El día que Luis García Prado me preguntó si quería colaborar en Bibliopolis, sin pensármelo le dije que bueno, que para mí sería un honor. Al poco me di cuenta de que no iba a ser una tarea fácil porque a mí no me gusta hacer críticas de libros, y hablar de comics no me parecía bien cuando mi paisano Rafa ya se encargaba de ello. A él le apasionan los superhéroes y en cambio a mí, desde hacía tiempo los consideraba más falsos que la sonrisa de un político con un niño en brazos. Comentar pelis tampoco me entusiasmaba porque nunca me acuerdo de los nombres de los protagonistas, el del director ni el del guionista, y hacer el análisis psicológico de Keanu Reeves en su papel de El Elegido, de Neo, se me antojaba un recurso tan falso como manido, porque hay quien le saca cinco o seis pies al gato para no decir nada, pero queda muy profesional, sobre todo si el lector no se ha enterado de nada.
Pues habla de los tiempos del cuplé, hombre, me dijo Luis. Yo entendí que me sugería que contara cosas de los lejanos tiempos en que la ficción empezó a hacerme tilín. Como Rafa estaba presente, apoyó al jefe, como estaba mandado. Debo reconocer que la idea empezó a gustarme, y más cuando a mi paisano se le ocurrió el título: la Memoria Estelar, en referencia al Orden Estelar. Por aquellos días yo había perdido ya la esperanza de que Ediciones B continuara publicando las novelitas que conformaban la segunda saga de la ciencia-ficción española, casi codeándose con la que todo el mundo conoce como La Saga con mayúscula, La Saga de los Aznar de don Pascual Enguídanos.
Dicho y hecho, empecé al escribir los primeros artículos de la Memoria Estelar. En ello sigo, años más tarde. Juro que nunca creí que durara tanto, pero mira... Me costó un poco empezar, de veras, como me cuesta con casi todas las cosas que emprendo; pero ocurrió como con las novelitas de a duro, que al principio me dolía parir una más que a una mujer traer un bebé al mundo. Pero como dice el dicho, quien hace un cesto hace ciento. Cuando se le coge el tranquillo al asunto todo es como correr cuesta abajo. Claro que hay que saber echar el freno a tiempo.
Con la Memoria Estelar he descubierto que no hay nadie más mentiroso que aquel que escribe sobre sí mismo. A explicarse tocan. No es que yo mienta a propósito, sino que no puede acordarse de todo, porque que mi memoria no es estelar, sino corrientita y a veces, cuando me falla, las lagunas que surgen hay que rellenarlas como uno mejor sepa, es decir con una miaja de imaginación y un cachito de trola. Vamos, que hay que mentir, pero con elegancia para que no se note. O se note lo menos posible.
Regresemos al 95 del pasado siglo. Estábamos preparando Rafa Marín, Ángel Olivera y yo la segunda HispaCon en Cádiz. Cansado un servidor de esperar la respuesta del editor al que le había enviado LOS VIENTOS DEL OLVIDO, decidí editarla por mi cuenta y presentarla en Gadir95. Al mismo tiempo, lancé la idea de reeditar la saga de El Orden Estelar y repartí unos cuestionarios entre los asistentes. Aunque parezca mentira, hubo más de veinte que se molestaron en rellenarlos para exponer sus puntos de vista. El proyecto estaba en el aire. Un par de años antes lo había presentado a Ediciones B, pero como respuesta, recibí las esperadas evasivas y silencios. Al poco, unos meses después, Miquel Barceló me llamó para decirme que B estaba dispuesta a reeditar mis novelitas en la Colección VIB a razón de cuatro títulos por volumen y se empezaría con dos libros, ocho títulos en total, y esperar a ver cómo respondía el mercado. Yo sugerí que se empezara por el Imperio, tal como Cidoncha había estructurado la serie. Pero los jefes opinaron que en los dos primeros volúmenes se recogieran las aventuras del Orden con Alice Cooper y Adan Villagran como protagonistas. También les pedí que se me permitiera someter las novelitas a una corrección. Ni me dijeron ni que sí ni que no. No me dijeron nada.
