Estoy en condiciones de asegurar que en pocas ocasiones he terminado un libro tan ojiplático y desconcertado. Se supone que soy un avezado lector de ciencia-ficción y que nada debería sorprenderme. Pues no es así. Uno también tiene su límite y cuando se traspasa surge el confusión y la duda.
A Jeremy Robinson le importa muy poco recrear un escenario creíble para su narración. Como digo he leído ciencia-ficción para aburrir y me he encontrado decenas de escenarios desquiciados y planteamientos a cual más absurdo. Uno más no debería sorprenderme, total, en paralelo con LA RESURRECCIÓN DE ANTÁRTICA me estaba tragando un Warhammer 40K del inefable Ciaphas Cain lleno de orcos de piel verde, bichos cava-piedras y come-hombres, muertos vivientes recubiertos de hojalata y humanos plagados de implantes. Puedo asegurar que me estaba echando para el coleto las aventuras de Ciaphas casi sin darme cuenta. Sin embargo, los monstruos prehistóricos y demonios voladores que Jeremy Robinson inventa para su Antarktos me resultaban tan trabajosos de tragar como un bocadillo de caballa seca.
La premisa de la que parte LA RESURRECCIÓN DE ANTÁRTICA viene a ser que eso de la tectónica de placas está muy bien, tanto que en menos de un mes todo lo que flota sobre el magma del manto superior puede cambiar de lugar sin que la geografía terrestre se altere en gran medida, excepto porque los continentes dejan de estar donde siempre. De repente América del Norte y Europa se apelotonan en el polo Norte, la Antártida pasa a ocupar una agradable posición tropical, es de suponer que Australia acaba en el lugar que antes ocupaba la Antártida, mientras que el resto de continentes y subcontinentes corren a cubrir los pocos huecos que quedan libres en la superficie de la Tierra. ¿Desaforado? Eso no es nada. Una vez que la Antártida para en tan cálidas latitudes toda su costra helada se funde, como por arte de magia empiezan a brotar plantitas por doquier y en menos de otro mes aquello está más espeso que la selva Amazónica (lo que va quedando) e igual de poblado que cualquier centro urbano en hora punta gracias a un fenómeno llamado anhidrobiosis, que viene a ser como una liofilización a lo bestia, de hecho, son bestias llenas de dientes afilados y ceño fruncido las que despiertan tras doce mil años de sueño seco.
Entonces, ¿por qué me resultan más creíbles los monstruos y escenario del Warhammer 40K que los de ANTARTICA? Por un lado está la coherencia interna del universo W40K. Es desaforado, excesivo, disparatado y extravagante, pero coherente dentro de su (i) lógica interna. Se sostiene a si mismo, un detalle apuntala al otro que a su vez sostiene al de al lado. En LA RESURRECCIÓN DE ANTÁRTICA ocurre todo lo contrario. Robinson pretende crear un escenario a la medida de sus necesidades de la peor forma posible, transformando el ya existente de una forma innegablemente espectacular, pero falta de credibilidad, cuestionable hasta por alumnos de primaria y por lo demás atropelladamente y sin gracia. Otros autores prefieren pasar de puntillas sobre estos asuntos y plantan a sus personajes sin más ceremonias en el escenario exótico de turno. Por ejemplo, no había quien se tragara el truco del viaje soñador con el que Edgar Rice Burroughs trasladaba a John Carter a Marte, pero no es menos cierto que aquello era más una figura retórica que ni al autor ni a los lectores interesaba, Burroughs despachaba el asunto en un par de líneas y punto. Los esfuerzos de Robinson por explicar porque todo cambia y de que forma cambia son tan estériles como contraproducentes, y cualquier viso de credibilidad, incluso el que tienen esas novelas desquiciadas, desaparece por completo.
El caso es que la historia sigue con lo que queda de las naciones del mundo mundial inmersas en una atolondrada carrera por la conquista del nuevo continente. Atolondrada carrera es literal. El primero que llegue a lo que antaño fue el Polo Sur se queda con el continente que deberá repartir con sus amiguitos. Aquí la cosa se normaliza un poco, Esta novela no deja de ser la enésima versión de EL MUNDO PERDIDO (la de Conan Doyle, no la de Crichton... bueno, también) y pasa a convertirse en la típica aventura de arrojados exploradores atravesando la jungla y pudiendo con cualquier bicho viviente que les salga al paso. Es la parte más inspirada del libro, pero como lo bueno tiene su fin, los yankis se encuentran con los malvados nephilim, descendientes de ángeles caídos de tan grandes proporciones como maldad y todo vuelve a desquiciarse, con algunos episodios incongruentes y demasiado previsibles, pese a los esfuerzos del autor por dar vueltas y más vueltas de tuerca a esta varilla sin rosca. Hasta se atreve a terminar con moraleja: la familia que masacra unida permanece unida, los yankis son siempre y bajo cualquier concepto los buenos, y los camisas rojas están para palmarla mientras que los protas salen más o menos vivos del trance. Ah, y se da pie a una segunda parte.
Al terminar la novela tenía la sensación de haber visto uno de esos telefims de factura reciente, en los que debido a lo baratos que resultan hoy en día los efectos especiales generados por ordenador, se usa y abusa de estos casi sin tino, introduciendo aquí y allá escenas tan espectaculares como faltas de sentido. Como pasarratos son estupendos, eso es cierto, pero poco más.