En 1950, los quioscos británicos acogieron en sus estanterías un comic como no se había visto otro antes. A todo color, con una calidad de reproducción excepcional, una gran variedad de personajes y una novedosa mezcla de realismo, aventura, fantasía y humor, el semanal Eagle ofrecía un espectáculo sin igual frente a sus grises competidores, revistas infantiles o juveniles que se concentraban más en el texto que en la imagen.
Durante años, los muchachos ingleses habían perseguido los tebeos americanos que llegaban al país para entretenimiento de las tropas yanquis estacionadas en ese país. El reverendo anglicano Marcus Morris se dio cuenta de que esos comic-books ofrecían mayor calidad gráfica que los tebeos tradicionales británicos, pero distaba de aprobar el tono y contenido de los mismos, que consideraba obsceno, violento y con tendencia a resolver los problemas recurriendo a lo sobrenatural o superhumano. Él quería adaptar el medio no sólo a los gustos ingleses, sino también a su propia ideología cristiana. Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, había intentado amoldarse a los nuevos tiempos y extender su mensaje religioso mediante una publicación que obtuvo un inesperado éxito, The Anvil. Ahora decidió ampliar su proyecto sirviéndose del comic y para ello contó con Frank Hampson, un veterano de guerra e ilustrador de enorme talento, que venía colaborando con él desde 1948 para la mencionada publicación.
Para entonces, Morris se hallaba fuertemente endeudado a causa de The Anvil y no tuvo más remedio que abandonar la idea de autopublicar la revista de comics en la que venía pensando y, en cambio, vender el proyecto a un tercero. Éste fue Hulton Press, una pequeña editorial que tras siete meses de laboriosas preparaciones y una intensa campaña de marketing, el 14 de abril de 1950 puso a la venta el primer número de Eagle.
En sus páginas se podían encontrar las peripecias de personajes que iban desde el agente de policía PC49 hasta Tommy Walls: Wonder Boy pasando por San Pablo —sí, el santo, recordemos que originalmente la revista había sido concebida como vehículo para el mensaje religioso—. Pero el héroe más asociado a la revista y el que más impacto causó gracias a su impresionante arte y su desbordante imaginación fue Dan Dare, Piloto del Espacio.
El personaje fue creado por Frank Hampson, quien además de dibujarlo se encargó en buena medida de escribir sus aventuras durante su primera etapa, contando incluso con la ayuda de Arthur C. Clarke como asesor científico en la peripecia inaugural, Piloto del Futuro. Aunque Morris había pensado inicialmente en Dare como en una especie de predicador espacial
, Hulton Press obligó a cambiar el concepto aduciendo obvias razones comerciales. No se equivocaron. El primer número de Eagle vendió la asombrosa cantidad de 900.000 ejemplares y en sus mejores años las ventas no bajaron muy por debajo de esa cifra. El éxito de la propuesta fue inmediato y nunca dudó nadie que en buena medida ello se debió a Dan Dare, el cual se convirtió en una suerte de icono nacional. Mucho antes de STAR WARS, Dare generó su propia montaña de juguetes, coleccionables de todo tipo y objetos diversos, desde pistolas de rayos a relojes de bolsillos, de caramelos a juegos de mesa, de flotadores a sellos. Otra muestra de su popularidad fue su temprano salto a otro medio: entre 1953 y 1956, Dare protagonizó un serial radiofónico producido en Inglaterra y emitido desde Radio Luxembourg, que generó su propia oferta de merchandising.
¿A qué se debió tal éxito?
A comienzos de los cincuenta los británicos todavía luchaban por salir de las penurias de la guerra en un país que seguía reconstruyendo lo destrozado por los bombardeos alemanes, en donde el racionamiento aún estaba en vigor y al que a las penurias económicas se le agregaban ahora el miedo nuclear asociado a la guerra fría y el inicio de la desintegración del antaño poderoso imperio, dejando a Inglaterra como un peón de segunda fila en la contienda entre dos superpotencias.
No era un panorama demasiado alentador y quizá fue en parte por ello por lo que los niños de la época estaban ansiosos por creer en las maravillas que nos deparaba el futuro...y el espacio. Dan Dare les proporcionó exactamente eso: una escapatoria del presente a través de una ventana optimista sobre el inmenso potencial de la tecnología y la buena voluntad entre los hombres. Efectivamente, los progresos que entonces se estaban haciendo en la incipiente carrera espacial hacían que mucha gente, y especialmente los más jóvenes, vieran en ella la puerta a una Inglaterra que recuperaría la antigua gloria y cuya influencia se extendería muchísimo más allá de sus antiguas colonias. En una palabra, Dan Dare supo ofrecer el sentido de lo maravilloso, ese ingrediente básico del género que ha seducido a tantos millones de personas desde hace más de un siglo.
