El truco de Lem es ingenioso, hay que reconocerlo, aunque no original —cualquier borgiano de pro lo sabe—: eres escritor y tienes una idea, una tesis sobre la que edificar un libro, pero o bien estás demasiado cansado o falto de tiempo como para ponerte a escribirlo en serio, o bien las implicaciones que se derivan de tus tres o cuatro conceptos básicos son demasiadas y demasiado hondas, conque siendo riguroso desarrollarlas plenamente te conduciría a un libro difícil y complejo, ambicioso y largo, quién sabe si no también frustrante, cuando en verdad lo único que pretendes es dar salida a una idea central aderezada con unos pocos más adláteres y jugosos conceptos. De modo que renuncias al libro, renuncias a ser escritor, en su lugar haces como si el libro, tu libro, ese libro que por cualesquiera desconocidos motivos no has querido o podido escribir, lo hubiese escrito otro
, y tú cambias la indumentaria del escritor por la máscara veneciana del crítico de libros inexistentes, y así, de este modo, cabe decirlo, ante todo rápido
, sobre todo práctico
, mientras simulas que haces una reseña de un libro que nadie podrá leer ya que no está más que en tu mente, perfilas, dejas caer entre mentira y mentira las líneas maestras que dan cuerpo a tu pensamiento inicial, el que puso en marcha toda la maquinaria hacia todo esto que a la postre saldría a las librerías bajo el título de PROVOCACIÓN.
Y la tal provocación a la que alude el título no es otra que aquella que ya en su tiempo pronunciara Hobbes, ya sabéis, aquello mando de que el hombre es un lobo para el hombre
, o en palabras del propio Lem: El libro sólo puede deprimir a los que todavía se hacen ilusiones sobre la naturaleza humana
(pág. 153) Esta es la provocación
del autor y a la vez la bofetada, es consciente, para todos aquellos que, por volver a los antaños tiempos de batalla dialéctica de Hobbes, comulgan con el bando contrario, es decir, el de Rousseau, quienes, ingenuos y en consecuencia bastante ciegos, abren sus puertas a algún tipo de esperanza, tomando además, lo que no es poco confiar, al hombre como cimiento sobre el que apuntalarla.
La reseña del segundo de los dos libros impostados por Lem, UN MINUTO HUMANO, habla bien a las claras sobre esto: Hay menos formas de ayudar a los demás que de perjudicarles, porque es así la naturaleza de las cosas, no el método estadístico. Nuestro mundo no está a medio camino del infierno y del cielo: parece estar mucho más cerca del primero
(pág. 155) Esa naturaleza de las cosas
de la cual, como especie, formamos parte y a cuya cumbre hemos querido —y pretendido, cuestionable si logrado— subir, para desde allí enseñorearnos como singular logro de la evolución, dicta que por mucho que los números, la estadística, la querida e incuestionable ciencia
, ramificado fruto de nuestra inteligencia
sin par, sea capaz de calcular, por ejemplo, cuántos mueren cada minuto en la Tierra y el modo en que lo hacen; o cuántos litros de esperma son eyaculados en ese mismo minuto, y que éstos —los litros—, ya es curioso, sean cuales sean las condiciones y los millones de almas, acaben sumando relativamente lo mismo cada minuto, cada día, cada año, nada en cambio puede adelantarnos sobre qué acción está a punto de realizar un individuo concreto y cualquiera en no sabemos qué recóndito lugar. En resumidas cuentas, la ciencia, o la matemática, como prefieran, es una herramienta lo suficiente potente como para calcular cuántos homicidios se están ejecutando a lo largo y ancho de la Tierra en un solo segundo, pero nada puede decirnos acerca de qué conduce a esos hombres al asesinato, como tampoco echar luz alguna sobre qué se cuece en sus mentes para tal acto. Como dice Lem: Resulta que la pregunta acerca de cuántas mentes hay en un hombre así, no tiene respuesta, y precisamente esto es lo real y fantástico
(pág. 120) La ciencia se nos queda pequeña, no es suficientemete divina
, ni fantástica
pese a su poder, sus poderes
, puesto que los fantásticos somos nosotros, los hombres, capaces de erigir este mundo cada día más difícil y complejo, más y más caótico, nada teológico ni geométrico
, como hubiese dicho el magnífico personaje de Kennedy Toole, Ignatius Reilly Por esto un libro inexistente como UN MINUTO HUMANO, que pretende a través de la ciencia estadística describir al extremo —¿la perfección?— un completo minuto de la entera Humanidad es en sí también provocación
a la par que estupidez: Lem se encarniza a gusto sobre él con el claro objetivo de endiosar el caos, verdadera divinidad regidora del Cosmos en el cual estamos inmersos. Y de paso, como banderillas en lomo de toro, aprovecha para soltar algunas que otras picantes pullas contra la sociedad occidental.
