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ICEHENGE: LA MEMORIA PERDIDA
ICEHENGE: LA MEMORIA PERDIDA Kim Stanley Robinson
Título original: Icehenge
Año de publicación: 1984
Editorial: Minotauro
Colección: Biblioteca Kim Stanley Robinson
Traducción: Estela Gutiérrez Torres
Edición: 2004
Páginas: 277
ISBN:
Precio: 16 EUR

Kim Stanley Robinson es sin duda uno de los escritores norteamericanos de ciencia-ficción más conocidos actualmente, en especial por su famosa Trilogía de Marte. Sin embargo, hasta hacía poco y tan sólo había leído de él el relato corto EL GEÓMETRA CIEGO, premio Nebula 1987 y del cual, he de reconocerlo, no recuerdo absolutamente nada. Aunque hace años me regalaron MARTE AZUL, la tercera entrega de su trilogía marciana, al día de hoy todavía no la he leído porque me echa para atrás la perspectiva de tener que bregar con un tocho de más de setecientas páginas, con el añadido de que, en caso de gustarme, a continuación tendría que meterme entre pecho y espalda los otros dos tochos restantes. Conste que utilizo el término tocho en la aséptica y nada peyorativa acepción del DRAE de libro de muchas páginas, ya que difícilmente podría hacer juicio de valor alguno sobre algo que desconozco. Eso sí mi intuición, apoyada en la tozudez de la experiencia, me mueve a sospechar que semejantes mamotretos, con independencia de su posible calidad literaria, por lo general suelen estar completamente rellenos de paja narrativa, algo que no sólo me aburre sino que además me fastidia bastante.

Así pues, cuando cayó en mis manos ICEHENGE, una de sus más conocidas novelas junto con la citada Trilogía de Marte, puedo asegurar que empecé a leerla sin ningún tipo de prejuicios, ni positivos ni negativos, hacia un escritor que era para mí un perfecto desconocido. Además, su extensión —275 páginas con un cuerpo de letra generoso— me salvaba de mi aversión hacia los tochos.

Como es sabido ICEHENGE es un conjunto de tres relatos independientes aunque mutuamente entrelazados, ambientados cada uno de ellos en diferentes etapas del futuro imaginado por Robinson. El leitmotiv narrativo, que da título al libro, es un extraño monumento megalítico, a la imagen de Stonehenge pero labrado en hielo —de ahí su nombre—, que una expedición descubre en el polo norte de Plutón. Puesto que esta expedición era la primera que, al menos oficialmente, llegaba al ahora planeta enano, surge de inmediato la incógnita sobre su incomprensible erección, jugando el autor con diversas teorías, incluyendo la magufa, para intentar explicarlo, siempre desde el enfoque —al menos esto sí es positivo— de los diferentes protagonistas, y no de un omnisciente narrador.

Suena interesante, ¿verdad? La lástima, es que aquí se acaba prácticamente todo lo bueno que puedo decir de la novela, que por cierto me costó trabajo terminar de leer. Y aunque logré vencer la tentación de recurrir a la Gran Patada a la que hacía alusión Francisco José Súñer en la crítica a otra novela de Robinson, lo cierto es que tuve que hacer esfuerzos para vencer la tentación, siquiera por saber cómo se resolvía la trama.

Y me arrepentí, ya que una vez llegado al final me encontré con la desagradable sorpresa de que en él no se resolvía nada en absoluto, limitándose Robinson a jugar con las diversas especulaciones que había estado lanzando, a las que deja abiertas sin decantarse por ninguna de ellas, quedándose el lector con dos palmos de narices... y en mi caso, además, con un cabreo de tamaño familiar y la desagradable sensación de que se me había tomado miserablemente el pelo.

De todos modos ésta fue sólo la traca final ya que, como acabo de comentar, el libro me fue resultando cada vez más cargante según lo iba leyendo. Además, y por si fuera poco, a mi modo de ver cada uno de los tres relatos es sensiblemente peor que el anterior; el primero no estaba mal —aunque tampoco era para tirar cohetes—, el segundo ya comenzó a aburrirme y el tercero me resultó francamente plúmbeo, con independencia de su fallido ¿final?

