
Espacio: 1999 fue el proyecto más ambicioso de cuantos emprendieron el matrimonio de productores formado por Gerry y Sylvia Anderson, una serie pensada para marcar un antes y un después en la historia de la ciencia-ficción televisiva. Por desgracia, aunque gozó de bastante aceptación en un buen número de países, por lo visto nunca llegó a ser el gran éxito que sus creadores esperaban. Espacio: 1999 parecía tenerlo todo para triunfar, para convertirse en una de las producciones más míticas de su género; y, sin embargo, acabó siendo considerada por muchos una serie entretenida, pero mediocre. ¿Dónde estuvo el fallo? ¿Qué hicieron mal los Anderson? ¿Qué ocurrió para que acabase siendo cancelada, tras haber sido rodadas tan sólo dos temporadas de la misma? Aún hoy, casi cuarenta años después de su estreno, los fans seguimos sin ponernos de acuerdo al respecto. Así pues, y dado que Espacio: 1999 siempre ha sido mi serie de ciencia-ficción de cabecera, en este trabajo trataré de dar respuesta a esos interrogantes, analizando el asunto de forma lo más fría y desapasionada posible, y aclarando ya desde un principio que lo que sigue representa, simplemente, mi opinión personal y nada más.
Antes de entrar en materia, conviene insistir en que los Anderson no concibieron Espacio: 1999 como una Space Opera al uso, sino como una producción que aspiraba a significar un punto de inflexión en el devenir de la ciencia-ficción catódica. En este sentido, casi podría afirmarse que sus creadores trataron de realizar un Star Trek a la inglesa, pues la serie que tenían en mente era muy distinta de todo lo hecho hasta entonces en la vertiente televisiva del género, no sólo en los aspectos puramente estéticos, sino también en los argumentales. De hecho, al igual que el Star Trek primigenio, Espacio: 1999 fue ideada para una audiencia preferentemente adulta, como demuestran los argumentos de la mayoría de episodios de la primera temporada, gran parte de ellos centrados en historias complejas y cargadas de simbolismo.
Ese enfoque genuinamente adulto de Espacio: 1999 se concretó en un estilo narrativo pausado, así como en unos relatos marcados por un sutil pero reconocible trascendentalismo, potenciado todo ello por una efectista puesta en escena en un marco muy especial. Los decorados que representaban los interiores de la base lunar, amplios, casi grandiosos, transmitían una agobiante sensación de claustrofobia, pues Alpha, a pesar de sus enormes dimensiones y sus muchas comodidades, no era sino una cárcel en la que los protagonistas se veían obligados a vivir, abandonados a su suerte desde que la Luna fuese arrancada de la órbita terrestre por la explosión nuclear. De ahí el sentimiento de agobio que embargaba a los alphanos en los capítulos de la primera etapa de la serie. Sentimiento acrecentado, además, por el hecho de hallarse en un mundo errante, cuyo rumbo no podían controlar, vagando sin descanso por los insondables abismos siderales, a merced de peligros que no eran capaces ni de imaginar siquiera.
Aunque la idea básica se asemejaba bastante a la que originó la entrañable Perdidos en el espacio, el planteamiento general de Espacio: 1999 era diametralmente opuesto, ya que, lejos de presentar la odisea espacial de John Koenig y su gente como una emocionante aventura, la presentaba como una dramática tragedia humana. Los guiones, densos, muy trabajados, algunos geniales, rezumaban significado, y planteaban con frecuencia agudos interrogantes filosóficos; de ahí que la serie fuese conocida, en sus inicios, como la Space Opera filosófica. En cuanto a los personajes, tal vez pareciesen un poco fríos al principio, pero eran muy realistas, cada uno con entidad propia, y nada maniqueos. En la serie no había lugar para el típico héroe varonil desfacedor de entuertos, el tan imposible como cargante machomán simpaticote, que todo lo arregla a base de bíceps y dedica medio episodio a ligarse a la maciza de turno, arquetípico personaje masculino éste que tantas buenas producciones, y no sólo de ciencia-ficción, ha estropeado a lo largo de la historia de la televisión. En Espacio: 1999 ni siquiera Alan Carter, el aguerrido primer piloto de las fabulosas Águilas, ejercería tal rol; al menos, durante la primera temporada. En cuanto a John Koenig, era presentado como un comandante inteligente y capaz, siempre preocupado por el bienestar de las personas bajo su mando, y más predispuesto hacia el razonamiento y el diálogo que hacia la acción pura y dura, aunque no rehusaba luchar, si no quedaba otro remedio, para proteger la base y a sus moradores. En líneas generales, los hombres y mujeres de Alpha eran mostrados como personas normales, puestas en una situación límite por un cúmulo de desafortunadas circunstancias. Unas personas que debían hacer frente a situaciones extremas, en absoluto corrientes, que a menudo desafiaban su entendimiento. Evidentemente, tal planteamiento no parece el más apropiado para una producción orientada a una audiencia infantil y juvenil, ¿verdad?
