Esta novela de Heinlein introduce algunas ideas bastante perturbadoras que incluso hoy, donde las ideas perturbadoras abundan, resultan escalofriantes. Por lo pronto la aplicación de la heterosis en la cría selectiva
humana, esto es, la elección deliberada de individuos con características muy concretas para conseguir una mejora
de la raza. Habitual en la ganadería y agricultura, se trata de una práctica que en el ser humano se considera deleznable.
LAS 100 VIDAS DE LAZARUS LONG nos sitúa en un futuro lejano en el que una familia
de humanos han logrado alcanzar una considerable, por no decir que infinita, longevidad. ¿Cómo? Gracias a la obra y financiación de una organización secreta
, la Fundación Howard, que durante décadas ha seleccionado cuidadosamente individuos con una notable tendencia familiar por la longevidad. En el momento de desarrollarse la novela su líder
es Lazarus Long, que a sus 200 años se mantiene en una magnífica forma física y mental. Lógicamente la segunda misión de la Fundación es mantener a sus longevos miembros convenientemente camuflados ante la sociedad, pero se les acaba descubriendo, y en una vorágine de histeria colectiva, ya que se cree que guardan el secreto de la eterna juventud
solo para ellos, se ven obligados a escapar de la Tierra a bordo del prototipo de una nave espacial, rumbo a las estrellas donde encontrarán planetas y alienígenas sorprendentes.
En ese sentido la novela se divide en dos partes, la convulsión que se produce en la Tierra y la exploración espacial. Es en esta segunda donde Heinlein despliega todo un arsenal de ciencia y tecnología que hace de la novela una lectura apasionante para los que gustamos de estas cuestiones. Naves formidables, en las que la criogenia y la animación suspendida en los viajes sub luminicos se mezclan con viajes relativisas, bioingeniería, replicadores de materia, colonias extraterrestres, armas terribles, en fin, apenas falta nada del catálogo.
Pero la parte humana tampoco falta. Si bien los personajes de Heinlein tienen una fuerte tendencia a la asertividad, y Lazarus Long es un ejemplar más que característico de ellos, la novela profundiza en el alma humana tratando temas tan presentes como el miedo a envejecer y morir, la prevención hacia lo distinto, y la importancia de contribuir a la sociedad desde la voluntariedad sin perder por ello la propia individualidad.
Es habitual malintepretar políticamente a Heinlein tachándole de los muchos males que se desarrollan a la derecha del espectro político, confundiendo un odio extremo a todo lo que oliera a estatismo con todo lo contrario. También la figura del hombre fuerte
se confunde con alguna extraña pulsión totalitaria. Algunas de las decisiones de Lazarus Long deben tomarse de forma inmediata y decidida. Vacilar implicaría la muerte segura, decidirse, una oportunidad.
Pretender que cuestiones de tal calibre se resuelvan en asamblea creando comisiones y subcomisiones puede es muy democrático, pero cuando la muerte acecha no parece lo más práctico.
La novela se lee con agrado, es trepidante, transita por mundos y experiencias de la ciencia-ficción más clásica, que introduce elementos que la hacen más que entretenida, la estructura de la narración se articula alrededor de los diálogos de los personajes, antes que en prólijas descripciones, si bien las hay, y muy interesantes.
Como curiosidad, la novela, si bien fue publicada en 1958, se trata de un serial
que apareció en la revista Astounding entre 1939 y 1941, que posteriormente Heinlein corrigió y amplió. Quizá ese hecho, ideas viejas
con tratamiento nuevo
hace que la novela se siga leyendo incluso hoy día con bastante agrado. Otra curiosidad es que la edición en España ha gozado de varias traducciones y títulos, la primera de 1965 en la primera época de Nebulae, a cargo de Francisco Cazorla Olmo se tituló traduciendo literalmente el original: LOS HIJOS DE MATUSALEN. Se me escapa el motivo por el que trece años más tarde Fritz Sengespeck (o más bien Martínez Roca) decidió titularla como LAS 100 VIDAS DE LAZARUS LONG, que de algún modo parece ser el título que ha cuajado mejor, porque existen otras dos traducciones, igualmente con el título original, una de Miguel Blanco para Acervo en 1981, y otra de Domingo Santos en 1986 para Orbis.