La Segunda Guerra Mundial aún estaba cercana y en ella habían jugado un papel fundamental los pilotos ingleses de la RAF. Fue por ello por lo que el coronel Daniel McGregor Dare, Dan Dare, se concibió con un aspecto muy cercano al de aquellos aviadores o, al menos, de una imagen idealizada que se tenía de los mismos. De mandíbula cuadrada, aspecto siempre aseado y cejas de curiosa forma, el coronel Dare es un piloto espacial de la Flota Espacial Interplanetaria (además de graduado en Cambridge y Harvard) que se mueve con soltura por todo el sistema solar y ocasionalmente más allá del mismo, corriendo aventuras en las que encuentra toda una variedad de alienígenas distinguibles principalmente por el color de su piel (verde, azul, dorado), luchó contra algunos de ellos, como el malvado líder venusiano Mekon, e hizo frente a otros peligros recurriendo a su coraje, integridad, astucia, pericia técnica y dos fuertes puños.
Las aventuras de Dare se serializaban a razón de dos páginas por semana (la portada y la primera página). En su primera peripecia espacial, nos encontramos con una Tierra de comienzos del siglo XXI agobiada por la falta de comida. Varias misiones enviadas a Venus en busca de los ansiados recursos alimenticios han desaparecido sin dejar rastro. Dare se ofrece voluntario para encabezar una nueva expedición que consigue averiguar la amenaza que había acabado con sus antecesores y llegar a la superficie del planeta. Allí descubre que Venus se halla dividida en dos zonas aisladas entre sí. En el norte habitan los Treens, unos seres humanoides de piel verde y aspecto reptiliano que a pesar de su avanzada tecnología son capaces de cometer terribles atrocidades. En el sur viven los Therons, pacifistas que pasan sus tranquilas vidas meditando en sus casas flotantes. Ambas civilizaciones son enemigas, pero han mantenido una inestable tregua durante siglos, tregua que salta por los aires al llegar Dare y sus compañeros.
El piloto también descubre que los Treens están usando atlantinos —descendientes de terrestres a los que secuestraron miles de años atrás— como esclavos. Aún peor, han puesto en marcha un plan para conquistar la Tierra sirviéndose de mentiras y engaños. Dare convence a los Therons y los atlantinos para que se unan a su causa e inicia una guerra en varios frentes que termina con la derrota de los Treens. El suministro futuro de alimentos a la Tierra queda así asegurado, pero en el proceso Dare gana un eterno enemigo en Mekon, el derrocado líder Treen, superinteligente pero físicamente incapaz.
Como todo aventurero que se precie, Dare no se enfrenta al peligro en solitario. Aquella primera aventura presentó otros personajes importantes en aventuras subsiguientes. El más relevante de ellos era su fiel asistente Digby, cuya función narrativa era la de servir de contrapunto humorístico del héroe titular y que, como marcan los cánones, era en muchos sentidos opuesto a aquél: hombre de familia, emocional, rechoncho, de placeres mundanos y perteneciente a la clase trabajadora frente a la aristocracia militar que representaba Dare.
Otros secundarios de relevancia eran sir Hubert Guest, el veterano superintendente de la Flota Espacial y para cuya apariencia física Hampson recurrió a su padre (de hecho, ejercía como una suerte de figura paternal para Dare); la profesora Jocelyn Mabel Peabody, tan atractiva físicamente como competente intelectualmente (creada a partir de Greta Tomlinson, una de las ayudantes artísticas de Hampson) y una de las dos únicas mujeres con presencia en la saga.
Por entonces, nadie sabía la edad del universo o que nunca podríamos llevar viajeros a Venus a causa de su corrosiva atmósfera de ácido sulfúrico; ni tampoco a Mercurio, sujeto a brutales cambios de temperatura de más de mil grados en el espacio de un mes. Pero lo poco
que se sabía entonces de astronomía o ingeniería espacial (que, ya dijimos, estaba entonces recién nacida) lo volcó en la serie con toda la rigurosidad posible y una inventiva fuera de lo común basada en la abundante documentación científica que acumuló a lo largo de años. Ésa fue una de las razones por las que Dan Dare superó a Buck Rogers, Flash Gordon, Jeff Hawke o los Thunderbirds, cuyos autores nunca estuvieron igual de dispuestos a documentarse y prefirieron transitar por los más cómodos senderos de la space-opera tradicional.
