Sinopsis
Año 2087. La Tierra está gobernada por los Cyborgs, organismos cibernéticos que mantienen esclavizada a la humanidad. Uno de esos Cyborgs, Garth, que ha sufrido un fallo imprevisto por quienes detentan el poder, es utilizado por la Resistencia, que lo envía a mediados del siglo XX, con la misión de encontrar al científico que lo inició todo y disuadirle de que siga adelante con sus experimentos.
Simpática producción estadounidense de bajo presupuesto, que narra las aventuras de un cyborg del siglo XXI, transportado hasta 1965 para cambiar la historia y así impedir que la raza humana caiga bajo la tiranía de los seres que son, literalmente, mitad hombres y mitad robots. Un Michael Rennie en horas bajas protagoniza esta modesta producción, que bebe de las fuentes de la Serie B de los 50, aunque no esté a la altura de algunas de las míticas películas fantásticas de aquella década irrepetible.
El film no aporta nada al género. En esencia, su argumento parece inspirado por un bolsilibro de Toray o Valenciana, siendo precisamente eso, su absoluta falta de pretensiones, más allá de entretener, su cualidad más destacada. En una época como la presente, donde hasta las cintas más penosas alardean de efectos especiales de última generación, conviene desintoxicarse un poco de tanta infografía y ver una película de factura artesanal, como las que nos hacían soñar cuando éramos críos.
El elenco protagonista es bastante apañado. Además del siempre correcto Rennie, tenemos a Karen Steele y Warren Stevens, que aparecieron, respectivamente, en LAS CHICAS DE MUDD y CON CUALQUIER OTRO NOMBRE, dos de los mejores episodios de Star Trek: TOS. También están Wendell Corey y Harry Carey Jr., dos estupendos actores de carácter del Hollywood clásico.
Un detalle que me hizo sonreír, y que puede sorprender a algún espectador, es ver al periodista de la función moviéndose por los Estados Unidos de los 60 conduciendo... ¡Un Simca 1000! Ya saben, aquel utilitario que era casi cuadrado, como una de aquellas latas de Cola-Cao de entonces. La explicación es bien sencilla: en 1962, la empresa Barreiros, que fabricaba en España los automóviles de la marca francesa Simca, fue absorbida por la norteamericana Crysler, que introdujo algunos modelos en USA, aunque no tuvieron mucho éxito. Uno no puede por menos que acordarse de aquella canción de hace unos años, que insistía en lo difícil que resultaba mantener relaciones íntimas en un coche así.
MEDIO HOMBRE, MEDIO MÁQUINA es, en definitiva, una obra muy menor del cine de ciencia-ficción, pero, aun así, no deja de tener su encanto.