Un día recibí el contrato y el anticipo, éste último lo más importante, qué coñe. Al año siguiente aparecieron de una sola tacada los dos libros. Cuando los recibí, me quedé satisfecho, como no podía ser menos. A esperar que se vendan y los editores no se rajen y el asunto continúe, pensé parodiando una vez más el cuento de la lechera, que me sabía de memoria. Todavía no se cantaba eso de que iluso es quien tiene una ilusión.
Aquel año se celebró una de las convenciones de Burjassot y un chico de Barcelona me comunicó que los dos títulos de El Orden Estelar habían alcanzado los primeros puestos de venta de la librería Gigamesh. Como por aquellos tiempos no había Internet, para comprobarlo compré la revista. Era cierto. Entonces no caí en la cuenta de que esos dos volúmenes, con ocho novelitas de a duro, habían llegado donde aún no han llegado otras novelas de autores españoles; si no me equivoco, hasta la fecha no lo hemos conseguido ningún autor. Si no es así, pido disculpas y rectifico.
Como los rumores que yo recibía aseguraban que se vendían bastante bien, y lo confirmaban las notificaciones de venta que me enviaba la editorial, pues me puse en contacto con el responsable de la colección para que la publicación continuara. Pasaron dos años.
En el 98 salieron los libros 3 y 4, para sorpresa mía. Y hasta ahí llegaron. Luego pasó lo que pasó, que el día que lo cuente se va a hartar de reír más de uno, pues si lo contara ahora, como estamos en el año de MATRIX, se preguntará si vivimos en un mundo virtual alternativo, incluido Sión y lo que cuelgue en la tercera entrega.
No he dejado de proponer durante los últimos años a algunos editores, creo que a cuatro o cinco, la publicación de la serie; debo reconocer que sin demasiado entusiasmo por mi parte, quizá porque conozco un poco el cotarro y ya nada es capaz de sorprenderme.
A raíz de la publicación del libro LA CIENCIA-FICCIÓN ESPAÑOLA, tuve la ocasión, en la HispaCón de Barcelona, de conocer personalmente a su editor, Jesús Rodriguez Beltrán. Hablamos de muchas cosas. En diciembre me llamó porque iba a pasar por Cádiz y quería reunirse conmigo. Antes, durante y después de la cena, me habló de que le gustaría publicar El Orden Estelar y me explicó su proyectos, que no eran otros que lanzar al mercado un producto digno. Me pregunté si él pensaba en el continente o en el contenido, pero no tardé en darme cuenta de mi error, tan cargado de pesimismo. Por suerte para mí, me equivoqué.
Como era de esperar, una propuesta semejante me llenó de alegría. ¿Y a quién no? Confieso que más tarde empecé a tener mis dudas, que el proyecto no se llevaría a cabo. Pero Jesús no tardó en convencerme, quizá porque me dio la impresión de que estaba más entusiasmado que yo, de que la cosa iba en serio. Y lo demostró.
Cada cual aportó sus ideas, discutimos si cada libro debía contener dos, tres o cuatro novelitas. Domingo Santos también aportó las suyas, a quien, como buen profesional, debían ser tomadas en consideración.
