LA CIUDAD DESNUDA
LA CIUDAD DESNUDA EE. UU., 1948
Título original: The Naked City
Dirección: Jules Dassin
Guión: Malvin Wald y Albert Maltz
Producción: Mark Hellinger para Mark Hellinger Productions/Universal
Música: Miklos Rózsa y Frank Skinner
Fotografía: William H. Daniels
Duración: 96 min.
IMDb:
Reparto: Barry Fitzgerald (Teniente Daniel Muldoon); Don Taylor (Detective James Halloran); Howard Duff (Frank Niles); Dorothy Hart (Ruth Morrison); Frank Conroy (Capitán Donahue); House Jameson (Dr. Stoneman); Adelaide Klein (Señora Batory); Grover Burggess (Señor Batory); Ted De Corsia (Willie Garzah); Tom Pedi (Detective Perelli); Enid Markey (Señora Hylton); Ann Sargent (Señora Halloran); Mark Hellinger (Narrador)

Sinopsis

Una calurosa madrugada neoyorkina la modelo Jean Baxter es asesinada a sangre fría por dos hombres. El teniente de homicidios Daniel Muldoon se hace cargo del caso, con la ayuda de un joven y competente detective, Jimmy Halloran. Mientras los policías tratan de desentrañar los motivos que condujeron a la muerte de la chica y de encontrar a sus asesinos, la vida cotidiana sigue como si tal cosa en el corazón de la populosa urbe.

LA CIUDAD DESNUDA es uno de los títulos más relevantes del cine negro, pues representó una auténtica revolución en el modo de rodar. Por primera vez en la historia del cine se filmaba una película casi por completo en escenarios naturales, huyendo de la artificiosidad de los decorados, que sólo fueron empleados en contadas ocasiones. Henry Hathaway ya había rodado buena parte de LA CASA DE LA CALLE 92 (HOUSE ON 92dn STREET, 1945), 13 RUE MADELINE (Ídem, 1946) y YO CREO EN TI (CALL NORTHSIDE 777, 1 948) a pie de calle, pero eso obedeció más a sus intereses de renovación estética que a otra cosa. Hathaway en ningún momento pretendió filmar la realidad cotidiana de las urbes americanas, sino tan sólo conferir algo más de realismo a las historias que ponía en pantalla. Dassin, por el contrario, quería realizar un film realmente innovador, enfatizando aún más la crítica social característica de todo film noir que se precie. Con la excusa de la resolución del homicidio de Jean Baxter, Dassin aspiraba a rodar una película sobre los contrastes sociales de la Gran Manzana, ofreciendo una mirada crítica de los mismos. Ante las reticencias de la Universal, que temía que la cinta contuviese algún tipo de propaganda izquierdista, ya que uno de sus guionistas era Albert Maltz, bJules se encomendó al productor, Mark Hellinger, para que éste defendiera el film frente a los poderosos Estudios. Por desgracia Hellinger murió repentinamente, y Dassin tuvo que ver cómo su obra era montada de nuevo, con abundantes cortes que contribuyeron no poco a desnaturalizarla. A pesar de ello, LA CIUDAD DESNUDA sigue siendo un film extraordinario y muy influyente, gracias a su novedoso enfoque y a su concepción neorrealista. Cabe preguntarse qué cotas de perfección habría alcanzado, si se hubiesen respetado el aliento crítico y la postura ideológica del montaje original de Dassin. En todo caso, LA CIUDAD DESNUDA es un excelente ejemplo de cómo tomar el pulso cinematográfico a una ciudad y su entorno, al tiempo que se presenta una magnífica historia de ficción. Dassin documenta a la vez el trabajo policial y la vida diaria de Nueva York, mostrándonos la realidad de las zonas de la ciudad por las que se mueven los policías, y ofreciéndonos un retrato del amplio abanico de personajes reales que pueblan la urbe. Por otra parte, LA CIUDAD DESNUDA se diferencia de otros films negros por su realista forma de presentar a los policías, en todo momento descritos como personas normales y corrientes, muy alejados del estereotipo heroico común a otras producciones.

Es de resaltar la estupenda fotografía en blanco y negro de Daniels, fotógrafo predilecto de Greta Garbo, que utilizó cámaras portátiles ligeras para rodar en la calle, y recurrió con frecuencia al empleo de objetivos de gran angular, con el fin de registrar el máximo detalle en las secuencias callejeras.

La película fue inspirada por el trabajo del fotógrafo Arthur H. Fellig, alias Weegee, famoso por sus instantáneas de escenas de crímenes cometidos en Nueva York, lugares a los que llegaba a menudo antes que la mismísima policía. Weegee también realizó, a lo largo de su carrera, miles de fotos de la ciudad, las mejores de ellas publicadas en un libro que se tituló, precisamente, The Naked City. La colección de fotografías reunidas en la obra buscaba conformar una visión realista de Nueva York y poner de manifiesto la esencia de la inmensa urbe. La influencia del trabajo de Weegee en LA CIUDAD DESNUDA se evidencia no sólo en el título del film, sino en la composición de los encuadres, que remiten a numerosas instantáneas de tan singular fotógrafo. Weegee, todo un personaje en su época, revolucionó el fotoperiodismo. Su vida y milagros fueron llevados a la pantalla, de forma un tanto libre, en la estimable EL OJO PÚBLICO (THE PUBLIC EYE, Howard Franklin, 1992), donde Joe Pesci realizó la que no dudo en calificar como una interpretación modélica.