Establecido ya que Espacio: 1999 tuvo desde el principio un enfoque adulto, con aspiraciones de ofrecer historias de ciencia-ficción serias, comprometidas y con mensaje, la pregunta que se nos plantea ahora es: ¿por qué se decidió cambiar casi por completo el estilo de la serie en la segunda temporada?
Bien, lo cierto es que Espacio: 1999, estrenada en 1975, fue prácticamente ignorada en Gran Bretaña, mientras que en Estados Unidos pasó sin pena ni gloria. Siempre es arriesgado hacer juicios de valor, pero creo que esta serie de los Anderson tuvo el mismo problema que LA JAULA (THE CAGE, Robert Butler, 1964), el nunca estrenado primer episodio piloto de Star Trek TOS: era demasiado cerebral. La perfecta comprensión de las historias que narraba requería toda la atención del espectador; es decir, le obligaba a pensar. Y ese, por desgracia, era un esfuerzo que la inmensa mayoría del público de la época, que tan sólo buscaba entretenerse, no estaba muy dispuesto a realizar. Por otra parte, Espacio: 1999 era tan diferente de otras producciones de ciencia-ficción, incluso de la mismísima Star Trek, que provocaba cierta perplejidad y desasosiego en los espectadores, que por una parte se sentían fascinados por la espectacularidad visual del producto, mientras que por otra encontraban tediosas, cuando no incomprensibles, las tramas de muchos de los episodios. Si a esto le sumamos el tono cuasi pesimista que caracterizó muchos de los relatos presentados en la primera temporada, se comprende más fácilmente que la serie fuese acogida con tibieza por el sencillo y optimista público estadounidense, pero también por el británico. En realidad, Espacio: 1999 no gozó de una buena distribución en USA, quizás porque los directivos de las cadenas de televisión repararon en esos defectos antes mencionados, y optaron por no promocionarla adecuadamente. Sea como fuere, lo cierto es que su emisión en Estados Unidos fue bastante restringida y sin apenas publicidad. Dado que, presumiblemente, Sylvia y Gerry Anderson habían creado la serie con la esperanza de introducirla en el mercado televisivo norteamericano (el más importante del mundo entonces y aún ahora), debemos colegir que la indiferencia con que fue acogida allí les hizo replantearse seriamente todo el proyecto.
La primera temporada había sido realizada en coproducción con la RAI italiana. Para la segunda, Gerry Anderson, por entonces ya separado de su esposa y socia, Sylvia, buscó apoyo en la otra orilla del Atlántico, encontrándolo en el afamado productor Fred Freiberger, que tenía experiencia en la ciencia-ficción de calidad por su participación en Star Trek TOS. Lo más probable es que fuese Freiberger quien aconsejara al productor británico alterar detalles capitales de la serie. Tenga yo razón o no en este punto, el caso es que la segunda temporada de Espacio: 1999 presentó sorprendentes novedades a todos los niveles. Hubo cambios importantes en el reparto, con la desaparición de varios personajes fijos de la primera temporada y la creación de algunos nuevos roles. Los más importantes fueron los de Maya y el jefe de Seguridad, Tony Verdeschi, que ocasionalmente alcanzarían igual protagonismo que la pareja formada por el comandante y la doctora. En lo que a los decorados de Alpha se refiere, el cambio más notable fue el del Centro de Mando, que pasó a ofrecer una apariencia más tecnológica, por así decirlo. La única modificación que se aplicó a las Águilas, fue añadirles algunos elementos suplementarios en el módulo de mando. El vestuario sí que sufrió cambios considerables, volviéndose más moderno y colorista, cabe imaginar que en un intento de paliar la monotonía cromática tan criticada por algunos detractores de la serie.

Pero el cambio más radical, y a mi juicio el que acabaría por perjudicar terriblemente a la producción, fue el de estilo narrativo, impuesto sin duda por los nuevos socios americanos, capitaneados por Freiberger. Estos insistieron en que, para triunfar en USA, Espacio: 1999 debía ostentar un look más aventurero, un aire mucho más ameno y desenfadado, con predominio de los argumentos típicos de Space Opera, en detrimento de los centrados en cuestiones filosóficas y existencialistas. Gerry Anderson deseaba que su serie fuese más comercial, pero no estaba dispuesto a desvirtuarla del todo, infantilizándola como parecía pretender Freiberger, de modo que luchó por preservar la esencia primigenia de Espacio: 1999. Al final, los señores del dólar consiguieron imponer sus criterios, pero Anderson también obtuvo un pequeño triunfo personal, pues logró mantener en la nueva temporada parte del espíritu original de la producción. Sin embargo, a pesar de todos los cambios realizados, la segunda temporada de la serie fracasó en su estreno en USA, cosechando críticas pésimas y bajos niveles de audiencia, lo que significó su cancelación definitiva.
