Hay películas excelentes que en su día, bien porque fueran poco publicitadas, bien porque su estreno coincidiera con el de otros filmes más rimbombantes, pasaron casi desapercibidas. Este es el caso de ENEMIGO MÍO, la mejor obra de Wolfgang Petersen después de su aclamadísima EL SUBMARINO, y su primera película enteramente americana. Espléndido alegato contra el racismo y la guerra, ENEMIGO MÍO despunta como una de las obras más logradas del cine de ciencia-ficción y alcanza casi la categoría de obra maestra. No debe engañarnos su trepidante comienzo, al más puro estilo space-opera, con espectacular batalla de naves incluida. Eso es sólo la excusa argumental, el mcguffin que diría Hitchcock, para situar a los dos personajes principales en el escenario en el que transcurrirá la mayor parte de la historia: el siniestro planeta inexplorado en el que ambos naufragan, un mundo terrible, lleno de peligros, donde para sobrevivir tendrán que ayudarse mutuamente dejando a un lado el odio y los prejuicios acumulados durante largos años de guerra entre humanos y dracs. Esa convivencia forzosa les hará ver que, a pesar de las diferencias físicas y culturales, en el fondo no son tan distintos.
No voy a desvelar ninguna de las sorpresas que incluye el argumento, por si alguien no la ha visto todavía. Tan sólo comentaré que algunos de los exteriores de la película fueron filmados en Lanzarote. Y a los trekkies, entre los que me cuento desde siempre, hacerles notar la presencia de Carolyn McCormick en el reparto, estupenda actriz que interpretó a la bellísima recreación holográfica llamada Minuet en el episodio NÚMEROS BINARIOS de la primera temporada de Star Trek, TNG.
Estamos, en definitiva, ante una de las mejores películas de ciencia-ficción que se hayan filmado, una obra que merece figurar por derecho propio no ya entre las mejores del cine de ciencia-ficción, sino entre las más destacadas de la historia del cine.