Los créditos iniciales desaparecen, y en su lugar escuchamos la voz en off del narrador, que no es otro que Mark Hellinger, que nos explica quiénes y por qué han hecho esta película. Este comienzo marca el carácter innovador del film, y, en cierto modo, viene a significar la reafirmación de la autoría del mismo por Hellinger, por encima incluso del director. Porque LA CIUDAD DESNUDA debe considerarse el testamento fílmico de un hombre que dedicó su vida al cine.

Hellinger, periodista que trabajó para los rotativos neoyorkinos Daily News y Daily Mirror, entró en los años 30 en el departamento de escritores de la Warner Bros. Escribió un relato original para el cine, que sería llevado a la pantalla por Raoul Walsh en LOS VIOLENTOS AÑOS VEINTE (THE ROARING TWENTIES, 1939), un éxito que facilitó su ascenso a productor, aunque al principio desarrolló esas funciones con carácter adjunto. Colaboró en otros dos exitosos films de Walsh, LA PASIÓN CIEGA (THE DRIVE BY NIGHT, 1940) y EL ÚLTIMO REFUGIO (HIGH SIERRA, 1941), alcanzando el estatus de productor principal a partir de 1942. Hellinger, dotado de un talento y una intuición poco comunes entre los productores de Hollywood, dudaba que ALMA EN SUPLICIO (MILDRED PIERCE, Michael Curtiz, 1945) pudiera funcionar bien, tal y como estaba concebida. Según él, no era más que un melodrama del montón, sin ningún interés, pero podía mejorarse, y sugirió el añadido del asesinato. Los responsables de la Warner le hicieron caso, y la película, reconvertida en un verdadero film noir, devino en un gran éxito que representó para Joan Crawford el Oscar a la mejor actriz. Su última cinta como productor para la Warner fue LAS DOS SEÑORAS CARROLL (THE TWO Mrs. CARROLLS, Peter Godfrey, 1945).

Decidido a producir un cine negro de gran calidad, definido por el progresismo ideológico, Hellinger creó su propia empresa, la Mark Hellinger Productions, firmando un contrato de distribución con la Universal. Desgraciadamente, su etapa como productor independiente sólo duraría un par de años, pues falleció el 31 de diciembre de 1947, pocos meses antes del estreno de LA CIUDAD DESNUDA. Pero en esos dos años Hellinger produciría tres de los títulos más emblemáticos del cine negro, una trilogía que le aseguraría un puesto de honor entre las figuras más destacadas de ese movimiento cinematográfico irrepetible: FORAJIDOS (THE KILLERS, Robert Siodmak, 1946), FUERZA BRUTA (BRUTE FORCE, Jules Dassin, 1947) y la película que nos ocupa. La influencia de Hellinger se prolongó más allá de su muerte, pues en el momento de fallecer ya tenía muy avanzada la producción de EL ABRAZO DE LA MUERTE (CRISS CROSS, Robert Siodmak, 1949), que la Universal cuidó de que fuese rodado casi casi como él había previsto. Otros dos proyectos de Hellinger, retomados por otros profesionales, fueron ACTO DE VIOLENCIA (ACT OF VIOLENCE, Fred Zinnemann) y LLAMAD A CUALQUIER PUERTA (KNOCK ON ANY DOOR, Nicholas Ray), ambas de 1949. La repentina muerte de Hellinger, cuando contaba tan sólo 44 años de edad, impidió que el ominoso Comité de Actividades Antiamericanas se cebase en su persona, aunque las películas que produjo sí que fueron examinadas con lupa. Pero, en cierta manera, Hellinger logró imponerse sobre los analfabetos inquisidores maccarthystas incluso después de muerto. Humphrey Bogart entró a formar parte de la Mark Hellinger Productions en 1947, y cuando Hellinger falleció se las arregló para reconvertir la empresa en su productora independiente, Santana, nombre de su barco, que se utilizó en el rodaje de CAYO LARGO (KEY LARGO, John Huston, 1948). La pequeña productora de Boggie logró mantener durante algún tiempo el espíritu crítico de esa figura señera del mejor noir que fue Mark Hellinger, un hombre que se ganó a pulso la veneración de varias generaciones de cinéfilos.

En cuanto a LA CIUDAD DESNUDA, y aunque en última instancia Jules Dassin renegara de ella, conserva mucho del carácter que su director quería imprimirle. Se convirtió de inmediato en una cinta de referencia no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa, y sus innegables valores fueron reconocidos sobre todo por los neorrealistas italianos, que tomaron buena nota de sus hallazgos estéticos. Es indudable que los tijeretazos y el montaje impuestos por la Universal le han restado calado crítico, pero resulta una cinta más que llamativa por su inventiva visual, un film fresco y audaz a un tiempo, que apenas muestra desequilibrios entre sus vertientes ficticia y documental.

Por otra parte, la notable influencia que mencionaba antes puede rastrearse en títulos como BULLITT (Ídem, Peter Yates, 1967), FRENCH CONNECTION (Ídem, William Friedkin, 1970), HARRY EL SUCIO (DIRTY HARRY, Don Siegel, 1972) o LOS NUEVOS CENTURIONES (THE NEW CENTURIONS, Richard Fleischer, 1973), todas ellas películas muy diferentes entre sí, pero deudoras del esquema visual de LA CIUDAD DESNUDA, convenientemente remozado y puesto al día por sus directores.

Sin duda una de las cintas capitales del noir, LA CIUDAD DESNUDA, preservada para la posteridad en la Biblioteca del Congreso de los Estados unidos, es una auténtica e irrepetible joya del Séptimo Arte. Una película para paladear lentamente, como si de un buen vino se tratase. El mejor film de ese maestro que fue Jules Dassin.

© Antonio Quintana Carrandi, (1.586 palabras) Créditos