A pesar de lo que están a punto de leer, el escritor británico Ian Watson (1943-) nunca ha sido de mis preferidos. Como a muchos otros lectores, me impresionó EMPOTRADOS (THE EMBEDDING, 1973) cuando la leí en la vieja colección Biblioteca de ciencia-ficción de Orbis, por la potencia de las ideas que contenía sobre el lenguaje, aunque por alguna razón mis otras aproximaciones a su obra no han sido afortunadas. Fue el caso de EL MODELO JONÁS (THE JONAH KIT, 1975), que intenté leer sin éxito, quizá porque me cogió en un momento inadecuado o simplemente porque los gustos de las personas son extraños e intransferibles.
Comencé a leer EL VIAJE DE CHEJOV poco menos que por casualidad, porque lo cierto es que cada vez leo menos ciencia-ficción —por razones que ya he explicado en algún otro lugar— y tenía pendiente una buena pila de libros pendientes. Pero, tras terminar una historia de la CIA recientemente publicada, necesitaba algo refrescante que me quitara de la cabeza tanta inmundicia y bajeza moral. La razón por la que seguí leyendo es que el libro está bien escrito de cojones.
El estilo literario es para mí fundamental. Qué cuentas es uno de los pilares de la narración y el otro es cómo lo cuentas. Si eres ingeniero aeronáutico y trabajas para la NASA, lo siento muchísimo, pero no es importante. Tienes que saber narrar. Lean el siguiente párrafo.
Oye, tronco, ¿sabes la del griego aquel que volvió de la guerra de Troya y las pasó canutas dando vueltas de acá para allá por el Egeo? Joer, se encuentra a una maga, a un par de monstruos, unos notas que comen loto, unas sirenas que quieren ahogarlo... La pera... Bueno, al final llega a su casa y hay unos tipos que se quieren cepillar a su chica, pero va el tío y coge un arco que tenía guardado y se los carga a todos. Y fin. Mola mazo
.
Ahora lean la ODISEA. Cuenta más o menos lo mismo, ¿no es cierto? Bueno, con algunos detalles más. Pero Homero hace que sea emocionante, porque no sólo nos está contando algo, es que Homero está narrando. Y para narrar algo y hacer que nos olvidemos de todo lo demás, hace falta un estilo literario depurado. Eso es lo que tiene Watson. Y no tienen los ingenieros aeronáuticos de la NASA, esos bárbaros del binomio.
En EL VIAJE DE CHEJOV, Watson juega con la ucronía: toma un viaje real que el autor ruso realizó en 1890 atravesando Siberia para escribir sobre la colonia penitenciaria de la Isla de Sajalín y a partir de ahí construye una historia en la que se mezclan de una forma extra y cautivadora el evento de Tunguska y el futuro de la Unión Soviética, mezclando tres líneas temporales: el propio viaje de Chejov, el intento de unos cineastas soviéticos de rodar una película en nuestros días sobre aquel suceso y el primer viaje interplanetario de una nave rusa.
Toda la historia tiene un algo de ensoñación que Watson no se toma demasiado en serio, de divertimento culto antes que de una ucronía al uso con todos sus juegos especulares agotadoramente obvios y sus inocuos ajustes de cuentas con los que ganaron las guerras que nosotros perdimos. Su lectura me ha traído de vuelta una sensación que hace tiempo no tenía: la de leer buena ciencia-ficción. De la de antes. Antes de que los ladrillos de 1.500 páginas y la disciplina sadomasoquista de la armada inglesa se adueñaran del género.
Desconozco la vida y obra de Chejov, así que no estoy en posición de juzgar el grado de aproximación que ha logrado Ian Watson, pero lo cierto es que la construcción del personaje es muy realista. El entorno cerrado, casi teatral, en el que se desenvuelve el equipo de cine quizá sea el eje narrativo sobre el que gira la historia y está lleno de frescura. Quizá la línea del futuro sea la que más chirríe al lector moderno, porque es a la que peor le cuadra el tono bufo general de la novela.
La edición de este libro está tan cuidada como todas las que está sacando, poco a poco y como a la chita callando, La biblioteca del laberinto. El libro, hasta donde yo sé, estaba inédito en nuestro país y cuenta con un interesante prólogo del propio Ian Watson. De momento, este librito ha conseguido que tenga ganas de retomar EL MODELO JONÁS. Que ya es algo.