En estos tiempos de globalización es posible disfrutar de buen cine de ciencia-ficción de otros países, ya sea de cine australiano, japonés, chino, etc. Pero cuando el espectador tiene la oportunidad de ver un buen cine ruso que ofrezca una buena historia dentro del género, se abre un abanico de posibilidades para explorar otras formas descentralizadas del mundo anglosajón para contar historias con nuevos giros de las temáticas de siempre. Tal situación sucede con SPUTNIK (2020), propuesta carismática y bien desarrollada que busca sorprender al fanático de la ciencia-ficción.
Acá en México sólo habíamos tenido un amplio estreno comercial de la cinta ATRACCIÓN: LA GUERRA HA COMENZADO (2017), cine de ciencia-ficción rusa que contaba la historia de la caída de una esfera alienígena gigante en el centro de Moscú. Si bien el ejército acordonaba la zona y buscaba la forma de contactar con los visitantes, el asunto se centraba en unos chavales que lograban infiltrarse fácilmente en la zona. No obstante, la cinta tomaba un camino extraño cuando el alienígena tomaba forma humana y el asunto se convertía en Romeo y Julieta con una historia de amor interestelar y trágica entre éste ser y una chica.
Para el caso de SPUTNIK, la historia se centra en dos astronautas que se preparan para regresar a la Tierra luego de una corta misión en la órbita geoestacionaria terrestre. Previo al regreso, la nave choca con un objeto desconocido y algo extraño se prepara para subir a bordo. Ya en la Tierra, el espectador observa cómo los astronautas han sido atacados.
Por otra parte, Tatyana es una brillante psiquiatra cuyos métodos poco ortodoxos la han llevado a ser juzgada por una comisión especializada. En espera del dictamen, un militar se le acerca pidiéndole ayuda para investigar el caso de uno de los astronautas que ha sobrevivido pero que presenta un extraño cuadro de amnesia. En una zona militar alejada de las grandes ciudades, Tatyana entrevista a Konstantin, el astronauta sobreviviente que se encuentra fuertemente aislado, y descubre que tiene una amplia resistencia a las altas temperaturas cuando le ofrece una taza de té muy caliente. En la noche, la psiquiatra es llamada para descubrir con horror el motivo del encierro del astronauta: Konstantin tiene una especie de parásito alienígena que sale de su cuerpo por las noches para alimentarse. Sorprendida, Tatyana acepta integrarse a la investigación a cambio de conocer todos los avances de la misma.
Tatyana se pregunta si el bicho alienígena es un parásito o un simbionte, dado que le da al astronauta una salud perfecta y una fuerza casi sobrehumana. Cuando el bicho sale del cuerpo de Konstantin por las noches, éste último se mantiene en un estado catatónico. Conforme avanza la investigación, la protagonista descubre que el astronauta y el bicho están conectados tanto metabólica como psicológicamente, mientras que su sorpresa aumenta cuando se da cuenta que el ejército no busca salvar al astronauta o al resto de seres humanos, sino que el interés en el bicho apunta al desarrollo de una nueva arma biológica.
La película toma perfectamente en cuenta a clásicos del género como ALIEN: EL OCTAVO PASAJERO (1979) e incluso el relato DESTRUCTOR NEGRO de A. E. van Vogt. Egor Abramenko, su director, hace referencia en todo momento a estas historias para brindarle un camino novedoso a su película. Asimismo, evita caer en el síndrome de los idiotas que dejaron que un alien se infiltrara en su nave
para dotar a la historia de un conflicto mayor entre intereses militares y la libertad humana. En este sentido, Konstantin desea salir para reencontrarse con su madre y su hijo y Tatyana es la única persona que entiende su dolor y desagrado frente a la idea de convertirse en una rata de laboratorio. Mientras tanto, la historia cuestiona los valores de los militares quienes sólo están interesados en construir armas cada vez más poderosas para así posicionarse desde un punto de vista geopolítico.
La cinta está ubicada en la década de los 1980 justo en los últimos tramos de la guerra fría. La tecnología y los instrumentos son más limitados, aspecto que dificulta los progresos de la investigación. Al mismo tiempo, toda la película cuenta con espacios cerrados y claustrofóbicos que se vuelven idóneos para facilitar un camino hacia el desastre.
Uno de los aspectos que más resalta es la banda sonora del compositor ruso Oleg Karpachev. En un juego de sonidos digitales graves, alargados y atmosféricos muy al estilo del compositor alemán Hans Zimmer, consigue construir un ambiente de encierro en donde la música es perturbadora en todo momento y nos advierte que algo estremecedor está a punto de ocurrir.
En cuanto al desarrollo de la historia, la primera parte de la película sobresale por la forma dosificada en que van apareciendo los descubrimientos de Tatyana, haciendo que el espectador no despegue la mirada de la pantalla. Pero en la segunda parte la historia se vuelve un poco más convencional cuando se prepara la huida del astronauta: los disparos y las persecuciones se suman a una carrera por la sobrevivencia aunada a los esfuerzos de la protagonista para conseguir que el bicho alienígena y el astronauta rompan su relación simbiótica. A final de cuentas, el optimismo de la historia se rompe pero a su vez ofrece un juego de tiempos en el que Tatyana aparece en varias ocasiones: su pasado como huérfana la lleva a tratar de ayudar a Konstantin y a interesarse en la adopción del hijo de éste.
En definitiva, una efectiva y reflexiva película de ciencia-ficción rusa para explorar alternativas a las historias anglosajonas del género.