Como por ejemplo la ley de Lem: Nadie lee nada, si lee, no comprende nada; si comprende, lo olvida enseguida
(pág. 112) que no es otra cosa que un dardo envenenado justo en el centro de este ideal de sociedad que entre todos hemos querido inventarnos, esta Nueva Utopía
—como el mismo autor la denomina—, en la que prima el correr mucho para no tener tiempo de nada que no sea comprar y acumular compulsivamente, mesmerizados por la publicidad martilleante: lanzarse en zambullida a un vivir celéreo e irreflexivo que no deje tiempo ni ganas para interrogantes, ya que al no existir respuestas para ellos, ni a ojos vista nuestra entronizada ciencia presenta visos de poderlos responder, mejor abandonarse a la corriente del compro, luego existo
, y todo lo que no sea eso es carta de ajuste.
Otro acerado dardo se lo reserva para la literatura de ciencia-ficción, que siempre fue la suya, pero de la que al tiempo fue tan audaz crítico: El libro es sin duda verdadero y fantástico, si consideramos fantástico, como hago yo, todo lo que desborda la capacidad última de nuestro entendimiento. No todos estarán de acuerdo conmigo, pero tengo que ser fiel a este juicio al ver como causa de la miseria de la literatura fantástica actual (la ciencia-ficción) el hecho de que es demasiado poco fantástica, al contrario de la realidad que nos rodea
(pág. 119) Por si la cita no acabase de mostrarse para algunos suficientemente clara e hiriente, téngase en cuenta que el autor, cínico a más no poder, está dejando la literatura fantástica contemporánea a la altura del betún, por comparación, a través de un libro impostado cuyos postulados a la postre, no lo obviemos, no acaban de merecerle demasiado respeto. Sobre el particular creo sobran más comentarios.
Pasemos pues a la siguiente provocación
, que en el libro, no obstante, es la primera, y viene a cuento de la reseña de otro libro que jamás se escribió: EL GENOCIDIO de Horst Aspernicus, quien, como supondrán, jamás existió. En este caso quienes se sentirán provocados, horrorizados incluso, ante las ideas que Lem pone en boca de su autor inventado, es la de que el Holocausto fue un fenómeno singular
, un desgraciado caso aparte sin precedentes y que jamás ha de volverse a repetir. Rousseau vuelve a perder la partida ante el siempre escéptico Hobbes, ya que, como arriba repetimos, el mal, antes que el bien, es el mejor atajo a cualquier parte. Y si hay parte
, lugar, océano al que todos los ríos, todas las vidas tienden, ése es sin duda La Muerte, fin último de todo tránsito.
