no ser los indicados para mi comodidad, no estorbaban el paso, ni ocupaban posiciones sin sentido (como suele ocurrir, de encontrar una mesa de luz con la puerta vuelta hacia la pared, o una cómoda colocada de tal modo junto a otro mueble que resulta imposible abrir sus cajones).
Con esta primera escena comienza una serie de eventos estrafalarios, inexplicables, oníricos, que se van encadenando uno tras otro hasta encontrarse el personaje, de quien no sabemos ni el nombre ni la edad, en un lugar, o mejor un no-lugar en el que extraños personajes, casi de pesadilla, actores de una obra mayor en la que nuestro héroe se ve envuelto.
Al cabo de un rato me aclaré la garganta y pregunté si faltaba mucho para llegar a alguna parte...
—Es ridículo. Todos los caminos llevan a alguna parte. Y aunque fuera como dices, ¿de qué serviría que te cargara? Sería mejor, entonces, quedarnos aquí, al borde de la carretera. ¿Para qué caminar inútilmente?
Así con el correr de las páginas avanzamos a tientas sin saber muy bien hasta dónde va a llegar el personaje o cuándo dejará de ser una marioneta del resto de los actores que lo someten a duras pruebas psicológicas. En algún aspecto hace recordar a la serie Wayward Pines en la que nadie puede salir del pueblo.
En ese juego sin guión propio el personaje toma decisiones que inclusive parecen carecer de lógica pero que lo van arrastrando más y más dentro de ese pequeño universo en el que la Empresa controla todo pese a que asume grandes pérdidas económicas, según le comenta Giménez, el empleado de la estación de servicio.
La frese alguna parte
se repite por lo menos en catorce oportunidades en la TRILOGÍA INVOLUNTARIA. No es un dato menor, esta novela es sobre los no-lugares, sobre laberintos que nos van llevando en un espiral descendente hacia una escena más onírica, como la estación de servicio en el medio de la nada que debe ser pintada y mantenida en perfectas condiciones constantemente, o la zapatería que parece un lugar ordinario, pero solo lo aparenta, o el negocio del almacenero con un despachante muy particular.
Mención aparte merecen los personajes del bar al que nuestro personaje asiste y percibe un tufillo de actores mal pagos entre los parroquianos, como si tuvieran un guion al que atenerse. Todo esto está ligeramente corrido de la realidad, tan raro como un pueblo de cuatro casas al que le llaman la ciudad pero tiene manzanas de una geometría inexplicable.
En esta obra, publicada en 1970, por un muy joven Levrero observamos la admiración que sentía por Kafka, que inclusive cita en la novela. Pues si bien el personaje principal, como entiendo también los actores
del pueblo, son libres, pero es una libertad remanida y arbitraria, un poco atada a un lastre que los contiene metafísicamente. Una aventura onírica y absurda sin ubicación precisa y por ello opresiva orquestada por El Reglamento.
Por ello escapar es la única salida, pero en Levrero escapar es llegar a otro laberinto, a un final circular, a otro no-lugar (dato curioso: la única referencia geográfica en toda la novela es una sola, Montevideo, y se menciona sólo una vez), a otro reglamento con su propia burocracia kafkiana.
V. Conclusiones
No se puede negar que este primer Levrero, el de los 1970, en el que aflora todo el descontrol onírico y fantástico y que bebe del universo de Kafka, ha hecho que se convierta en un escritor de culto, aunque como suele ocurrir, sólo después de su muerte se lo supo rescatar como uno de los más grandes autores latinoamericanos, uno de esos que supo borrar los límites de las fronteras creativas.