Sinopsis
A Joyce Willecombe, que viaja en el tren hacia Chicago, le inspiran desconfianza dos hombres que han subido al mismo, sobre todo cuando ve que uno de ellos lleva un revólver. Aprensiva, pone al tanto de sus sospechas al revisor, y aunque en principio éste no le hace caso, opta por avisar al jefe de policía de la Estación Unión de Chicago, el teniente Calhoun. Cuando el tren llega a la ciudad, Calhoun, un poco escéptico al principio, organiza un discreto seguimiento de los sospechosos que acaba con la muerte de uno de ellos. Ante la evidencia de que se hallan ante el secuestro de la hija ciega de Henry Murchison, Calhoun solicita ayuda al inspector Donnelly, iniciándose una angustiosa carrera contra reloj para rescatar con vida a Lorna Murchison.
Para ti, que me pasaste una excelente copia de la película.
Antonio

Una de las vertientes más interesantes del cine negro americano es la procedural, surgida como respuesta a la línea argumental en la que primaba la corrupción del sistema policial, judicial, político e incluso social, y en la que se expresaba una escasa fe en la administración de justicia. El responsable directo de esta nueva vía del cine policiaco no fue un cineasta, sino el jefe de una de las organizaciones más míticas en la lucha contra el crimen: el FBI. En efecto, John Edgard Hoover estaba más que harto de la mitificación del gangsterismo en el cine, por lo que decidió contraatacar promoviendo una serie de films protagonizados por los agentes de la ley, principalmente sus hombres, en la que se hiciera hincapié en la superioridad moral de los mismos y que sirvieran, a la vez, de eficaz contrapunto contra la perniciosa corriente imperante por aquel entonces en el cine de gangsters. Hoover, que ansiaba promocionar el FBI como un organismo limpio, cuyos miembros no sólo eran jóvenes y muy capacitados, sino incorruptibles, ofreció su colaboración a cierto sector de Hollywood hallando un eco entusiasta, pues buena parte de la comunidad hollywoodense estaba cansada de que los fuera de la ley resultaran tan atractivos para el gran público. El más ferviente colaborador de Hoover fue William Keighley, director que filmaría nada menos que tres obras maestras del cine negro, a mayor gloria de las fuerzas gubernamentales. CONTRA EL IMPERIO DEL CRIMEN (G-MEN, 1935), AGENTE ESPECIAL (SPECIAL AGENT, 1935) y BALAS Y VOTOS (BULLETS OR BALLOTS, 1936) significaron el despegue estelar de una nueva variante del noir, ciertamente muy criticada por el ala más progresista de la Industria, pero de notable éxito popular. Tras estos memorables films se produjo una eclosión de títulos que otorgaban protagonismo a los integrantes de las fuerzas del orden, si bien es cierto que el cine negro, en general, siguió mostrando predilección hacia los argumentos más críticos con el sistema.
Dentro de esa línea procedural de la que hablaba antes merece capítulo aparte Rudolph Maté (1898-1964), un cineasta que, como tantos otros, está considerado por la mayoría de los críticos un competente artesano y poco más, olvidando que entre su vasta producción como director se encuentran joyas del calibre de CON LAS HORAS CONTADAS (D.O.A., 1950) en el cine negro, y CUANDO LOS MUNDOS CHOCAN (WHEN WORLDS COLLIDE, 1951) en el de ciencia-ficción, por citar sólo dos ejemplos representativos. Es cierto que Maté no fue lo que se dice un genio, si se le compara con Ford, Hitchcock o Hawks por ejemplo, pero sí que fue un realizador con garra, sentido del ritmo y del espectáculo. Su cine, sin ser tan personal como el de los maestros mencionados, tenía un sello especial que lo distinguía de otros directores más rutinarios. Antiguo jefe de fotografía —suya es la de GILDA (Idem, Charles Vidor, 1946) por ejemplo—, poseía un bagaje profesional del que otros colegas suyos carecían, además de un instinto natural para saber qué clase de historias podían resultar exitosas. Desde TENÍAS QUE SER TÚ (IT HAD TO BE YOU, 1947), dirigida al alimón con Don Hartman y protagonizada por Ginger Rogers y Cornel Wilde, hasta EL LEÓN DE ESPARTA (THE 300 SPARTANS, 1962), con Richard Egan, Ralph Richardson y Diane Baker, su filmografía es pródiga en cintas quizás no geniales, pero sí eficaces y de gran éxito. Entre los citados figuran títulos tan emblemáticos como su segunda cinta como director, ya en solitario, CERCO DE ODIO (THE DARK PAST, 1948), su primera incursión en el cine negro, a la que seguirían ESTACIÓN UNIÓN (UNION STATION) y la ya citada aquí CON LAS HORAS CONTADAS (D.O.A.), ambas de 1950. En todo caso, no es casual que sus segunda, tercera y cuarta películas se circunscribieran al noir, movimiento que tuvo gran importancia en su carrera, no en vano es recordado principalmente por estos films. Pero en su trayectoria profesional encontramos western tan contundentes como MARCADO A FUEGO (BRANDED, 1950) o ASEDIO EN RÍO ROJO (SIEGE AT RED RIVER, 1954), además de una pléyade de cintas de diversa temática, que funcionaron bastante bien en taquilla. Rudoplh Maté no puede ser considerado, por tanto, como un simple artesano, pues en apenas una década y media como director demostraría con creces su valía, alumbrando una serie de films que acabarían deviniendo en clásicos del séptimo arte.

