Por abreviar: el hierático y el demótico son dos formas de escritura egipcia que convivieron con el jeroglífico, simplificándolo y usándose en aquellas cuestiones más prácticas y cotidianas. La célebre piedra Roseta estaba escrita en jeroglífico, demótico y mayúsculas griegas, por eso resultó posible que Champollion descifrara la antigua escritura de los sacerdotes.
Precisamente demótico es el nombre que se le da al cacharro que sirve de vehículo para desarrollar la historia: un artefacto de probable origen alienígena capaz de traducir cualquier lenguaje o escritura humana. O algo así.
El artefacto ha sido robado y su búsqueda se le encarga a un detective privado, Aitor Estebowsky, con una personalidad muy peculiar que promete una buena cantidad de entretenimiento: ex agente de campo, expulsado a patadas de La Organización Super Secreta de Turno, violento, drogadicto, alcohólico, adicto al sexo y a los juegos en red (no necesariamente por ese orden) y con una concepción muy estilizada de la higiene corporal, es el tipo ideal para echarse a la calle a revolver entre la basura sin miedo a infectarse con nada. Además es un experto conocedor del lumpen de Barcelona, charca donde se desarrolla la acción. Lo de charca no es despectivo, es literal, se supone que se han derretido los polos y tal, y la Ciudad Condal sufre un serio problema de humedades que han convertido La Diagonal en línea de costa.
El caso es que La Organización Super Secreta de Turno, tras largarle con cajas destempladas, se vuelve a acordar de Estebowsky al cabo de los años y le encarga buscar el cachivache con la doble intención de que o bien lo encuentre, o bien lo maten en el proceso, y con un poco de suerte ambas cosas a la vez. Empiezan entonces unas pesquisas llenas de drogas, sexo y violencia hasta dar con el paradero del chisme, y justo cuando va a robarlo (quien roba a un ladrón, etc.) se desquicia todo.
Tengo un problema con las narraciones en las que hay droga por medio. Más bien con la forma en la que muchos autores se empeñan en meterse en la mente del drogadicto y simular los desbarres alucinados del protagonista. William Burroughs (si, William, no Edgar Rice) hizo mucho daño a la literatura con sus desvaríos, y de aquellos polvos vienen estos lodos. Particularmente me resultan aburridos y muy cargantes los delirios de los yonkis, y si estos se prolongan páginas y páginas, y encima contienen elementos relevantes sobre la narración, apaga y vámonos. El problema es serio: si me aburro no presto atención a lo que leo y tiendo a pasar páginas rápidamente hasta dar con más fragmentos coherentes de narración. De esa forma me puedo perder revelaciones de gran calado sobre la novela, incluso llegar al final sin que ésta haya cobrado gran sentido.
Vale que el términos generales HIERÁTICO es una novela de la serie negra (oscura, oscura, se lo digo yo), y en la serie negra se tiende al feismo y al los personajes crepusculares cuando no directamente acabados, pero incluso en la serie negra se tomaban la molestia de narrar las cosas con un poco de orden y hasta con calma. En este libro no es así, cuando Estebowsky es transportado a un videojuego o sus propios delirios, que no he terminado muy bien de enterarme, la novela deja de ser un divertimento bestia para pasar a ser una calidoscopio en negro sobre blanco.
Para bien o para mal después de tantas vueltas termina como toda buena novela negra que se precie, el bueno se salva, cumple con en encargo y se queda con la chica..., en las novelas negras donde el bueno se queda con la chica, claro. Cuando hay chica.
En fin, lectura ideal si te gusta la psicodelia, el surrealismo y el alucine. Si no, no tanto. E incluso puede que nada.