Sinopsis
Dennis O´Brien y Tony Genaro, agentes especiales del Departamento del Tesoro, deben infiltrarse en una organización criminal dedicada a la falsificación de papel moneda. Tras preparar minuciosamente sus nuevas personalidades como delincuentes, consiguen ser admitidos en el clan Vantucci. Su peligrosa misión consiste no sólo en obtener pruebas para acabar con la banda de falsificadores, sino en descubrir la misteriosa identidad de su jefe supremo. Los gángsters acaban descubriendo que Genaro es un agente federal, y éste se sacrifica para proteger a su compañero, que deberá seguir adelante en solitario con la misión.
Anthony Mann es recordado hoy día sobre todo por sus espléndidos westerns, muchos de ellos con el gran James Stewart como protagonista, pero en los inicios de su carrera cultivó el cine negro en producciones modestas, pero muy notables. El establecimiento de Mann como realizador coincidió con una época en la que el cine negro se alimentaba de la denominada corriente procedural, que por aquel entonces había adoptado un aire verista y semi-documental, en consonancia con los principios cinematográficos auspiciados por Louis de Rochemont, importantísimo productor que trabaja para Twentieth Century Fox. En los años 30 ya se habían realizado algunas películas policiacas ofrecidas desde el punto de vista de los agentes del orden, las más famosas de las cuales fueron CONTRA EL IMPERIO DEL CRIMEN (G-MEN, 1935) y BALAS Y VOTOS (BULLETS OR BALLOTS, 1936), ambas de William Keighley, cintas que, sin renunciar a los aspectos críticos que caracterizaban el cine de gángsters, se decantaban decididamente por una línea progubernamental. Pero fue en los años 40 cuando empezaron a producirse masivamente filmes negros en los que se exaltaba la labor de las autoridades, cintas dotadas de una considerable carga didáctica, destinada a presentar al público los métodos de investigación seguidos por las fuerzas policiales. Esta vertiente del cine negro venía a contentar a los que, como John Edgard Hoover, director del FBI, se habían quejado por la mitificación del gangsterismo que, en su opinión, propiciaban ciertas producciones de Hollywood. Hoover y los que pensaban como él tenían bastante razón, y en consecuencia la industria cinematográfica tomó cartas en el asunto, produciendo un buen puñado de películas policiacas en las que los agentes del orden asumían un positivo protagonismo. Aunque los cinéfilos más puristas alegan que con tal proceder se perdió mucho de la crítica social que había caracterizado hasta entonces al cine negro, lo cierto es que la línea procedural dio a este movimiento fílmico algunos de sus títulos más notables, como la excelente LA CASA DE LA CALLE 92 (HOUSE ON 92nd STREET, 1945) y 13 RUE MADELINE (Ídem, 1946), las dos de Henry Hathaway, o la ya reseñada por mí ORDEN: CAZA SIN CUARTEL (HE WALKED BY NIGHT, Alfred L. Werker / Anthony Mann, 1947).
Si algo caracteriza los geniales pero poco reivindicados films negros de Mann es su verista y descarnado retrato del hampa estadounidense de aquel tiempo. Con una notable economía de medios, Mann ofrece en LA BRIGADA SUICIDA una lúcida mirada sobre el submundo delincuencial de finales de los 40, poniendo el énfasis en la profunda degradación de los que viven inmersos en el delito, y contraponiéndolo a la abnegación y rectitud de los agentes de la ley, algunos de los cuales, como Genaro, dan su vida en el cumplimiento de su deber. Aunque a determinados críticos no muy avezados les moleste lo que denominan como excesivo tono propagandístico del film, lo cierto es que LA BRIGADA SUICIDA no es en absoluto una cinta maniquea. Sin renunciar en ningún momento a las características típicas del mejor film noir, y otorgando a la vez ciertas concesiones a la política del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, en forma de descripción pormenorizada de sus métodos de actuación y su innegable buen servicio a la sociedad, Mann consiguió realizar uno de los títulos más notables del cine negro puro. No es, como han afirmado algunos indocumentados, un exaltado panegírico sobre las actuaciones del Departamento del Tesoro
, sino una cuidada cinta negra que describe fielmente cómo es el submundo del delito y el valor y el sacrificio de los que luchan contra él. Porque, si bien es cierto que muchas personas se ven empujadas a delinquir por la miseria, la desesperación y determinadas injusticias sociales, también lo es que la gran mayoría de los delincuentes, de todo tipo y condición, lo son porque así es su naturaleza, y no pueden ser considerados en ningún caso como víctimas de los fallos de la sociedad, como postula la corrección política imperante hoy día. En este sentido, podría decirse que el cine negro de temática procedural, afín a los postulados gubernamentales y de las fuerzas del orden, cumplió una función social, contribuyendo no poco a concienciar a los estadounidenses sobre lo que realmente representaba el gangsterismo.
El aire semi-documental de LA BRIGADA SUICIDA les resulta incómodo a ciertos críticos, pero confiere gran interés al film y es congruente con la historia que éste relata. Esto aparte, la cinta de Mann destaca por su notable brío narrativo, así como por su inquietante atmósfera sórdida, que contribuye en buena medida a desmitificar a los outlaws
(fuera de la ley), ninguno de los cuales tiene aquí ni el más ligero toque romántico, siendo descritos como realmente son la inmensa mayoría de los delincuentes en la vida real. La estética expresionista, ideada por ese genio de la fotografía cinematográfica en B/N que fue John Alton, con profusión de sombras tenebrosas parcialmente rasgadas por ramalazos de luz, acentúa la impresión de sordidez y dota a la película de un aire trágico. Mann recurre con frecuencia a los planos de conjunto y los soberbios contrapicados, en una muestra de su sabia creatividad fílmica. LA BRIGADA SUICIDA se erige así, tanto por la historia que relata como por la manera en que está hecha, como uno de los ejemplos más notables e imperecederos del mejor film noir semi-documental.