Y, además y sobre todo, Hampson era un optimista. Como hemos dicho, el futuro de Dare era uno que se acercaba más a la utopía que a la distopia. Las suyas eran ciudades de edificios de cristal de elegantes curvas y adaptados al entorno, lujosas suites, cines panorámicos, pueblos perfectamente preservados, tecnología puesta al servicio de la gente, transportes públicos limpios y estilizados, bosques exuberantes y plenos de vida animal que no habían sido arrasados por compañías madereras. Esta visión del mañana era producto de un tiempo en el que, a pesar de las penurias y las inquietudes sobre el futuro, aún quedaba espacio para la esperanza gracias la naciente carrera espacial. Jamás podría Hampson haber imaginado un personaje tan violento como el distópico Juez Dredd, que casi treinta años después se convertiría en otro icono de la ciencia-ficción británica. Dan era un guerrero, pero no una máquina de matar, no se dedicaba a aplastar mutantes, arrasar ciudades o ejercer de justiciero. Dredd, a su manera, fue también y como vimos en su respectiva entrada, un producto de su tiempo, un tiempo dominado por el cinismo, el desengaño y el pesimismo.
Desde luego, la capacidad para despertar el sentido de lo maravilloso fue uno de los factores del éxito de Dan Dare. Pero ello no hubiera sido lo mismo sin un dibujo a la altura del concepto. De hecho, más que por sus argumentos un tanto reiterativos, Dan Dare es recordado hoy por su magnífico e innovador arte.
Hampson está considerado como uno de los mejores artistas de comic británicos de todos los tiempos gracias al minucioso cuidado con el que abordaba su trabajo, tanto narrativa como visualmente. Se había fijado tanto en los clásicos de la prensa norteamericanos como en los comic books de factura menos elegante pero con un estilo narrativo ágil y vibrante. Su aspiración fue no la de copiar los comics americanos, sino la de tomar lo mejor de su estilo para construir uno propio al gusto británico: muy realista pero de ritmo ágil y una narrativa tan clara que los textos a pie de viñeta resultaran innecesarios; con sentido del humor pero sin la familiaridad propia de los yanquis que tan irritante resultaba a muchos ingleses.
En Dan Dare ofreció un mundo futuro verosímil y detallista al tiempo que fascinante como nadie antes lo había hecho en el comic. Veía la serie no como un comic, sino como una película que iba construyendo a base de fotogramas concretos. Esa aproximación cinematográfica hizo que sus historietas tuvieran un aspecto novedoso que no se había visto antes en los comics. Una de sus técnicas favoritas era la de utilizar fotografías para cada escena y con el paso del tiempo acabó reuniendo un almacén lleno de maquetas de edificios y naves, atrezzo, dioramas, miniaturas y trajes que utilizaba como referencias para sus historias. Estaba obsesionado por representar fielmente el efecto de la luz sobre los rostros, los trajes y los espacios y que todos los detalles mantuvieran la coherencia y continuidad a lo largo de la historia.
La rigurosidad de Hampson con su trabajo hizo imposible que pudiera encargarse en solitario de las diversas series que llevaban su firma en Eagle. Así, reunió en torno suyo un equipo de colaboradores que, instalados en una antigua panadería reformada, le ayudaron a realizar Dan Dare y del que más adelante saldrían dibujantes de notable pericia, algunos de los cuales incluso se convirtieron en los artistas nominales de la serie. Dado que el sistema que utilizaban era muy laborioso y que trabajaban con pocas semanas de adelanto respecto a la publicación de la página en la revista, el ritmo era absolutamente agotador y no era raro que Hampson trabajara veinte horas al día, fines de semana incluidos.
Tan exigente como Hampson era consigo mismo lo era también con el trabajo de sus ayudantes Todo debía recibir su visto bueno y exigía a sus empleados el mismo esfuerzo que él dedicaba a Dan Dare, prolongando la jornada a veces hasta altas horas de la madrugada -a cambio y gracias a la insistencia de Hampson ante la editorial, estaban mejor pagados de lo que entonces era normal—. Se dice incluso que, en una ocasión, atrapado por las fechas de entrega, se llevó del estudio las páginas incompletas, terminándolas en el tren de camino a la imprenta.
Aunque no tuvo problemas para colaborar con entre siete y nueve artistas simultáneamente, encontrar a un guionista que le ayudara a perfilar los guiones resultó ser tarea casi imposible. En los dos primeros arcos argumentales, Piloto del Futuro y El Misterio de la Luna Roja trabajó muy brevemente —sólo siete episodios— con otro escritor. No fue hasta la tercera aventura, Naúfrago en Mercurio, que problemas de salud derivados de la carga de trabajo obligaran a Hampson a dejar la escritura en manos de otro profesional, Chad Varah.