Han sido seis meses de intenso trabajo por parte del editor y por mí. Hemos confeccionado la lista de los títulos empezando con el período imperial hasta la Liga y la Sede Terrestre, por supuesto pasando por El Orden Estelar, barajando los temas de cada título para conseguir una mejor distribución en cada libro. Por mi parte, rescaté una novela del disco duro que encajaba perfectamente en el período de transición imperial a la de El Orden Estelar; como si no fuera bastante propuse al editor escribir la novela que siempre ha faltado en la serie, la que habría escrito en su día después de UN PLANETA LLAMADO KHRISDAL para cubrir el hueco que no pude llenar cuando Bruguera me prohibió continuar con el tema. Me refiero a la aventura en que Alice y Adan se dan cuenta de que no pueden vivir el uno sin el otro y echan el polvo de su vida. Bueno, no será exactamente así, porque tampoco vamos a romper la línea de las novelitas de a duro. LA ODISEA DEL SILENTE, como se titula esta novela inédita, la otra inédita es LOS GUERREROS DEL TIEMPO, donde ocurren muchas cosas y espero que algunas sorprendan un poquito al lector, que de eso se trata. En ello estamos. Hablo en plural porque el proyecto pertenece tanto al editor como a mí, aunque los fracasos sean sólo de mi incumbencia. Repito que ha veces me siento cohibido, porque percibo en Jesús Rodriguez más entusiasmo del que yo debería tener a estas alturas. Si aquella tarde de diciembre del año pasado me hubiera dicho que el proyecto estaría preparado para Julio, lo habría puesto en tela de juicio. Otra vez me equivoqué, por fortuna. Han sido seis meses de intenso trabajo por ambas partes, repito, porque había que escanear una serie de novelitas, volver a leer lo que escribí hace tantos años, a veces sonrojándome y a veces sorprendiéndome gratamente, en ocasiones sin acordarme nada de lo que puse en ésta o en aquélla entrega. Yo las enviaba a ediciones Robel vía Internet, recibiéndola al cabo de unos días con anotaciones del mismo Jesús, advirtiéndome de este o de aquel fallito, o haciendo sugerencias. Ha sido un trabajo contra reloj, sin prisas pero sin pausas, siempre tratando de cumplir los plazos que nos habíamos fijado.
Para la serie se ha elegido un formato original y unas portadas magníficas, todas de Luis Royo. La que aparece en este artículo no responde en calidad a la realidad. Cuando escribo esta Memoria aún faltan unas semanas para la aparición en el mercado del número 1 de la colección El Orden Estelar, cuyo subtítulo es La epopeya galáctica de A. Thorkent. La portada que tengo a mano es sólo una prueba que me envió el editor para que yo me estremeciera de impaciencia. Por tanto, multipliquen por diez o por cien en mejoría su prestancia física y tendrán una idea de cómo la verán en las librerías. No la multipliquen por cero, como dice Bart Simpson. No aparece mi nombre en la portada, sino mi seudónimo, aquel que tuve que inventarme a toda prisa porque el que sugerí a Bruguera primero se parecía al de un autor de la casa y la editorial me apremió lo suyo a la hora de que yo buscara otro.
A Domingo Santos quiero agradecerle el prólogo que ha escrito para este libro, que tuvo el detalle de enviármelo por si yo quería cambiar algo. No cambié nada, ni siquiera las lisonjas que considero en exceso, pero que tampoco me molestan. Si no da tiempo de que aparezca en el libro, porque se me acaba de ocurrir, con el corazón quiero dedicar la colección, hasta el número que dure, a todos los lectores y autores de novelas de a duro, y a cuantos han escrito sobre este fenómeno que los tiempos han hecho desaparecer tan bruscamente. Con el renacido Orden Estelar no pretendemos resucitar un modo la ciencia-ficción más popular, pero sí recordarlo. Al fin y al cabo, yo he tenido un poco de culpa o de mérito que nos acercáramos un poco al sentido de la maravilla de este género al que, por fin, ya sabemos cómo llamarlo.
Espero que dentro de dos años y cuatro meses, y no es la una sentencia de una condena que pretendamos imponer a nadie, sino el tiempo que ha de pasar para que toda la serie proyectada vea la luz y sigamos hablando de esto, o de cualquier cosa, incluso de El Orden Estelar, podamos decir que hemos cumplido con los compromisos contraídos. Para esa fecha, allá por el 2005, sabremos si la aventura continúa.
¿Se preguntan si el proyecto colma mis ilusiones? Mentiría si dijera que no. Pero no todos mis sueños quedan cumplidos. Otros muchos, por fortuna, aún siguen vivos.
Que ustedes lo vean. Y yo también.
Introducción de Jesús Rodríguez a la edición de Robel
Prólogo de Domingo Santos a la edición de Robel
Epílogo de Ángel Torres a la edición de Robel
como Pongamos un poco de orden