En las novelas de Lois McMaster Bujol sobre Miles Vorkosigan se puede seguir un cierto patrón: Miles, llevado por su cabezonería y arrogancia, comete alguna estupidez que le mete en un embrollo más allá de lo razonable, a la vez algo que en un principio no tiene que ver con él se complica de forma desmedida, para finalmente ser todo resuelto gracias a su inteligencia y astucia.
En este caso nos encontramos con el persistente conflicto de la doble vida de Miles como oficial del Imperio y comandante de la flota mercenaria dendarii. En algún momento esta situación tenía que colapsar, Miles no podría seguir ocultando su actividad secundaria y la tensión que eso le provoca le afecta más de lo que es capaz de admitir hasta que la coraza con la que afronta el día a día se resquebraja.
La historia comienza con una misión de rescate de los dendarii liderados por Miles, pero pronto todo se sale de madre. Como resultado del desastre y el intento de Miles de ocultarlo éste se encuentra tanto expulsado del ejército como apartado de los mercenarios. Por si fuera poco, cae en una crisis existencial puesto que sus dos identidades están haciendo aguas y, pese a toda su inteligencia, no sabe como hacer frente a semejante situación.
Como salida le queda volver a su casa para administrar sus posesiones, una ocupación deslucida y aburrida de la que no puede evadirse, así que, pese a los esfuerzos de su primo Iván, cae en la más absoluta de las melancolías y no hace más que darle vueltas a la cabeza (su mala cabeza) sobre cual será su destino a partir de ese momento.
El problema del libro es que Miles está dándole vueltas a la cabeza durante demasiada páginas, demasiada reflexión, demasiada introspección, supongo que Lois McMaster quería darle una mayor profundidad psicológica al personaje, y la decisión de hacerlo a base de deprimirle y hacerle vagar como un alma en pena no es mala, pero incluso en eso también hace falta contención, cuando además, aparte de las virtudes que ya se le reconocen, Lois McMaster Bujol no es Marcel Proust.
Finalmente a Miles le sale un trabajito
con el que ahuyentar los nubarrones del desánimo y nos volvemos a encontrar con una investigación sobre un complot retorcido e impenetrable en el que Miles (y la Bujol) vuelve a brillar como es habitual, tal es así que el último tercio en el libro resulta difícil levantar la vista de las páginas.
En cierto modo hay algo de forzado en la angustia de Miles. No deja de ser un privilegiado, un noble al que no falta de nada, pero que debido a sus limitaciones físicas se ve impelido a ir más allá, en vez de conformarse con navegar entre las ya de por si procelosas aguas de la sociedad Vor. Además, siendo como es amigo personal del Emperador tiene una situación en la que puede hacer prácticamente lo que quiere sin que nada o nadie se lo impida, siempre que no afecte a la propia seguridad y estabilidad del Imperio, pero está claro que sus inquietudes van por otro lado.
En cuanto a la capacidad de Bujold para crecer como escritora lo demostró sin duda con esta novela de carácter mayormente introspectivo, pero a la vez cae en el melodrama con la falta de contención en el tratamiento cuasi lacrimoso de las cuitas de Miles. Quizá ella misma necesitaba demostrarse que era capaz de profundizar en los sentimientos de sus personajes y por eso no se privó de ahondar todo lo que quiso en la amargura de Miles.
Con todo, aún siendo el libro más reposado de la Saga, llegado el punto es igual de agudo y dinámico que el resto de la serie, todo es cuestión de navegar pacientemente entre los pensamientos de Miles hasta llegar a la parte más dinámica de la novela.