Esos problemas de salud fueron también los que le obligaron a ceder las responsabilidades artísticas de la quinta aventura, Prisioneros del Espacio al artista Desmond Walduck. Pero Hampson regresó en plena forma para los cuatro arcos argumentales interconectados que empezaron con El Hombre de Ninguna Parte en 1955, continuando con Planeta Rebelde y El Reinado de los Robots y concluyendo con La Nave Viviente.
Hampson y su estudio tuvieron tiempo de completar otros dos arcos argumentales, La Flota Fantasma y Safari en el Espacio, antes de que en 1959, el reverendo Morris se retirara y Hulton Press vendiera la revista a Odham Press, que inmediatamente empezó a buscar formas de recortar costes. Obviamente, una de las maneras de lograrlo era acabar con la laboriosa y muy cara producción de Dan Dare, así que Hampson fue relegado a The Road of Courage un comic histórico sobre la figura de Jesucristo, su estudio fue cerrado y sus miembros recolocados en las oficinas centrales de Eagle en Fleet Street, Londres.
Tras semejante desaire y siendo como era un hombre de gran personalidad, Hampson no pudo aguantar durante mucho tiempo las nuevas condiciones. Terminó los 59 episodios de la mencionada serie y tras ver cómo algunas propuestas que presentó no encontraban acogida por parte del editor, se marchó de la revista dos años después. Pero para entonces su Dan Dare ya había cambiado de manos en un par de ocasiones. Su sucesor al frente de la misma fue Frank Bellamy, otro de los gigantes del comic realista inglés, que también era colaborador habitual de la revista. Sin embargo, la personalidad artística de éste era también muy fuerte y no se conformó con limitarse a copiar el estilo de Hampson, por lo que sólo permaneció en la serie un par de arcos argumentales. Don Harley, que sucedió a Bellamy en 1960, está considerado como el mejor seguidor de Hampson. Keith Watson se encargó de realizar la última etapa del personaje con guiones de David Motton. Tanto Harley como Watson habían formado parte del estudio de Hampson.
Eagle contabilizó 987 números hasta que en 1969 fue fusionada con la cabecera Lion propiedad de IPC, lo cual no deja de resultar irónico puesto que esta segunda publicación había sido creada originalmente para competir con la primera. La desaparición de Eagle como entidad independiente tuvo lugar tan sólo dos meses antes de que Neil Armstrong pusiera un pie en la Luna. Las aventuras originales de Dan Dare, sin embargo, habían finalizado en 1967. La circulación de la revista había bajado hasta los 125.000 ejemplares, quizá afectada por el auge de la televisión o el cambio de gustos, así que la dirección decidió que lo mejor era volver a recortar gastos; durante dos años y hasta el cierre de Eagle las páginas dedicadas a Dan Dare consistieron exclusivamente en reediciones de sus viejas aventuras.
Para entonces, Frank Hampson hacía mucho que se había ganado la reputación de artista difícil y su genio nunca volvió a encontrar otro hogar, dedicándose durante sus últimos veinte años (murió de cáncer de garganta en 1985 con tan solo 66 años) a la ilustración de libros y publicitaria y ejerciendo de técnico gráfico en el Ewell Technical College. En 1975 recibió el premio Yellow Kid en el Salón del Comic de Lucca, declarándosele maestro de prestigio
y el mejor guionista e ilustrador de comic desde la Segunda Guerra Mundial. Pero sólo ha sido recientemente, años después de su muerte, que su trabajo ha ganado verdadero reconocimiento. Reediciones de su etapa en Dan Dare, autores como Dave Gibbons, Alan Davis o Grant Morrison declarando su admiración e influencia, reportajes en los medios de comunicación...
Dan Dare tuvo una segunda vida en la revista 2000 AD a partir de 1977, pero la propuesta supuso un cambio radical respecto al amable y optimista concepto inicial y merece la pena comentarlo en una entrada aparte. También la revista Eagle resurgiría en nuevas manos, pero los logros creativos que se alcanzaron en sus páginas durante los años cincuenta no se volvieron a repetir. El personaje clásico, creado y desarrollado por Hampson y continuado por otros artistas y escritores durante veinte años, sigue siendo hoy junto a Jeff Hawke uno de los referentes de la ciencia-ficción británica en su formato gráfico.
Por la construcción de un futuro verosímil y radiante, su elegancia artística, la cuidada producción, un color espectacular, la continua perseverancia en ofrecer la máxima autenticidad y belleza, Hampson y su equipo crearon con Dan Dare una serie revolucionaria y tremendamente influyente.