En cuanto a ESTACIÓN UNIÓN, nos encontramos ante un ejemplar film noir de temática procedural, beneficiado por una sobria puesta en escena, un guión tenso, muy trabajado, y un reparto excelente. En su segunda aproximación como realizador al cine negro, Maté lleva a la pantalla Pesadilla en Manhattan, novela de Thomas Walsh ganadora de un premio Edgard, si bien opta por adaptarla en vez de ser completamente fiel al texto original. En la novela la víctima del secuestro es un niño, en vez de una adolescente ciega. También se cambió la ubicación de la acción, que pasó de la Estación Gran Central de Nueva York a la Estación Unión de Chicago, si bien el film se rodó casi íntegramente en la terminal del mismo nombre de Los Ángeles.
ESTACIÓN UNIÓN bebe de las fuentes primigenias del noir en cuanto a escenarios e iluminación se refiere, pero es un ejemplo sólido de la línea pro-gubernamental inaugurada por Keighley. Beacon, el villano de la función, es malvado por los cuatro costados no porque ciertas circunstancias de su pasado le empujen a ello, sino porque así es su carácter. En esto se diferencia de otros villanos del cine negro, cuyos crímenes, por muy infames que fuesen, tenían una cierta justificación en función de las penalidades que éstos habían padecido. Y lo mismo puede decirse de sus cómplices, excepción hecha de Margue, interpretada por la siempre eficaz Jan Sterling, que acaba descubriendo por las malas la clase de tipo que es Beacon. En el otro lado se encuentran las fuerzas de la ley, de las que en todo momento se da una visión positiva, personalizada en ese policía del ferrocarril, adusto pero de buen corazón, interpretado por Willian Holden. Barry Fiztgerald, por su parte, repite el entrañable rol de policía irlandés que ya bordara en LA CIUDAD DESNUDA (THE NAKED CITY, Jules Dassin, 1948), si bien bajo otro nombre ya que la acción se sitúa en Chicago. Aunque hay algunos toques críticos a la labor policial, éstos se hayan lo suficientemente diluidos en el contexto general del relato para resultar casi irrelevantes. Esto último, aunque provocó las críticas de ciertos especialistas no muy rigurosos, es vital para una perfecta comprensión del mensaje que quiere transmitir Maté: es cierto que mucha gente es empujada al crimen por la injusticia, la miseria y la desesperación; pero también lo es que existen personas que, como el Beacon a quien da vida magistralmente Lyle Bettger, son malas simplemente por naturaleza.

La chica de la película, si exceptuamos a la Lorna Murchison interpretada por Allene Roberts y cuya función parece ser exclusivamente la de gritar, es una maravillosa Nancy Olson, actriz de muchos recursos interpretativos y gran belleza. La Olson, sin llegar a ser una gran Estrella, fue una de las intérpretes mejor valoradas en la Industria y de más éxito popular, a lo que sin duda contribuyo su habilidad para encarnar a mujeres corrientes como la Joyce Willecombe de este título genial. El resto del elenco lo completa un abanico de estupendos actores de reparto, rostros conocidos pero de nombres ignotos, que se reparten los diversos papeles y entre los que cabe mencionar a los que encarnan a los detectives ferroviarios.
ESTACIÓN UNIÓN mantiene la tensión en todo el metraje hasta su vibrante resolución final. La dirección de Maté es sobria y efectiva a un tiempo, y la fotografía, a la que sin duda contribuyó el realizador, realza soberbiamente esta pieza inigualable del mejor noir. Disfrutémosla.