Si el caos es Dios, la Muerte es su brazo ejecutor en la Tierra, y lo queramos o no, se abrirá paso entre la vida, sobre la vida
, a hachazos, tempestades, pestes, guerras… incluso genocidios si hace falta. La Muerte es tan mitad esencial de la existencia como la Vida, no se comprende una sin la otra, ni ésta podría ser si no estuviese seguida de aquélla: La exterminación de pueblos o grupos étnicos enteros constituía una arte integral de la leyes de guerra en la antigüedad (…) En Cambio, la civilización contemporánea se revela como un movimiento apuesto a la muerte (…) Especialmente en los ‘países del bienestar’ la asistencia social reducía la pobreza, las epidemias, las enfermedades, saturando la vida de comodidades, pero todos estos progresos terminaban con la muerte
(pags. 79-81) Lo que, hablando en plata, provocó que la muerte, desplazada de su lugar natural por el sediento afán de vida del hombre, tuviese que buscarse las habichuelas por sí misma para volver a ocupar su palestra, reentronizarse
, como dice Lem. Y qué mejor salida que la guerra, la matanza, la carnicería, para volver de nuevo a las portadas de los periódicos. Y ya inmersos en la guerra, por qué no un genocidio. ¿Qué provocación? ¿no? sin duda… sin duda… Tápense los ojos, las bocas, las orejas, hagan como los avestruces, cobardes, ingenuos, la cabeza bajo tierra, pero no por mucho esconderse van a desaparecer, ahí las tienen de nuevo, constantemente, las guerras, que han cambiado, han abandonado los uniformes, pero en esencia siguen siendo igual. ¿El Holocausto una desgraciada excepción? Lem publicó este libro en 1984, y ya en él no sólo mentaba el genocidio, también hablaba del terrorismo coma una especie de insoslayable consecuencia de aquél. Y miren: el 11-S, el 11-M, ¿y lo de Londres en qué cayó? … en siete si no recuerdo mal. Los Balcanes, Somalia, Afganistán, Irak, el Líbano… Por cada médico que salva un enfermo de cáncer, la Muerte, desplazada, cabreada, se busca su sitio, porque no en vano el instinto de matar, de asesinar forma parte de nuestra esencia, no ya como fenómeno cultural, sino natural. Y de ahí lo de Hitler y los judíos, y lo de Milosevic y las limpiezas étnicas, y lo de Fulanito y las muchas muertes que de su mano vendrán.
De ahí también, en suma, esta Provocación: en sus manos está el poner o no el grito en el cielo y echarse las manos a la cabeza, quién sabe si no, en el camino, tapándose los ojos para siempre….
PROVOCACIÓN de Stanislaw Lem, Editorial Funambulista, 2005.
LA HOGUERA DE LAS VANIDADES de John Kennedy Toole.
EL GENOCIDIO
El asunto se convirtió en un misterio, como siempre que el hombre hace algo que lo sobrepasa física y mentalmente. Sin embargo hay que adentrarse en esa zona aterradora, no tanto por la memoria de las víctimas como por el respeto a los vivos. Este doctor alemán, antropólogo e historiador, dice aquí lo siguiente: «Estimado lector, corres el riesgo de que se descarrilen tus pensamientos. Quien opina como yo, se arriesga a que lo tomen por moralista. Porque quiere sulfurar las conciencias, para que no se calmen nunca, para que la cultura, en un acto de autodefensa, no se cicatrice con una costra insensible, designando, por razones de conveniencia, unos días de aniversario para vestirnos de luto
En PROVOCACIÓN, Lem vuelve a abordar la crítica de libros inexistentes en la que tan diestro demostró ser con VACÍO PERFECTO y UN VALOR IMAGINARIO. Pero no nos confundamos, no se trata de un mero artificio estético, sino probablemente del único modo de presentar unos razonamientos sin que el peso de su autor presione a que sean aceptados. Me explico, cuando uno toma el libro de un filósofo cualquiera, todo lo que sepamos de él antes de leer la primera página, incluso el mero hecho de si nos cae o no simpático, va a influir decisivamente en lo que pensemos acerca de sus argumentaciones. Se trata, por supuesto, de una actitud equivocada, pero que es difícil evitar. Ya los medievales solían decir que las verdades son verdades aunque las diga el diablo
; pero lo cierto es que preferimos escuchar una mentira de un amigo, que una verdad de un enemigo. El único modo de solucionar esa parcialidad consiste en enmascarar al autor. Esto va mucho más allá del simple usar un pseudónimo, no se trata de que no sepamos el nombre verdadero del autor de un pensamiento, sino de que no sepamos cuál es su posición ante el pensamiento que nos acaba de presentar. Así, si queremos valorar una argumentación, no nos vale con escaparnos de la tangente y condenarla, o aprobarla, porque su autor ya posea esta condición para nosotros, tenemos que pensarla profundamente. Se trata, sin duda, de un trabajo más arduo; pero también más humano.
