Sinopsis
La Tierra ya no da para más. Una extraña plaga en forma de polvo devora los campos de alimentos y, muy pronto, los humanos ya no tendrán qué comer. Cooper, un expiloto de naves espaciales viudo obligado por el gobierno a dedicarse al cultivo del maíz, es reclutado por la NASA en un nuevo y secreto proyecto para que la humanidad perviva: enviarla a algún otro planeta de condiciones habitables. Pero el reencuentro de Cooper con su exempleo le conduce a un extraño espiral de sucesos: alteraciones en el campo gravitatorio de su propia casa, un mensaje misterioso descifrado por su hija pequeña, Murphy, la aparición de un oportuno agujero de gusano en el sistema solar... Y el inapelable efecto de la relatividad, que condena a aquel que viaja por el espacio a ver cómo sus seres queridos envejecen mucho más deprisa que él. La exploración llevará a Cooper y a su equipo a enfrentarse a algunos de los misterios más intrigantes de la física, pero también de lo más profundo del alma humana.
Un guion con agujeros negros
Una de las cosas importantes que debe hacer el espectador de cine es tratar de distinguir cuándo le están contando una historia compleja, que puede entrañar alguna dificultad en su comprensión, y cuándo están intentando tomarle el pelo. A mi juicio, ante INTERSTELLAR nos encontramos con un buen ejemplo del segundo caso.
Los dos primeros tercios de la historia, a pesar de que tienen inconsistencias narrativas y detalles poco verosímiles, podrían haber sido perfectamente válidos si la cinta no tuviera otra pretensión que la de ser un entretenimiento, que toma como punto de partida la interesante cuestión de la exploración y colonización del espacio en un momento cuasi apocalíptico, un tema no muy bien explotado por el cine (salvo honrosas excepciones muy puntuales).
Sin embargo, en la última parte de la película, el guión desbarra y el espectador se queda con la sensación de que no hay por dónde coger la trama. La película de Christopher Nolan quiere tocar tantos temas, es tanta su gradilocuencia y quiere ser tan trascendente y profunda, que termina por no decir absolutamente nada. El resultado es, en consecuencia, un nudo narrativo que se justifica a sí mismo y que además ni siquiera juega la carta de ser un marco sugerente, pues los diálogos son explícitos hasta el aburrimiento. Ni tan solo se puede calificar la película de pedante, porque en una secuencia de cinco minutos el director se carga cualquier posible conexión filosófica con el espectador.
Pero si hay que señalar un punto débil en el filme, este es sin duda su desenlace. La expresión deus ex machina
se queda corta para designar lo artificioso del final, que fracasa de forma estrepitosa en satisfacer las expectativas del público. Encima lo hace escudándose detrás de una desordenada jerga científica que, en los minutos finales, acaba pareciendo completamente de relleno. La sensación que transmite es que el guionista se metió en un laberinto de despropósitos del que no supo salir, y que encontró en las lagunas actuales de la física y en (¡otra vez!) las emociones humanas un manido salvavidas de última hora.
Uno de los puntos fuertes (se supone) de la película es precisamente el trasfondo científico, bien fundamentado en teorías científicas con la virtud de llamar la atención del curioso. Tanto es así que en la redacción del guión se ha contado con el asesoramiento del especialista Kip Thorne, una autoridad mundial en la materia. Sin embargo, la sensación es que eso ha acabado siendo más una pesada carga que una virtud. La intención de conectar la física teórica más dura con algo tan humano como el amor entre un padre y una hija acaba fracasando; no porque sea una mala idea, sino porque realmente el manual de astrofísica de Thorne se nota metido con calzador, dentro de una trama que al fin y al cabo sólo pretendía ser un drama lacrimoso con licencia para caer una y otra vez en el exceso de cursilería (otras críticas ya se han encargado de destrozar las incoherencias científicas de la película y no va a ser el cometido del presente texto).
En definitiva, nos encontramos ante un filme que no logra lo que intentaba, si es que realmente pretendía algo. Si el espectador quiere ver un drama aceptable sobre planos bonitos (por la inmensidad cósmica que dejan intuir), al tiempo que se deja obnubilar por cuatro principios que encontrará mejor explicados en cualquier manual de divulgación de mecánica cuántica, sin duda puede pasar un buen rato con este metraje. Pero el lector de Arthur C. Clarke, Philip K. Dick, Stanislaw Lem y compañía tiene muchos números para salir de la sala muy decepcionado. Excelentes ideas, pésimos desarrollos: la eterna tragedia de las americanadas.