En otro orden de cosas tampoco me gustó nada el estilo, considerado éste en un sentido amplio, de Robinson, ya que me pareció una extraña mezcla de la ciencia-ficción poética de Bradbury con la presuntamente hard, amén de que resulta inevitable la comparación entre el megalito de hielo y el célebre monolito de 2001 —la novela, por favor, no la película— o, todavía mejor, el del relato EL CENTINELA que constituyó su embrión literario... ganando Clarke, huelga decirlo, por goleada. Y tampoco ayudaron precisamente los resabios buenrrollistas en plan ecológico o de denuncia de lo malos que son los políticos y las grandes corporaciones, algo que ya está muy visto desde los tiempos, por poner un único ejemplo clásico, de MERCADERES DEL ESPACIO.

Si a ello sumamos las interminables y aburridas disquisiciones y las prolijas descripciones de hechos y situaciones anodinos o que podrían haberse resuelto de manera mucho más breve, y la forma en que se cierran en falso no sólo el final definitivo, sino también los de cada uno de los tres relatos, pues qué quieren que les diga...

Otra pega que le encuentro a la novela, aunque de ello no se pueda culpar del todo a su autor, es que incurre en lo que en su día denominé como astronáutica ficción, entendiendo como tal el riesgo que supone recurrir a elementos narrativos actuales que, a poco que nos descuidemos, se quedarán obsoletos apenas publicada la novela. En realidad el término —no así el concepto— es aquí poco apropiado dado que Robinson sitúa la narración en un arco temporal que abarca desde el siglo XXIII al XXVII, lo que no le libra de anacronismos tales como suponer que dentro de 500 años sigue existiendo una Unión Soviética que ya daba sus últimas boqueadas en 1984, fecha de su publicación, y eso sin meternos en detalles sobre la obsolescencia de buena parte de la prolija y, supongo que en su momento documentada, información astronómica que maneja. Se me objetará, y es cierto, que éste es un riesgo que corre cualquiera que escriba un relato de ciencia-ficción, pero no menos cierto es también que bastaría con tener un poquito de picardía para evitar, o al menos dificultar, que te pillen en un renuncio de esta magnitud.

Y desde luego, tampoco ayudó demasiado que la edición española se demorara nada menos que veinte años —hasta 2004— en relación con la original, fecha en la que la citada Unión Soviética existía ya únicamente en los libros de historia; aunque, claro está, de esto no se le puede echar la culpa a Robinson, ni tampoco de los otros doce años más que tardé yo en leerla.

Dice el refrán que el mejor escribano echa un borrón, razón por la que quizá debería darle una segunda oportunidad a Robinson; pero entre que las casi dos mil páginas de la Trilogía de M arte me asustan más que un inspector de Hacienda y que las críticas que he leído de otras obras suyas son en su mayoría más bien tirando a negativas a la par que coincidentes con mi propia opinión, lo cierto es que no puedo decir que me lo pida el cuerpo. Y puesto que hace tiempo decidí, sin necesidad de tener que llegar a extremos como la Gran Patada, que no tenía necesidad alguna de leer nada que no me satisficiera, o que sospechara que pudiera no gustarme, pues qué quieren que les diga; por fortuna, todavía tengo bastante donde elegir sin necesidad de recurrir a Kim Stanley Robinson.

© José Carlos Canalda, (1.214 palabras) Créditos

Kim Stanley Robinson nos presenta, en su primera novela, una historia futurista situada en siglo XXIII. En ella quiere reflejar cómo sería la vida de los hombres si pudiéramos vivir durante mil años a cambio de recordar de nuestro pasado sólo lo abarcable por una vida centenaria. Es un libro muy ambicioso, cargado de especulación y buenas ideas. Pero, a diferencia de obras posteriores de Robinson, autor que por lo visto, le gusta especular sobre cómo sería una hipotética vida en Marte, nos relata la historia de forma muy condensada, desde tres puntos de vista en distintos años, que se centran (en mayor o menor medida) en descubrir qué es y quién ha construido la misteriosa estructura de hielo descubierta en Plutón, conocida como Icehenge.