Lem es un hombre que se ha ganado la admiración de todos sus lectores, cuando veo sus imágenes, yo no puedo dejar de pensar que se trata de un hombre sabio y bueno. Es además polaco, judío y escapó de las cámaras de gas por bien poco, y aun así tuvo que ver morir en ellas a muchos de sus amigos. Sin duda, si Lem escribiera un libro condenando el Holocausto, todos lo leeríamos con el corazón compungido, y asintiendo mansamente a todas sus palabras. Por eso Lem no ha escrito ningún libro sobre el Holocausto, sino que se ha limitado a comentar la obra de Horst Aspernicus, un filósofo alemán que ha intentado dilucidar los motivos que llevaron al Nazismo y a su judeocidio. Aspernicus analiza fría y racionalmente lo que supuso el Nazismo, sus cómos y sus porqués, y termina llegando, entre otras, a la conclusión de que se trata de un problema eminentemente filosófico. Se ha intentado dar varias explicaciones, la psiquiátrica, que viene a decir que los nazis eran todos unos dementes; la gangsteril, que los convierte en villanos saqueadores; la socioeconómica, que ve el ascenso de Hitler indisolublemente unida a la debilidad de la República de Weimar y a la crisis socioeconómica en la que estaba hundida Alemania en los años 30; y finalmente la nihilista, que es la que muestra Thomas Mann en DOCTOR FAUSTUS, como si se tratara de una tentación diabólica que el genio, en este caso la nación más preparada sobre la Tierra en aquel momento, debía afrontar. Sin embargo, ninguna de estas interpretaciones es suficiente, quizá todas contienen una mácula de verdad, pero los motivos últimos no acaban de dársenos completos. Es la filosofía, pues, la que está obligada a intentar dar una explicación. Y cuando no lo hace, cuando simplemente pasa de puntillas sobre el tema, o siquiera lo considera digno de su reflexión, se convierte en cómplice. Aspernicus arremete aquí contra Heidegger, pero no sólo contra la persona, a quien hoy en día pocos defenderían, sino también contra la obra.
He de confesar que como filósofo (o como filofilósofo, pues dudo en otorgarme un nombre que respeto tanto) estos pasajes en los que se critica no sólo al hombre Heidegger, sino también a la filosofía de Heidegger, me han resultado más que interesantes. Recuerdo que cuando tratamos a este personaje en metafísica, el profesor, activo miembro del Opus, dicho sea de paso, lo primero que hizo fue soltarnos una larga perorata acerca de que los actos de una persona no tenían por qué invalidar su obra. Tal vez eso pueda ser cierto para un artista, en cuyo trabajo únicamente entre en juego lo estético; pero para un filósofo que ha de dar razón del mundo en el que vive, esa excusa no obra.
