C. S. A.
C. S. A. EE. UU., 2004
Título original: C.S.A.: The Confederate States of America
Dirección: Kevin Willmott
Guión: Kevin Willmott
Producción: Rick Cowan
Música: Erich L. Timkar, Kelly Werts
Fotografía: Matt Jacobson
Duración: 89 min.
IMDb:
Reparto: Greg Kirsch (Padre de familia); Renee Patrick (Madre de familia); Molly Graham (Niño); William Willmott (Esclavo de la familia); Rupert Pate (Sherman Hoyle); Evamarii Johnson (Patricia Johnson); Greg Hurd (Mr. Johnson); Ryan L. Carroll (Bobby); Don Carlton (Coronel Bloodhound); Kevin McKinney (Abraham Lincoln); Will Averill (Harriet Tubman); Arlo Kasper (Viejo Abraham Lincoln)
Comentarios de: Antonio Santos

Esta ucronía con rasgos de documental histórico, firmada/filmada por Kevin Willmott, espera recrear los últimos dos siglos desde una perspectiva provista de interés e imaginación. Se apoya en específicos detalles históricos para dar empaque y sustancia al resultado, evidenciando qué escasa distancia puede mediar entre ficción y realidad. Lo avala el adagio la Vida imita al Arte.

El filme, mientras desarrolla especulaciones presuntamente históricas, híbridos entre la hipótesis y lo ocurrido, confinados al siglo XIX y el territorio norteamericano, funciona admirablemente, y no pudiera ser tan inexacta la teoría con lo que pudo ser la Historia del poderoso país del dólar. Mas, conforme la trama ahonda en el Tiempo y el Terreno, más expone chirriantes errores y las limitaciones de una fantasía urdida con mimbres prometedores, pero demasiado verdes como para proporcionar debida robustez.

En ese apartado, los Estados Confederados de América, integrados en el grueso de la Historia moderna, apunta un desarrollo apresurado y al albur, que persiguió cumplir, ineficientemente, ciertas cuestiones que debieron ir surgiendo conforme redactaban el libreto, teñido de vago fin propagandístico y ombliguista. Toca una raíz del problema de fondo (el racismo); mas, aun siendo su energía motriz, asimismo descuida.

Pretendían encuadrar una potencia racista en un contexto histórico mundial, construyéndolo con piezas de acontecimientos que tanto hemos estudiado como vivido. Hay momentos ingeniosos, sí, como la erección del Muro de Berlín en la frontera con Canadá, cosa que, al reflexionarla, también termina tendiendo al disparate.

C. S. A. especula en cómo habría degenerado Norteamérica si Abraham Lincoln hubiese perdido la guerra fratricida. Los realizadores de la cinta exhiben falsos documentales contemporáneos para empezar a montar su otra Historia, obras impregnadas de Propaganda falaz que demuestran las amplias virtudes de un régimen muy parcial a la hora de distribuirlas entre todos.

Esa parte tiende a lo impecable. Expone que la diferencia entre la ficción con lo sucedido históricamente llegaría a ser mínima-nimia. Pero según la nación racista se integra en la sociedad de potencias, aumentan las complicaciones e inexactitudes. Menos lógica sostiene la explicación que brindan.

Sospecho que un ejército Confederado triunfante no situaría la capital de la nueva nación en Washington, por mucho que el fundador del país de la Coca-Cola fuese también esclavista. (Un hombre, por otra parte, hijo de su época, como Vlad Tépès. No sé a qué obedece esta manía de enjuiciar a estos nombres con nuestros estándares actuales). Situarían la capital en una ciudad sureña. Quizás la que fue sede gubernamental durante la contienda. Tiene lógica.

Así además privarían a los emancipadores aún incrustados en la nación racista de un sigul trascendental: de Washington partió la inspiración de Lincoln (que debería ser su líder espiritual, con rasgos semimesiánicos, figura que veneraran los activistas del terror tras adulterar su mensaje) que fracturó el país. Quitándole la capitalidad, anulaban su importancia.

