Cuando alguien habla de sus experiencias dentro de un grupo, de un medio, de un trabajo, y sus palabras no son precisamente halagadoras hacia ese ámbito, siempre puede ser sospechoso de practicar el deporte del resquemor. Sin embargo, cuando sus palabras no hacen más que confirmar, con todo lujo de detalles, lo que muchas veces se ha sospechado y rumoreado, y su trayectoria profesional está fuera de toda duda, no queda otro remedio que preocuparse seriamente.
Y ese es el caso de este libro y su autora. El trabajo más conocido de Lolo Rico fue su La Bola de Cristal, programa emblemático, inteligente, pionero, y en demasiados aspectos único, de la televisión española. Gracias a él la Movida tuvo rostros que asociar a la música que sonaba por otro medio, curiosamente, de la Radio Televisión Española; Radio 3.
Gracias a La Bola de Cristal una generación de niños pudo disfrutar de un buen programa de televisión, tan bueno, que no sólo resultó ser un programa para niños (y cuando digo para niños no digo infantil) sino que era seguido sin pudor por jóvenes y no tan jóvenes. Como la propia Lolo Rico dice, en su libro, no hay programas de televisión infantiles y programas de televisión para adultos; hay programas de televisión buenos y programas de televisión malos (independientemente de la complejidad de sus contenidos). Los buenos los puede ver cualquiera, sin importar la edad, los malos aburren a cualquiera, sin importar la edad.
Y así, en T.V., FÁBRICA DE MENTIRAS, Lolo Rico muestra como la programación, prescindiendo de la dignidad del producto (hablar de calidad ya es muy aventurado) se piensa y produce atendiendo, cada vez más, a los parámetros puramente mercantiles de los patrocinadores. Obviamente no hay nada de malo en que el patrocinador de un programa, que al fin y al cabo es el que aporta el dinero, no ya sólo para su emisión y producción, sino para el sostenimiento de la propia cadena, de el visto bueno a los programas en los que su producto va a ser anunciado, lo grave es que en muchas ocasiones, es el propio patrocinador, sin tener más conocimiento del medio que el que tiene cualquier espectador, imponga los contenidos, estética y ritmo del programa, desatendiendo las indicaciones de los profesionales experimentados.
Pero no todos, los bodrios que podemos observar en la televisión tienen este origen. Lolo Rico denuncia la manipulación a la que se ven sometidos los más pequeños por parte de las cadenas, ávidas naturalmente de mayores audiencias (y anunciantes), la emisión descontrolada de programas de contenidos a todas luces inadecuados en horario infantil, y la falta de responsabilidad de los padres al dejar aparcados a los niños frente a una televisión incapaz de ofrecer un modelo a los niños, y por lo tanto incapaz de educar, pero lo más asombroso, visto el uso intensivo que se hace del mando a distancia, igualmente incapaz de entretener.
En definitiva, que la caja tonta no es tonta, es más bien peligrosa.