Lem empieza PROVOCACIÓN con el siguiente párrafo: como dijo alguien, está muy bien que esta historia del genocidio la escribiera un alemán porque cualquier otro autor se expondría a acusaciones de germanofobia. No creo que esto hubiera pasado. Para este antropólogo, el origen alemán de «la solución final de la cuestión judía» en el Tercer Reich constituye sólo la parte secundaria de un proceso que no se limita ni a los asesinos alemanes ni a las víctimas judías
. A este respecto, se debe notar que en 1947, dos filósofos, alemanes precisamente, Max Horkheimer y Theodor Adorno, escribían un ensayo que en castellano se llamó DIALÉCTICA DE LA ILUSTRACIÓN, cuyas conclusiones, aunque su desarrollo sea distinto, son básicamente las mismas de Aspernicus: Por terrible que parezca, y aquí está creo yo la máxima provocación, el Nazismo no se debe al fracaso de la razón, sino por el contrario, a su triunfo. De una razón, por supuesto, truncada y rota, pero que ha seguido su camino inexorable hasta la barbarie, como si al haber caído en la pura instrumentalidad tuviera que acabar volviéndose irremediablemente sobre los propios hombres
UN MINUTO HUMANO
Ciertamente existe el gigantesco fondo humano de estos acontecimientos (cinco mil millones), y de hecho cada persona preguntada dirá que sí, que naturalmente sabe de la existencia de millones de otras personas, y si reflexionase, ella misma se daría cuenta de que entre una respiración a otra unos cuantos niños han nacido y unas cuantas personas han muerto. Sin embargo, es un saber nebuloso, no menos abstracto que el saber que, mientras escribo, en algún lugar del Marte permanece a la pálida luz del sol un fuselaje americano abandonado, y que en la Luna están tirados por ahí los restos de unos vehículos espaciales. En realidad, aunque se puede tocar con las palabras, este conocimiento no vale de nada si no se puede experimentar.
Podría parecer que este comentario de libro, en la edición española al menos, acompaña al primero con el fin de, con letra lo suficientemente grande, y márgenes generosos, poder editar un nuevo libro de Lem. Bien, con toda probabilidad sea así; pero qué le vamos a hacer: ¡ojalá y se les hubiera ocurrido además añadir un par de ensayos más, y traducir otras cosillas y editar una completa Biblioteca Lem en nuestro idioma, yo sin duda se lo agradecería! La cuestión es que, dejando de lado el interés editorial, lo cierto es que UN MINUTO HUMANO es también un comentario de libro excelente.
Conocemos, por sus números, todo el dolor y la muerte que en un solo minuto se experimenta en toda la humanidad. Sin embargo, no lo podemos aceptar de manera absoluta. Nos duele más el accidente de un amigo, que la muerte de millones de personas en el otro extremo del globo, por mucho que racionalmente podamos comprender la mezquindad de nuestra conducta.
El objetivo de este libro, pues, es conseguir hacernos lo más conscientes posibles, mediante complejas tablas estadísticas interrelacionadas, de todo lo que transcurre en la humanidad durante un minuto, para que podamos sentir emocionalmente lo que ya podemos pensar racionalmente. Todas las muertes, con todos los modos de morir, todas las concepciones, con todos los modos de copular, las inconcebibles mareas del dolor y las torturas, junto a las toneladas de semen, en cuyo germen, nunca mejor dicho, se oculta la posibilidad de repoblar la Tierra cientos de veces.
Lo más impresionante es que Lem consigue lo que sus autores imaginarios se habían propuesto, pues cuando uno acaba el comentario de UN MINUTO HUMANO, no puede quitarse la impresión de haberse asomado aunque sólo sea por un instante a ese impresionante vértigo de contemplar, durante un completo minuto, todo lo que hace y le acontece a la humanidad.
Stanislaw Lem, PROVOCACIÓN.
Aviso para navegantes: no está de más advertir, para los que no estén acostumbrados a este juego de los comentarios de libros imaginarios de Lem, que en realidad el libro de Aspernicus no existe, y que Lem lo utiliza como un punto de apoyo para su razonamiento.
Uno de los más importantes filósofos alemanes del s. XX (1889-1976), padre de la ontología fundamental, con su distinción entre lo óntico (lo referente a los entes) y lo ontológico (lo referente al ser)... y un personaje que pretendía «guiar al Guía» (den Führer führen), o en otras palabras: ser el Führer del Führer.
Stanislaw Lem, PROVOCACIÓN.
Dos de los principales representantes de la llamada Escuela de Frankfurt, que hubieron de emigrar de la Alemania Nazi por sus ideas políticas.
O DIALÉCTICA DEL ILUMINISMO en otras traducciones.
Quizá esta cuestión queda más clara aún si pensamos en términos de los actuales problemas ecológicos. No se deben al fracaso de la razón, sino a su triunfo, eso sí el triunfo de su parte meramente instrumental, no el de la razón al completo, con sus componentes éticos y estéticos al menos.