Este es primer indicio de las limitaciones de Willmott respecto a la potencia de su propuesta ucrónica. La ajustó, una vez tras otra, a lo conocido, cuando algunos sucesos ni siquiera pudieron haber ocurrido por falta de influencia americana.

Esta nación priva del voto y la propiedad a las mujeres, y las ciñe a determinados corsés culturales y morales. Difícil veo, pues, que la minifalda y los tops ajustados medrasen en esa Sociedad sin tener un rechazo mucho más virulento que el filmado.

Este imperio racista conquista Hispanoamérica mediante el empleo de las armas y la corrupción. La alocución que describe el episodio recurre, de nuevo, a acontecimientos pasados, a Noriegas y Batistas sutilmente alterados. ¿Dónde quedan los revolucionarios mejicanos que tanto contribuyen al acervo cultural fílmico, con las cananas repletas de balas cruzadas sobre el pecho? ¿Pancho Villa y otros tantos no iniciarían un contraataque ajustado a la situación histórica recreada, una guerra de guerrillas sin fin-sin fin?

Remarcable que la URSS y el comunismo, constantes y letales enemigos de los Estados Confederados de América, no se citen una sola vez. Lenin y patulea emplearían, en la Europa recorrida por el fantasma, los C. S. A. como un lesivo ejemplo de la explotación capitalista, etc., que la hábil Propaganda roja exprimiría hasta la última gota, quizás tornando a una Europa indecisa hacia postulados proletarios.

Hitler aparece como hito histórico ineludible (y ¿vago recuerdo de la postura filonazi de Joseph Kennedy y otros destacados prohombres de antes de la Segunda Guerra Mundial?). Podría, o no, tener presencia en este hipotético cuadro histórico. ¿Se erigiría el aliado centroeuropeo de los C. S. A., o el charlatán disparatado que menospreciaría la penetrante Propaganda soviética, de gran calado en esa Europa? C. S. A. no cuida debidamente estos detalles.

Spike Lee (ese racista positivo) está más preocupado en torcer la Historia para que encaje en la ficción que patrocina en vez de hacerla lo más coherente posible. Evita referirse, a fondo, a que ciertas naciones africanas aún suministrarían esclavos a los C. S. A. en pleno siglo XX. Amigo mío: vituperas el comercio caucásico de carne que esclavizó a tu raza; pero no ves aún más censurable que individuos de tu mismo color contribuyan al escarnio. Eso se llama hipocresía, Mr. Lee­.

Se hace poco creíble que JFK presidiera los C. S. A. (sujetos quizás a la reprobación vaticana... tan útil, empero, como lo fue durante el Holocausto). JFK, ¿destacaría por su postura emancipadora en tal ambiente? ¿Sería factible que opositara a la Presidencia? ¿O sería una voz disonante con cierto carisma, enclaustrado en un cargo gubernamental menor? Pensémoslo: católico, de ascendencia irlandesa, emancipador... en los antisemitas C. S. A., que ve igual al catolicismo que el judaísmo...

Presentar a Canadá como baluarte de las libertades y santuario de los esclavos negros (¿sólo ellos?) fugitivos también renquea. Esta nación se describe como un solitario y valiente luchador que resiste la presión de los C. S. A. Supongo que durante cierto tiempo podría ser. Pero ¿tanto, tanto? ¿Contra tal cantidad de obstáculos y amenazas procedentes de un gigante en constante expansión e influencia, con armas nucleares, y que les ha aislado económica y políticamente?

C. S. A. es ocio lleno de interés. Pero, una vez se ha asimilado, manifiesta carencias fruto de un sectarismo racial y una victimización apresurada que termina, por desgracia, menoscabando el mensaje que pretende difundir.

© Antonio Santos,
(1.039 palabras) Créditos Créditos
Publicado originalmente en Una historia de la frontera el 16 de diciembre de 2013