Con la objetividad que proporciona el paso del tiempo, creo poder afirmar que el fracaso de Espacio: 1999 se debió a la obsesión por hacer de ella una producción comercial y popular al uso. A pesar del alarde de medios técnicos y FXs, que fueron casi una seña de identidad de la serie, basta ver los episodios de la primera temporada para comprender que, consciente o inconscientemente, los Anderson aspiraban a algo más que a entretener. El tono general de las historias, serio y complejo, que invitaba a la reflexión, así parece demostrarlo. Otro tanto ocurría con el tratamiento de los personajes principales, dotados de una profundidad psicológica que en la segunda etapa de la producción, y en un intento por hacerlos más simpáticos en la acepción más simplista del término, sería reducida a su mínima expresión. En cuanto al supuesto fatalismo que impregnaba la mayoría de los relatos, era coherente con el simbolismo filosófico que impregnaba sus magníficos guiones. Todo ello contribuía a hacer de Espacio: 1999 un programa muy especial, no apto para esa clase de aficionados que sólo buscan en la ciencia-ficción batallitas espaciales y héroes estereotipados, en la línea de Star Wars o Galáctica. Algunos años después de la cancelación de la serie, Martin Landau admitió que los cambios introducidos en la misma para la segunda temporada fueron un error, y se declaró un firme defensor de la primera etapa de Espacio: 1999, que consideraba la más auténtica y lograda.
Aparte de las razones ya mencionadas, estoy convencido de que Espacio: 1999 sucumbió, también, a lo que yo denomino el vicio de la inmediatez, una de las peores lacras del mundo televisivo, que todavía hace estragos hoy día. Las cadenas de televisión están obsesionadas con lograr éxitos apoteósicos y elevados niveles de audiencia desde el minuto uno, y cualquier programa que no se convierta en un bombazo desde su primera emisión, corre el peligro de desaparecer. Esta aberrante práctica, uno de los efectos colaterales más perniciosos del mercantilismo más abyecto, que sólo busca el beneficio inmediato a costa de lo que sea, ha provocado la cancelación de numerosas series televisivas de notable calidad, al tiempo que encumbraba bodrios alucinantes, aptos sólo para espectadores con el cociente intelectual de una lenteja. Espacio: 1999, como otras muchas producciones, fue víctima propiciatoria de la mala praxis comercial de los responsables de las cadenas de televisión, americanas principalmente, que no supieron o no quisieron apreciar los innegables valores de la serie de los Anderson. Un ejecutivo con visión habría apostado por ella, manteniendo su estilo original y promocionándola como lo que realmente era: una serie de ciencia-ficción distinta, para un público diferente. En vez de eso, los arrogantes ejecutivos yanquis se empeñaron en americanizarla en la peor acepción de la palabra, con lo cual sólo consiguieron transformarla en una producción ingenua, con cierta chispa, pero carente del interés que había caracterizado los episodios de la primera temporada.
Con todo, es de justicia admitir que la segunda temporada, aun siendo muy inferior a la primera en todos los aspectos, ofreció episodios de una calidad media más que aceptable. Pero los cambios introducidos en ella fueron de tal importancia, que los fans más recalcitrantes, como el que suscribe, más que de una serie dividida en dos temporadas, hablamos de dos series, la original y la modificada, para diferenciarlas claramente.
En mi opinión, Gerry Anderson no sólo se equivocó al aceptar los cambios impuestos por los americanos, sino también al cancelar la serie, cuando se vio que ésta no acababa de cuajar en USA. Espacio: 1999 fue muy popular en Europa e Hispanoamérica, mercados que, a mi juicio, habrían bastado para rentabilizarla económicamente. En realidad, se emitió en más de sesenta países, y tan sólo fracasó en EE. UU. y Gran Bretaña. En España fue, probablemente, una de las producciones de ciencia-ficción de mayor éxito, marcando a toda una generación de aficionados al género. Si Anderson hubiese rodado una tercera entrega, creo sinceramente que habría sido favorablemente acogida allí donde las anteriores habían funcionado muy bien. Pero el productor británico se rajó, y eso significó el fin de Espacio: 1999.
Vista hoy, la serie sigue conservando gran parte de su atractivo original, gracias, sobre todo, a sus cuidados efectos especiales, que todavía asombran al espectador. Pero lo que más destaca son las grandes diferencias entre una temporada y la siguiente, entre la seriedad y circunspección de los primeros episodios, y el desenfadado aire aventurero de los segundos. Como comentaba antes, es como si fuesen dos series en una. En todo caso, Espacio: 1999, sin alcanzar la categoría de obra maestra del género, es una de las mejores series de ciencia-ficción de la historia de la televisión, y su fracaso, en USA y Gran Bretaña, se debió más a la dejadez de sus productores y a la estupidez de los ejecutivos de las cadenas de televisión, que a sus supuestos defectos.