La primera parte del libro, situada en el año 2248, es el diario de Emma Weil, una experta en sistemas biológicos, que se ve envuelta en el motín de la nave en la que viajaba. Los rebeldes marcianos, cansados de la opresión que ejerce el Comité de la Tierra (los máximos gobernantes), capitaneados por Davydov deciden llevar a cabo un ambiciosos plan con el objetivo de ensamblar varias naves e iniciar un viaje interestelar en busca de un nuevo planeta donde poder comenzar una nueva vida. Emma está ligada sentimentalmente con los amotinados y decide ayudarlos a llevar a cabo su plan. Aún así, la gran duda que le surge es si debe acompañarlos en su viaje hacia un futuro incierto o bien regresar a Marte, su hogar, donde se está llevando a cabo toda una rebelión contra la Tierra.

La siguiente parte de la historia empieza el año 2547 y está narrada por Hjalmar Nederland, un arqueólogo que está convencido que el Comité oculta información sobre la historia marciana, afirmando que realmente hubo una rebelión y que ésta fue cruentamente aplacada. Para ello consigue que autoricen una excavación en la antigua ciudad marciana de New Houston, ahora totalmente destruida y sepultada por la arena marciana, donde se supone que estaba el núcleo de la Rebelión, y donde espera hallar pruebas que sustenten su teoría. Allí descubre el diario de Emma Weil, quedando tan sorprendido con su contenido, que inicia un periplo particular para descubrir más sobre la resistencia y, sobretodo, qué le pasó a Emma. A la vez que también investiga si tienen alguna relación con el Icehenge, una extraña estructura de hielo hallada en Plutón.

El último diario, datado de 2610, está narrado por Edmond Doya, el nieto de Hjalmar Nederland. En él nos relata la historia de su vida, centrada por la fascinación del Icehenge y en descubrir quién o quienes fueron sus constructores. Así pues, nos explica cómo comenzó su cruzada particular, desde su trabajo como friega platos en una estación espacial para costearse la investigación, hasta que consigue que le financien un viaje a Plutón para estudiar in situ, junto a los más destacados científicos y arqueólogos, el misterioso Icehenge.

Una historia aparentemente muy prometedora y cargada de ideas especulativas interesantes, pero que al final no ha acabado de convencerme. Lo que menos me ha gustado es el estilo narrativo de Robinson, con sus descripciones idílicas y poéticas y con un ritmo que no me ha conseguido meter en la historia. Esto ha hecho que me costara mucho concentrarme en el libro y que me resultara un poco aburrido. Hay otros autores que te mantienen pegados al libro página tras página, aunque la historia no sea del todo de tu interés (por ejemplo, como Scott Card). En cambio, en este libro ha sido al revés, quería seguir leyendo porque me interesaba la historia, pero continuamente perdía el hilo. A destacar el uso de los tres narradores para construir una historia larga, ya que la historia no se sobrecarga con demasiadas páginas fútiles y cuenta sólo lo justo.

A pesar de los problemas anteriores, la parte especulativa me ha parecido muy interesante. Sobretodo las reflexiones sobre una vida milenaria, donde la muerte es una algo tan lejano que parece que nunca llegará, aunque para ello tienes que fiarte de tus biografías para saber de dónde vienes y qué has sido durante tus últimos años de vida, y así comprender tu presente. Otro punto de interés es toda la sociedad que crea el autor: el estilo de vida sin oxígeno ni gravedad, un mundo sobre poblado y muy desarrollado tecnológicamente, pero con las miserias y desigualdades de siempre. Tiene algunos toques hard y de space-opera, con viajes interplanetarios, vida en otros planetas y en estaciones espaciales, aunque tampoco se centra mucho detallando tecnología, sino que más bien está más enfocado desde un punto de vista social (tratando temas como la política o la familia).

Lástima que la narración no haya conseguido atraerme del todo y que el final no me haya entusiasmado mucho, pues el libro hubiera podido convertirse fácilmente en uno de mis preferidos.

Para finalizar, cabe destacar la cuidada edición que ha hecho Minotauro. Desde la portada, pasando por el excelente formato del texto usado (aprovechando las páginas en toda su extensión, sin resultar incómodo), hasta el precio. Lástima de algunos errores tipográficos esporádicos. Y no os dejéis engañar por el tamaño: el libro es más largo de lo que ha primera vista aparenta.

© Luis García, (875 palabras) Créditos
Publicado originalmente en mayo 2004 en El Archivo de Brint
CC by-nc-nd 4.0 Ésta licencia sólo ampara el artículo firmado por Luis García